viernes, junio 23, 2006

Nº:24 - Entrevista a Paco Fernandez Buey

¿Qué motivos y soluciones encuentras para la profunda crisis en la que se encuentra Izquierda Unida?

Hay motivos externos e internos. El motivo externo principal es lo que, para abreviar, podríamos llamar la “derechización” del mundo, que en los últimos años se ha hecho galopante. Esto afecta negativamente a todas las organizaciones que han tenido que ver con el comunismo. Pero también hay motivos internos. Señalaré dos, que me parecen de mucho peso: la tendencia endémica a la división (que, para colmo, suele producirse en nombre de la “unidad”) y la incapacidad para la renovación generacional. El primer requisito para salir de la crisis es terminar con la pasión autodestructiva que hay en IU desde hace años. Y el segundo es escuchar en serio lo que están diciendo los más jóvenes, dar la palabra a las personas más activas en los movimientos sociales críticos y alternativos.

¿Consideras necesario que un movimiento socio-político como pretende ser IU, limite a un determinado número de años tanto la presencia institucional de sus cargos electos, como la presencia en órganos decisorios de la organización?


Desde luego que sí. La limitación de la presencia institucional de los cargos electos puede que no sea una condición suficiente pero es una condición necesaria si se quiere mantener y renovar el espíritu original de IU como movimiento socio-político. En cuanto a los órganos decisorios de la organización, hace tiempo que tenían que haber sido renovados. Y aquí también la limitación de los mandatos y la incompatibilidad de los cargos es condición básica para salir de la crisis. No hay movimiento socio-político serio hoy en día que no empiece por ahí. Y como luego, cuando un movimiento socio-político se consolida, suelen plantearse problemas con la limitación de cargos y mandatos, lo mejor es dejarlo claro y por escrito desde el principio para que nadie pueda llamarse a engaño.

¿Crees aplicable, en cierto grado, la experiencia de Kerala sobre la planificación participativa para la elaboración de los programas a nivel federal y autonómico?

No creo en la transposición automática de modelos, experiencias o ejemplos de democracia participativa de unos países a otros. La experiencia de Kerala, siendo como es interesantísima, tiene detrás particularidades socio-culturales que no se dan en España, donde, en cambio, hay otras particularidades que deben ser tenidas en cuenta para perfilar el tipo de planificación democrática y de federalismo que queremos. Lo que habría que hacer es estudiar a fondo las experiencias de Kerala y Porto Alegre, compararlas con otras experiencias históricas, autogestionarias y federalistas, en el estado español y, a partir de ahí, hacer propuestas concretas de actuación. Lo que ha escrito Boaventura da Sousa Santos sobre democracia y participación me parece un buen punto de partida.

¿Está el PCE, en su manifiesto-programa, integrando valores del eco-socialismo transformador y anti-capitalista que usted y otros divulgadores como Löwy o De Sousa Santos proponen?

Francamente, no lo sé. Hubo un tiempo, hace ya años, en la época en que el núcleo dirigente de IU y del PCE estaba organizado en torno a Julio Anguita, en que está integración de los valores del eco-socialismo transformador y anti-capitalista parecía evidente. En eso jugó un papel muy importante Víctor Ríos, que se había formado en el comunismo ecologista revolucionario de Manuel Sacristán. Pero hoy en día la cosa no está clara, porque hay ya tantas versiones del ecologismo como versiones ha habido del socialismo.

¿ Piensas que el eco-socialismo está siendo desvirtuado y vaciado de contenido transformador por determinados sectores políticos, que se autodenominan así, pero que no tienen ninguna intención de avanzar hacia un sistema socialista alternativa al capitalismo?

Sin duda. Lo que empezó llamándose “alianza roji-verde”, sobre todo en Alemania, acabó convirtiéndose en muchos casos en un “marrón” con expectativas electorales. En parte, porque lo verde vende; y en parte, porque lo rojo no era tal. Quedaron las expectativas electorales; y sobre ellas se han construido otros “marrones” parecidos. Pero la responsabilidad en esto, y por lo que hace a España, no se tiene que atribuir sólo a aquella parte de los verdes que han diluido la dimensión social de la problemática medio-ambiental, sino también, y principalmente, a la pérdida de sustancia de los programas socialistas propiamente dichos. Ha habido demasiados sectarismos a un lado y a otro.El único eco-socialismo serio que veo ahora en el mundo está en los países empobrecidos, vinculado al movimiento de los sin tierra, a la reivindicación de la soberanía alimentaria, a lo que podríamos llamar, en suma, ecologismo socio-político de la pobreza.

¿ Qué le parece la reapertura del debate nuclear ante la actual y futura crisis energética de los combustibles fósiles? ¿Bajo su criterio, que postura debe adoptar la izquierda transformadora?

Creo que la izquierda transformadora tiene que seguir siendo antinuclear, como lo era ya a finales de los setenta del siglo pasado. El debate de ahora es una repetición del debate de entonces, pero con dos datos más, ambos importantes: lo ocurrido en Chernobyl y la evidencia (porque ahora es una evidencia) de que se está acabando la civilización del petróleo. La diferencia respecto de la situación en que se produjo aquel debate es que ahora la izquierda transformadora cuenta con más razones de base científica para argumentar a favor del uso de energías y tecnologías alternativas a la nuclear. Este es un momento clave para fomentar la aproximación entre el movimiento socio-político que aspira a cambiar el mundo de base y los científicos y técnicos comprometidos, con conciencia del riesgo que corre la humanidad en la época del fin de petróleo y de la lucha internacional por el reparto de los recursos. Un ejemplo a seguir en esto es lo que se ha hecho en el movimiento que empezó criticando los trasvases y el Plan Hidrológico Nacional y ha acabado en la llamada nueva cultura del agua.

¿Pueden las fuentes de energía renovable sustituir, de manera ambiental y socialmente sostenible, el actual nivel de consumo de hidrocarburos?

Por lo que yo sé, los científicos serios que se han ocupado del asunto dicen que sí. Aunque con dos condiciones. Una: que hará falta una fase de transición si se quieren evitar situaciones traumáticas. Y dos: que habrá que cambiar los hábitos de consumo actualmente dominantes en América del Norte, la Unión europea, Japón, etc. Se ha de reconocer que las dos condiciones son peliagudas. En el primer caso por la política de la actual administración norteamericana, recientemente denunciada por Gore. Y en el segundo porque la concienciación de las poblaciones acerca de la autocontención, de la necesidad de reducir consumos para adaptar los hábitos a un tipo de desarrollo ecológicamente sustentable, es lenta. Todo indica, pues, que la sustitución no se hará sin traumas. Lo que está por ver es la dimensión de éstos.

¿Ha caído la izquierda "institucional" catalana en un "neopujolismo" sin salidas? ¿Cuál es tu opinión del "Estatut"? ¿Qué piensas de la situación actual del movimiento alterglobalizador en Cataluña?

No me parece que toda la izquierda “institucional” catalana haya caído en lo que se llama “neopujolismo”. En cuestiones que tienen que ver con la enseñanza, la sanidad, la vivienda, la inmigración y el medio-ambiente el gobierno del tripartito, a pesar de sus debilidades y diferencias internas, ha tomado medidas que se alejan de lo que hizo CiU cuando gobernaba. Desde luego que no son las medidas que hubiera adoptado una izquierda transformadora de verdad, pero es una exageración decir que eso ha sido continuación del pujolismo sin más. Supongo que cuando se habla de “neopujolismo” se está pensando exclusivamente en política lingüística y cultural.
El nuevo Estatut mejora el del 79 en varios aspectos. No es el que habría querido la mayoría de la población de Cataluña, ni, obviamente, es el que salió del Parlament de Cataluña, pero creo que esa misma mayoría lo va a aprobar.
El movimiento alterglobalizador en Cataluña se ha ido ralentizando en los dos últimos años, ha perdido fuerza, como en todas partes. Ahora se está haciendo un trabajo más capilar y se discute acerca de la necesidad de cambiar de estrategia en cuanto a las movilizaciones y campañas.

¿Cuál es tu opinión acerca de los cambios que se están produciendo en latinoamérica? ¿crees que la alianza de varios países como Venezuela, Bolivia, Cuba y otros puede ser una verdadera alternativa al ALCA?

Hablando con propiedad, el ALCA está en las últimas, como lo prueba el hecho de que últimamente se haya pasado en América Latina a los acuerdos y convenios bilaterales entre países. Lo más importante y lo que sin duda va a tener mayores repercusiones va a ser lo que está pasando en Bolivia. Ahí, en Venezuela y Brasil se está jugando el futuro de América de Sur. El apoyo a las medidas que está adoptando el gobierno de Evo Morales me parece un asunto clave también para el movimiento alterglobalizador y para la izquierda transformadora europea. Estoy de acuerdo con los analistas que piensan que este es el mejor momento para intentar una estrategia alternativa al ALCA. Hay dos razones par pensar así. Una es la dimensión social del nuevo indigenismo anti-imperialista y anti-colonialista en América Latina. Y la otra las evidentes dificultades de la administración norteamericana para hacer frente a todos los conflictos al mismo tiempo.

Hoy día, hay mucha gente trabajando por muchas causas justas: unos, por los derechos humanos; otros, por la ecología; otros, por el software libre; otros, por la medicina alternativa;... Cada uno de esos grupos hace la guerra por su cuenta e intenta negociar con el sistema, desde la moderación, es decir, pactando.
Muchos pensamos que sería interesante integrar todas esas luchas para construir un sistema socio-económico nuevo... ¿Ve posible a corto-medio plazo la coordinación de estas luchas en un movimiento socio-político en España?


Cuénteme entre los que piensan que sería muy bueno integrar todas esas luchas para construir un sistema socio-económico nuevo, al que yo, dicho sea de paso, no tendría ningún inconveniente en llamar socialismo. Si, como espero, los procesos actualmente en curso en varios países latinoamericanos van adelante volverá a hablarse de socialismo en serio también aquí. Pero ahora estamos todavía en una fase resistencial.
Hace tiempo que no oigo ni hablar de huelgas de solidaridad entre trabajadores. Y ni siquiera coordinar luchas es lo mismo que levantar un movimiento socio-político con objetivos definidos y compartidos. Para llegar a eso hay todavía mucho que hacer. A corto plazo, lo mejor sería establecer algo así como un decálogo con los objetivos compartidos ya en ese movimiento de movimientos que es el movimiento alterglobalizador. Y a continuación popularizar el decálogo. Por otra parte, convendría hacerse a la idea de que tal movimiento de movimientos seguirá siendo plural, por su composición y por sus temas, y que lo que hay integrar son objetivos, no organizaciones. Como sabe cualquier persona que haya participado activamente en un movimiento social crítico y alternativo, todo intento de “encauzar” la pluralidad organizativa de los movimientos acaba matándolos.

¿Crees que las sentadas por la vivienda pueden ser el germen de un nuevo movimiento social fuerte?

Deberían serlo, puesto que el de la vivienda es percibido socialmente como uno de los principales problemas de la actualidad, sobre todo entre los jóvenes. La dimensión que ha llegado a tener el movimiento okupa en los últimos años fue ya un aviso. Y las sentadas de las últimas semanas parecen ser un segundo aviso. Existen todas las condiciones para de ahí acabe saliendo un movimiento fuerte y organizado, que contaría, además, con la simpatía y el apoyo de amplísimos sectores sociales, puesto que el problema de la vivienda viene condicionando desde hace décadas la vida y los hábitos de las familias y está retrasando hasta límites esperpénticos la emancipación de los jóvenes.

Fuente: Foro Alternativo de IU

viernes, junio 16, 2006

Nº:23 - Globalización, interdependencia y bloques económicos regionales

Globalización, interdependencia y bloques económicos regionales
Ernest Mandel

I. La internacionalización de las fuerzas productivas es la tendencia fundamental del “capitalismo tardío”. Esas fuerzas productivas se rebelan cada vez más contra el Estado-nación. El desarrollo de sociedades multinacionales (transnacionales) como fuerza de organización predominante de la empresa capitalista contemporánea es la expresión más nítida de esa tendencia.
Sin embargo, en el marco del modo de producción capitalista que se vive, la internacionalización de las fuerzas productivas se traduce de manera particular; se acompaña de contradicciones insuperables en el contexto de ese régimen. Esas contradicciones se combinan con otras más viejas, inherentes al sistema, agudizando a las segundas.
1. El modo de producción capitalista se mantiene como un sistema que periódicamente produce crisis tanto económicas como político-sociales. En su período de declinación histórica, que comenzó con el siglo XX, tiende además a provocar graves crisis de legitimidad ideológica y moral. Todas esas crisis no se resuelven ni se reabsorben automáticamente. Tienen necesidad de instrumentos más o menos apropiados de regulación consciente, de shock absorbers. Tales instrumentos están esencialmente constituidos por el Estado y por diferentes instituciones paraestatales.
Con la creciente internacionalización de las fuerzas productivas, el Estado-nación se muestra cada vez menos capaz de jugar ese papel de manera eficaz. El único Estado que podría jugarlo adecuadamente sería un Estado mundial.
Pero ese Estado no existe; y vista la naturaleza del capitalismo fundado sobre la propiedad privada y la competencia, parece imposible que pueda existir jamás. La contradicción entre el Estado-nación y el capitalismo organizado internacionalmente tenderá entonces a aumentar. Simultáneamente, la capacidad del sistema para amortiguar las crisis se reducirá.
2. La internacionalización de las fuerzas productivas tiende hacia la globalización de viejos y nuevos problemas, es decir, hacia la imposibilidad de resolverlos en la escala nacional o incluso continental. Entre los viejos problemas, están ante todo los del subdesarrollo: el hambre, las epidemias, la guerra. Entre los nuevos, se ubican las catástrofes que amenazan con la destrucción física de la especie humana: las armas nucleares y la destrucción de la biosfera.
A pesar de una creciente toma de conciencia de esta globalización en los ámbitos burgueses y en las burocracias de Estado, el sistema es estructuralmente incapaz de dominar sus implicaciones. De ahí el agravamiento tendencial de esos problemas.
3. Las precondiciones políticas, morales e ideológicas para una solución de los problemas mencionados requieren de motivaciones para la acción que llamen a la construcción de una “nueva ciudadanía universal”: la cooperación y la solidaridad en una escala mundial. El compromiso personal o el de limitados grupos de vanguardia de todo tipo es sin duda importante en este sentido. Pero quedarse ahí es insuficiente. Lo que es indispensable es la toma de conciencia y el compromiso masivo de la economía y del Estado. Y en el mundo de hoy no hay otra fuerza con capacidad para esa tarea que la clase de los asalariados, definida ésta en un sentido amplio, es decir, todos y todas aquellos y aquellas que son económicamente obligados para vender su fuerza de trabajo (que en los países del Tercer Mundo incluye a los jornaleros agrícolas).
Ahora bien, ninguna clase social en la historia puede actuar con una motivación determinada si ésta no es acorde con sus intereses, tal como ella los entiende.
En la sociedad burguesa, que tiende a atomizar a los individuos, lo anterior presupone un mínimo de organización, conciencia y solidaridad colectivas. Por una serie de razones que se derivan de la historia real del movimiento obrero, del fracaso histórico de sus dos principales ramas: el estalinismo y la socialdemocracia, este movimiento atraviesa hoy una crisis extremadamente profunda que se puede resumir en la siguiente fórmula: crisis de credibilidad del proyecto socialista. Esto provoca un vacío ideológico y moral en el que penetran tendencias ideológicas reaccionarias, neoconservadoras, irracionales, mitificadoras, racistas, xenófobas e incluso profascistas. Los valores y motivaciones que transmiten van totalmente en contra de la necesidad de la “nueva ciudadanía universal”. Ellas tienden a hacer resurgir el nacionalismo más obtuso, el regionalismo, el localismo, la fragmentación extrema de los objetivos y de las preocupaciones. Todo esto agrava los peligros y el carácter explosivo de las contradicciones y de las crisis que el sistema produce y reproduce.

II. Pero si es imposible resolver los problemas de la globalización de los recursos y las crisis en el marco del capitalismo, esto no implica que ese sistema permanezca pasivo e inmutable con respecto a dicha problemática. Reacciona con un sentimiento de autodefensa. Se esfuerza por avanzar en la vía que se podría llamar de semisoluciones, de transformaciones parciales.
Así, frente a la creciente impotencia del Estado-nación como regulador de la vida económica, el gran capital se orienta hacia la creación de instrumentos supranacionales de regulación: los instrumentos continentales, como la Comunidad Económica Europea, o la coordinación internacional para la intervención económica, como los encuentros anuales del Grupo de los 7, o el reforzamiento del papel de ciertos organismos mundiales, como la ONU, el FMI, el Banco Mundial, etc.
Pero esas tentativas se realizan en el marco del sistema capitalista, con el predominio de los intereses del gran capital y de la dinámica infernal de la competencia (de la tendencia hacia el enriquecimiento privado) que prevalecen. Estos no pueden trascender sus características estructurales. Toman entonces formas específicas que tienden, de nuevo, a agregar a las contradicciones clásicas del sistema nuevas contradicciones.
De esta manera, los reagrupamientos continentales que emergen están dominados por la lógica de la competencia interimperialista. Europa, América del Norte, Asia del Este y del Sudeste, no son entidades geográficas que guarden armonía en su seno y entre ellas. Son zonas dominadas por el imperialismo alemán (o en el mejor de los casos por una alianza entre los imperialismos alemán y francés), por el imperialismo estadounidense y por el imperialismo japonés. Todos ellos sostienen entre sí una lucha de competencia, tanto más dura cuanto la depresión económica (la onda larga depresiva) se prolonga y se producen sucesivas recesiones (1973-74, 1980-82, 1991-2).
Dentro de esos agrupamientos regionales prosigue una áspera lucha de clases entre el capital y el trabajo, que se traduce, desde mediados de los años setenta, en una ofensiva mundial de la burguesía, apoyada en el aumento del desempleo y el temor que éste engendra, y también sostenida en la ofensiva ideológica neoliberal (realmente neoconservadora).
En la escala mundial, el papel creciente de organismos como el FMI y el Banco Mundial, que toman como pretexto para su injerencia el problema de la deuda, tiende a imponer a los países del Tercer Mundo medidas financieras, económicas y sociales que agravan la miseria y, por ende, el subdesarrollo, y que incrementan las distancias entre el Norte y el Sur; asimismo, tienden a legitimar la dominación imperialista sobre esos países.
Y decimos que toma como pretexto el problema de la deuda, porque el fenómeno del endeudamiento, de la “inflación del crédito”, es en sí mismo, el tipo de problema global que emerge del “capitalismo tardío”. El monto total de la deuda en dólares, sin tomar en cuenta la que se ha contratado en otras divisas, rebasa hoy la suma colosal de 10 trillones de dólares.
Los países del Tercer Mundo, que representan a la gran mayoría de habitantes del planeta, no son “responsables” más que del 15% de esa deuda. Y la palabra “responsables” no es, evidentemente, la más conveniente. La iniciativa de los préstamos proviene la mayoría de las veces de los bancos imperialistas. Y también hablar de “países” del Tercer Mundo en relación con esto es más que inapropiado. Son los gobiernos y las clases poseedoras de esos países quienes se han embolsado o han derrochado esos capitales. Son las masas trabajadoras quienes ahora están invitadas a reembolsarlo. ¿El resultado? Un proceso de pauperización terrible.

III. El diagnóstico sobrio y sombrío de las principales tendencias del desarrollo en la escala mundial se refuerza aún más con lo que pasa en el Este, donde la caída de las dictaduras estalinistas y postestalinistas no ha desembocado hasta el momento en el socialismo democrático y sí en una acentuada pauperización bajo el signo de la “economía de mercado” y de un inicio de privatización. Los efectos globales de este hundimiento tienden a agravar la crisis de credibilidad del socialismo; el sentimiento de que no hay más que la alternativa del “modelo capitalista” –el único que presenta un mínimo de eficacia, a pesar de sus daños– tiende a limitar en la práctica las posibilidades de que los gobiernos (o los candidatos o gobernantes) elijan una orientación económico-social en el Tercer Mundo.
Pero no debe concluirse que la situación es desesperante, que no hay salida a la crisis de la humanidad, que no hay posibilidades de una reacción eficaz en el camino de la “nueva ciudadanía universal” (que nosotros identificamos con el socialismo, sin que esto signifique un ultimátum. Todo mundo es libre de llamarlo como quiera. Y si las fuerzas sinceramente cristianas lo identifican con el mensaje del Sermón de la Montaña son libres de hacerlo).
Tal reacción, para ser eficaz, debe apoyarse sobre los intereses reales de las grandes masas y ser comprendida por ellas; si no, no será suficientemente masiva, continua, unitaria y eficaz. Cualquiera que sea la importancia de la educación, de la propaganda y de la contraofensiva ideológico-moral frente a la arrogancia pseudotriunfalista del neoconservadurismo elitista, con dinámica inhumana, apoyarse en los intereses materiales se mantiene más que nunca como indispensable.
El problema para una reacción eficaz contra las operaciones de las multinacionales resume en mucho las opciones y las posibilidades a las que la izquierda internacional se enfrenta.
Fundamentalmente, no hay más que dos posibilidades: una es que la izquierda acepte la lógica de la competencia nacional sobre el mercado mundial. En este caso, la izquierda sustituye la solidaridad con su propio patrón. Si elige esa vía, deberá aceptar las políticas de austeridad y de reducción de los gastos sociales. Entonces, quedará enganchada a una espiral descendiente sin fin.
Esto es así porque las multinacionales encuentran siempre un país en donde los salarios sean más bajos y los asalariados más dóciles y ejercerán siempre el chantaje de la reubicación de la industria, para arrancar por todos lados reducciones del nivel de vida de los asalariados y las asalariadas. Y las justificaciones ideológicas de esta solidaridad “nacional” son extremadamente peligrosas: es culpa de los “japoneses”, es culpa de los “árabes”, etc., mientras que, en realidad, es culpa del capital y de la lógica de la ganancia.
La segunda vía es que la izquierda opte por una solidaridad internacional de los asalariados y las asalariadas y de todos los explotados y explotadas. En ese caso, ella opone a las maniobras de las multinacionales la acción concertada para elevar los salarios más bajos, para combatir en todos lados el desempleo. Así, se compromete en una espiral ascendiente de los salarios y de las condiciones de trabajo, en lugar de aceptar la espiral contraria.
Tal acción concertada no implica para nada que la actual división internacional del trabajo heredada del colonialismo y consolidada por el imperialismo se mantenga. Implica que esa injusta división del trabajo sea superada gracias a otro modelo de desarrollo fundado no sobre la exportación de “ventajas” de los bajos salarios y la miseria, sino en el desarrollo del mercado interno (y regional) de los países del Tercer Mundo.
No es fácil construir un movimiento masivo en esta vía, no sólo por la presencia del conservadurismo en la mayoría de las direcciones sindicales y en partidos de izquierda de todo el mundo, sino también por los numerosos prejuicios y mitos de origen burgués que tienen gran peso dentro de las masas trabajadoras de muchos países. Sin embargo, es posible empezar a dar pasos en ese sentido, ante todo contra determinadas multinacionales (por ejemplo, las automotrices, en la industria eléctrica, en la industria química) que tienen sus centros de producción en numerosos países. Una reacción militante contra todo ataque a los salarios, al empleo, a las libertades sindicales en cualquiera de sus sucursales es de interés común para dos los asalariados que trabajen en esos trusts. Delegaciones sindicales militantes ya han comenzado a actuar bajo esta óptica. Esas iniciativas deben extenderse y convertirse en verdaderos reflejos condicionados.
En el clima económico y social que prevalece actualmente, la reconquista de los valores de la solidaridad como base material/materialista de la “nueva ciudadanía universal” no puede dirigirse solamente y de manera prioritaria a los asalariados y las asalariadas empleados y empleadas por las multinacionales. Debe dirigirse a todas las víctimas de la sobrexplotación: las mujeres, los desempleados, los marginados, los campesinos pobres, los inmigrantes. Ante la tentativa que apunta la ofensiva del gran capital de fragmentar la respuesta de sus víctimas, la izquierda debe oponer un esfuerzo por unificar los combates: combates contra la austeridad y la miseria, pero también por el respeto universal de los derechos del hombre y la mujer; combate contra el militarismo, combate ecológico, combate por las libertades democráticas, combate por la democratización de las decisiones económicas, combate contra las estructuras jerárquicas y autoritarias en la economía y en el Estado.
La izquierda, el socialismo revitalizado, será pluralista, democrático, autogestionario, feminista, ecologista, radicalmente pacifista, antimilitarista, internacionalista y tercermundista o no será.

IV. Una de las lecciones principales que se desprende del fracaso del estalisnismo y que explica también la crisis creciente de la socialdemocracia es la quiebra histórica de toda tentativa de querer resolver la cuestión social con el sustitucionismo, la tentativa de querer restituir la felicidad a los pueblos y a las masas a pesar de ellas mismas. Esta tentación puede ser resultado del dogmatismo y de la pseudo-realpolitk. Pero a la larga siempre se demuestra ineficaz. Es forzosamente contraria a los principios básicos del socialismo, según los cuales la emancipación de los trabajadores y las trabajadoras no puede ser obra más que de ellos y ellas mismas. Los Estados, los gobiernos, los partidos, los sindicatos pueden ser instrumentos indispensables de esta autoemancipación. Pero no pueden jamás sustituir a los trabajadores y a las trabajadoras.
La emancipación humana es una obra de largo plazo y de una inmensa complejidad. No existe ningún manual que pueda prever todas sus etapas. A pesar de la fuerza científica del marxismo, no basta remitirse a él y poder pensar que es infalible. Todos los partidos, gobiernos y dirigentes de izquierda han cometido graves errores. El problema no es evitarlos –lo que es imposible– sino reducir su amplitud y corregirlos lo más rápidamente posible.
Las masas pueden equivocarse y se equivocan frecuentemente. La vanguardia tiene el derecho y el deber de mostrar esos errores. Pero no tiene el derecho de buscar impedirlos a través de medidas administrativas ni represivas. La dialéctica del desarrollo de la conciencia de clase incluye el derecho a esa autonomía de las masas.
Insistir sobre la indispensable dimensión democrática y pluralista de la acción de la izquierda socialista y sobre el hecho de que ella asuma la defensa de la actuación autónoma y de la autoorganización de las masas permite comprender el porqué del fracaso del estalinismo y de la socialdemocracia para poder desembocar en una contraofensiva de izquierda frente a la ofensiva del neoconservadurismo pseudoliberal.
En el mundo actual, caracterizado por divisiones y contradicciones sociales y económicas cada vez más explosivas, la burguesía es incapaz de priorizar el respeto universal de los derechos del hombre y la mujer. Es incapaz de tolerar el derecho de las masas a rechazar los “imperativos del mercado” (en realidad de la ganancia) como ella rechaza la “economía de mando”.
Sólo el socialismo democrático puede asegurar el derecho de las masas a decidir, libre y democráticamente, el modelo de sociedad y economía.
Podemos combatir porque en América Latina se viva como en las metrópolis, lo que significa: asegurar prioritariamente la satisfacción de algunas necesidades básicas, que nadie pase hambre, que no haya más niños que mueren de enfermedades curables, que no haya más gente sin vivienda, que el analfabetismo desaparezca, que el desempleo sea abatido de tajo. Este es un formidable boomerang contra el capital internacional. Es una batalla que podemos ganar. Contra el despotismo de Estado y el despotismo del mercado, por la soberanía democrática de las masas.
¿Esta batalla se contrapone a las exigencias de eficacia económica? No lo creemos.
Uno de los problemas globales con los que la humanidad se enfrenta es el de la aplicación racional (principalmente, respetando los imperativos ecológicos) de la tecnología de punta. Los productores y productoras libremente asociados podrían transformarse en verdaderos empresarios creadores, a condición de probar en la práctica que ellos y ellas gozan realmente de los frutos de sus esfuerzos. La dignidad y la libertad humana deben prevalecer antes que la eficiencia económica.


(Aparecido en Inprecor A.L. N° 23, julio de 1992)
Fuente: El Cielo por Asalto N° 5, (1993).

viernes, junio 09, 2006

Nº:22 - Debate sobre el futuro de los Foros Sociales

Debate sobre el futuro de los Foros Sociales.
Samir Amin y François Houtart

Los Foros Sociales Mundiales (FSM), ya sean continentales (1), nacionales o temáticos, son puntos de encuentro y de intercambio para todos los que, según los términos de la Carta de Principios de Porto Alegre (2), “se oponen al neoliberalismo, a la dominación del mundo por el capital y a toda forma de imperialismo, y que se dedican a construir una sociedad planetaria centrada en el ser humano”. Un cuarto de siglo después de la elaboración del “Consenso de Washington (3)” y quince años después de la caída del muro de Berlín, la creciente convergencia de las resistencias se expresa en la protesta contra los grandes centros de decisión planetarios: Organización Mundial de Comercio (OMC), Banco Mundial (BM), Fondo Monetario Internacional (FMI), G-8, Consejos Europeos, Cumbres de las Américas, Davos, etc. Seattle sirvió, en diciembre de 1999, como modelo. Después, a partir de Porto Alegre (4), en enero de 2001, vinieron los Foros Sociales Mundiales, espacios de reunión y coordinación de esas resistencias a escala intercontinental.

Pero esta configuración tenía algunos antecedentes: sólo mencionaremos al People’s Power 21 (Poder Popular para el siglo XXI) que reúne a movimientos y organizaciones no gubernamentales de Asia; el Encuentro intergaláctico de los zapatistas en Chiapas, en 1996; y “El otro Davos” que tuvo lugar en Zurich en enero de 1999, al mismo tiempo que el “verdadero”.

La fase neoliberal del capitalismo, a la cual la Carta de Porto Alegre hace referencia, nació de la crisis de los años setenta, con el agotamiento de los tres pilares de la economía mundial, que eran:

— El modelo keynesiano de colaboración entre capital, trabajo y estado
— El socialismo llamado “real”
— El modelo de Bandung (o de desarrollo nacional) de los países del Tercer Mundo.

Esta nueva fase se caracteriza por el refuerzo a escala planetaria de lo que Kart Marx llamaba la sumisión del trabajo al capital, en el propio seno del proceso de producción. Pero como la gran mayoría de la población mundial no es asalariada, la generalización de esta sumisión a todos los grupos sociales (pequeños campesinos, mujeres, sectores urbanos informales, pueblos autóctonos, clases medias, etc.) se efectúa por medios diferentes al salario. Por ejemplo, por los mecanismos financieros (pago de la deuda y utilización de los paraísos fiscales) y jurídicos (normas impuestas por el FMI, el BM, la OMC) que refuerzan la lógica financiera como criterio exclusivo de desarrollo.

Todos los grupos sociales subalternos están hoy duramente afectados en su vida cotidiana por la mercantilización de la educación y la salud, por la privatización del agua y los servicios públicos, por la reducción de la inversión en infraestructuras y por la caída de los precios agrícolas. En resumen, por el dominio universal del mercado y las finanzas, y por la concentración de las decisiones económicas en manos de las multinacionales. Punta de lanza del sistema global, los EE.UU. son también la defensa de su seguridad, al garantizar militarmente el control (y su corolario que es el despilfarro) de los recursos naturales mundiales. Así precipitan rupturas ecológicas cuyas dramáticas dimensiones no afectan solamente a las clases más pobres (que han vivido siempre en un universo de desolación), sino al conjunto de la población. Es la razón por la cual, para sectores cada vez más numerosos, el carácter destructor del capitalismo se impone hoy por encima de su aspecto creador de bienes y de servicios, por otra parte distribuidos de manera cada vez más desigual. Por eso suscita la multiplicación de las resistencias, ante las cuales aparece como el adversario común.

Como consecuencia, los Foros Sociales muestran una diversidad que constituye también su riqueza: geográfica (todos los continentes), sectorial (campesinos, pueblos indígenas, obreros, mujeres, ecologistas, intelectuales), asociativo (movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales [ONG]), ideológica (partidarios de la humanización del capitalismo o de su superación). También se caracterizan por su gestión no jerarquizada. Un Foro constituye un espacio de acogida y de servicios, un lugar de encuentro y de intercambios, y no una entidad que puede tomar decisiones colectivas. Con miles de movimientos y organizaciones del mundo entero, y decenas de miles de participantes, tal eventualidad conduciría inevitablemente a su explosión, a la vez por razones prácticas (el tiempo necesario para ponerse de acuerdo sobre las prioridades) y por motivos ideológicos, dada la diversidad de opciones sobre el largo plazo.

El gran avance que se debe reconocer a los seis FSM realizados hasta hoy (cuatro en Porto Alegre, uno en Bombay y, el último, en 2006, organizado de modo policéntrico en Bamako, Caracas y Karachi) es haber anclado en la conciencia colectiva el hecho de que el neoliberalismo no es eterno y que existen alternativas para oponérsele, que tienen que ver con la utopía o con medidas a corto y medio plazo. Los foros también han contribuido a la constitución o al refuerzo de redes internacionales de lucha para promover esas alternativas en los ámbitos más variados: deuda externa de los países en desarrollo; impuestos globales; paraísos fiscales; Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS): agua; Organismos Genéticamente Modificados (OGM); soberanía y seguridad alimentarias en torno a Vía Campesina (coordinación mundial de los movimientos campesinos), etc. La propia existencia de los foros se ha convertido en un hecho político y se ha creado una nueva esperanza a nivel mundial.

Después de esta etapa de crecimiento, importancia y consolidación, los foros deben ahora afrontar nuevos desafíos, entre los cuales el más importante es pasar de la elaboración de una conciencia colectiva a la construcción de actores colectivos, con el fin de lograr la constitución de un nuevo sujeto histórico. Sujeto que incluya, ciertamente, a la clase obrera, como en los siglos XIX y XX pero, junto a ella, un abanico mucho más amplio de actores y movimientos sociales. En el marco de los Foros, y para favorecer esta evolución, cada año se reúne una Asamblea de Movimientos Sociales que produce documentos, cronogramas y propuestas de acción.

De esta asamblea surgió, en enero de 2003, el proyecto de una manifestación mundial contra la guerra que se preparaba contra Iraq y que, el 18 de marzo siguiente, reunió en más de 600 ciudades del mundo a cerca de 15 millones de personas. Entre las propuestas de acción para los próximos meses, que surgieron de la Asamblea realizada durante el FSM de Caracas, en enero de 2006, podemos mencionar el apoyo a los movimientos rusos que organizan la protesta contra la cumbre del G-8 en San Petersburgo (julio de 2006) y una jornada internacional de acción contra el Banco Mundial y el FMI ante sus sedes en el mundo entero (septiembre de 2006).

El segundo desafío está referido a la viabilidad de los propios Foros, a su base material de funcionamiento y a su organización interna. Si se toma en cuenta la cantidad de participantes, en constante aumento, y su renovación generacional, hoy puede afirmarse que no hay un riesgo de agotamiento. Pero son reales los problemas de intendencia, el tiempo y los recursos financieros invertidos, así como las dificultades de organización. A lo que debe agregarse la dificultad de hacer participar a las categorías populares y el peligro de concentrarse en los grupos permanentes de organizaciones que disponen de recursos suficientes.

El tercer desafío está referido a la adopción de estrategias ante instituciones y Gobiernos cuyas políticas son denunciadas por los Foros, pero que practican hábilmente la subversión semántica cuando utilizan, en un sentido totalmente diferente y al servicio de los grupos sociales dominantes, los mismos conceptos de “sociedad civil”, “democracia participativa”, “lucha contra la pobreza”, etc.; Gobiernos que también tratan de “cooptar” a las organizaciones y militantes activos que logran detectar (con el financiamiento de actividades o de proyectos, invitaciones a Davos, participación en iniciativas de los organismos financieros internacionales). Y, al mismo tiempo, algunos de esos Gobiernos, criminalizan a los movimientos sociales y a las ONG progresistas, endurecen los procedimientos judiciales con el pretexto de la lucha antiterrorista, encarcelan y hacen asesinar a los dirigentes populares.

La perennidad de los Foros (5) es, entonces, indisociable de la construcción de actores colectivos comprometidos aquí y ahora, tanto a nivel nacional y continental (especialmente europeo) como internacional, en la acción para determinar políticas que esbocen los primeros rasgos de “otro mundo es posible”. A este objetivo quiso contribuir el Llamamiento de Bamako (6). Su contenido es el fruto del trabajo de una red de organizaciones, de movimientos sociales y de centros de apoyo a su servicio, reunidos en la víspera de la sesión del FSM descentralizado de 2006 en Mali, en conmemoración del 50º aniversario de la Conferencia de Bandung. El llamamiento completa el Manifiesto de Porto Alegre (7), que fue el primer intento, en enero de 2005, de hacer coherentes los logros de los foros mediante la formulación de una docena de grupos de medidas estructurantes. El debate sobre el futuro y los logros de los Foros Sociales, iniciado durante el Foro Social Europeo de París/Saint-Denis en 2003, se vuelve ahora una cuestión central. En primer lugar, pero no exclusivamente, en su propio seno.


(1) Después de Florencia (2002), París/Saint-Denis (2003) y Londres (2004), es Atenas quien recibirá, del 3 al 7 de mayo de 2006, al IV Foro Social Europeo.

(2) www.forumsocialmundial.org.br/main.php?id_menu=4&cd_language=3

(3) Se denomina “Consenso de Washington” a las diez orientaciones de naturaleza liberal enunciadas en 1990 e impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) a los países que solicitaban ayuda financiera. Van desde la compresión del déficit presupuestario a la reducción de la progresividad de los impuestos, pasando por la liberalización del comercio y la privatización de las empresas del Estado.

(4) Véase Bernard Cassen, Tout a commencé à Porto Alegre, Mille et une nuits, Paris, 2003.

(5) El próximo Foro Social Mundial tendrá lugar en Nairobi (Kenia) en enero de 2007.

(6) El Llamamiento de Bamako está disponible en varios idiomas en los sitios del Foro del Tercer Mundo y del Foro Mundial Alternativo: forumtiersmonde.net; www.forumdesalternatives.org

(7) El texto del Manifiesto de Porto Alegre fue publicado en Manière de voir, “En lutte”, nº 84, noviembre-diciembre de 2005.

viernes, junio 02, 2006

Nº:21 - Repensar el movimiento social (Bourdieu)

Cuando hablamos de Europa, simplemente no es fácil ser comprendido. El campo periodísitico, que filtra, intercepta e interpreta todos los discursos según su lógica más típica, la del “a favor” y la de “en contra” y la del “todo o nada”, intenta imponer a todos la endeble elección que se impone a sí mismo: estar “a favor” de Europa, es decir ser progresista, abierto, moderno, liberal, o no estarlo, y condenarse así al arcaísmo, a quedarse en el pasado, al poujadismo, al lepenismo, e incluso al antisemitismo... Como si no hubiera otra opinión legítima más que la adhesión incondicional a Europa tal como es y se prepara a ser, es decir reducida a un banco y a una moneda única y sometida al imperio de la competencia sin límites... Pero para escapar realmente a esta alternativa grosera no tendríamos que creer que invocar a una “Europa social” es suficiente. Aquéllos que, como los socialistas franceses, apelan a este engaño retórico no hacen más que llevar a un grado de ambigüedad superior las estrategias de “ambigüidización” política del “social liberalismo” a la inglesa, ese thatcherismo apenas procesado que no cuenta, para ser vendido, más que con la utilización oportunista de la simbólica, mediáticamente reciclada, del socialismo. Es así como los socialdemócratas que actualmente se hallan en el poder en Europa, pueden contribuir, en nombre de la estabilidad monetaria y del rigor presupuestario, con la liquidación de las conquistas más admirables de las luchas sociales de los dos últimos siglos, universalismo, igualitarismo (con los distingos jesuíticos entre igualdad y equidad), internacionalismo, y con la destrucción de la esencia misma de la idea o del ideal socialista, es decir, a grosso modo, la ambición de proteger o de reconstruir por medio de una acción colectiva y organizada las solidaridades amenazadas por el juego de las fuerzas económicas. Y trabajan así, para inventar el socialismo sin lo social que asesta el golpe de gracia a la esperanza socialista luego de las “experiencias” criminales del “sovietismo” que les sirve de coartada.

What is left of the left?

Para aquellos que juzgasen este cuestionamiento como excesivo y demasiado poco argumentado, he aquí algunas preguntas: ¿No es tristemente significativo que, en el mismo momento en que su acceso más o menos simultáneo a la condición de varios países europeos abre a los socio-demócratas una posibilidad real de concebir y de dirigir en común una verdadera política social, no se les ocurra siquiera la idea de explorar las posibilidades de acción políticas que así les son ofrecidas en materia fiscal, pero también en materia de empleo, de intercambios económicos, de derecho al trabajo y de formación o de vivienda social? ¿No es sorprendente , y revelador, que ni siquiera traten de procurarse los medios para contrarrestar eficazmente el proceso, ya fuertemente avanzado, de destrucción de las conquistas sociales de la Welfare, instaurando por ejemplo, en el seno de la zona europea, normas sociales comunes en materia, de salario mínimo racionalmente modulado, de tiempo de trabajo o de formación profesional de los jóvenes, lo que tendría por efecto evitar dejar a los Estados Unidos el estatuto de modelo indiscutido que le confiere la doxa mediática? ¿No es sorprendente que se apresuren por el contrario a reunirse para favorecer el funcionamiento de los “mercados financieros” antes bien que para controlarlo por medio de medidas colectivas tales como la instauración (presente en otros tiempos en sus programas electorales) de un régimen tributario internacional del capital (que versan particularmente sobre los movimientos especulativos a muy corto término) o la reconstrucción de un sistema monetario capaz de garantizar la estabilidad de las relaciones entre las economías? ¿No es particularmente difícil aceptar que el poder exorbitante de censura de las políticas sociales que es acordado, fuera de todo control democrático, a los “guardianes del euro” (tácitamente identificado a Europa) prohiba financiar un gran programa público de desarrollo económico y social fundado en la instauración voluntarista de un conjunto coherente de “leyes de programación” europeas, particularmente en ámbitos tales como la educación, la salud y la seguridad social –lo que conduciría a la creación de instituciones transnacionales abocadas a substituirse progresivamente, al menos en parte, a las administraciones nacionales o regionales que la lógica de una unificación únicamente monetaria y mercante condena a entrar en una competencia perversa?
Está claro que, dada la parte ampliamente preponderante de los intercambios intra-europeos en el conjunto de los intercambios económicos de los diferentes países de Europa, los gobiernos de estos países podrían poner en marcha una política común que apunte al menos a limitar los efectos de la competencia intra-europea y a oponer una resistencia colectiva a la competencia de las naciones no europeas y, en particular, a los mandamientos norteamericanos, poco conformes las más de las veces a las reglas de la competencia pura y perfecta que ellos mismos se supone que protegen. Ello en lugar de invocar el espectro de la “mundialización” para hacer pasar, en nombre de la competencia internacional, el programa regresivo en materia social que el empresariado no dejó de promover, tanto en los discursos como en las prácticas, desde mediados de los años 70: reducción de la intervención pública, movilidad y flexibilidad de los trabajadores (con la desmultiplicación y la precarización de los estatutos, la revisión de los derechos sindicales y la suavización de las condiciones de despido), ayuda pública la inversión privada a través de una política de ayuda fiscal, reducción de las cargas patronales, etc. En resumen, no haciendo prácticamente nada a favor de la política que ellos profesan, a pesar de que todas las condiciones están dadas para que puedan realizarla, revelan claramente que ellos no quieren verdaderamente esta política.

Europa social y movimiento social europeo

La historia social enseña que no hay política social sin un movimiento social capaz de imponerla (y que no es el mercado, como se trata de hacer creer hoy, sino el movimiento social, el que ha “civilizado” la economía de mercado, contribuido en gran medida a su eficacia). En consecuencia, la cuestión, para todos los que quieren realmente oponer una Europa social a una Europa de bancos y de la moneda, flanqueada por una Europa policial y penitenciaria (ya muy avanzada) y por una Europa militar (consecuencia probable por la intervención en Kosovo), es de saber cómo movilizar las fuerzas capaces de llegar a este fin y a qué instancias pedir este trabajo de movilización. Evidentemente pensamos en la Confederación europea de los sindicatos que acaba de recibir –más vale tarde que nunca- a la CGT). Pero nadie podrá contradecir a los especialistas que, como Corinne Gobin, muestran que el sindicalismo tal como se manifiesta a nivel europeo se comporta ante todo como “partenaire” preocupado en participar en el decoro y la dignidad de la gestión de los negocios europeos llevando a cabo una acción de lobbying bien moderada, conforme a las normas del “diálogo”, apreciado por Jacques Delors. Y no se podría negar que no ha trabajado mucho en procurarse los medios organizacionales para contrarrestar eficazmente las voluntades del empresariado (organizado en la Unión de confederaciones de la industria y de los empleadores europeos, y dotado de un grupo de presión poderoso, capaz de dictar sus voluntades en Bruselas), y de imponerle, con las armas ordinarias de la lucha social, huelgas, manifestaciones, etc., verdaderas convenciones colectivas a escala europea.
Entonces, no pudiendo esperar, de la Confederación europea de los sindicatos, que se una a un sindicalismo resueltamente militante, al menos a corto término, forzosamente aparece en primer lugar, y de manera provisoria, la inclinación hacia los sindicatos nacionales. Sin ignorar, de todos modos, los obstáculos inmensos a la verdadera conversión que habría que producir para escapar, a nivel europeo, a la tentación tecnocrático- diplomática, y a nivel nacional, a las rutinas y a las formas de pensamiento que tienden a encerrarlas en los límites de la nación. Y ello sucede en un momento en el que, bajo el efecto de la política neo-liberal, en particular, y de las fuerzas de la economía abandonadas a su lógica, - por ejemplo, con la privatización de una gran cantidad de colectivos de trabajo y la multiplicación de “changas” encasilladas, las más de las veces, en los servicios, lo que significa: temporarios, de tiempo parcial, interinos y a veces a domicilio-, las bases mismas de un sindicalismo de militantes están amenazadas, tal como lo demuestran no sólo la disminución de la sindicalización, sino también y sobre todo la débil participación de los jóvenes y de los jóvenes que provienen de la inmigración, que suscitan tantas inquietudes, y que nadie –o casi nadie- piensa en movilizar en este frente.
El sindicalismo europeo que podría ser el motor de una Europa social tiene que ser inventado, y no puede serlo sino con el precio de toda una serie de rupturas más o menos radicales: ruptura con los particularismos nacionales, incluso nacionalistas, de las tradiciones sindicales, siempre encerradas en los límites de los Estados, de los cuales esperan una gran parte de los recursos indispensables para su existencia y que definen y delimitan los intereses y los terrenos de sus reivindicaciones y de sus acciones; ruptura con un pensamiento concordatario que tiende a desacreditar el pensamiento y la acción críticos, a valorizar el consenso social al punto de alentar a los sindicatos a compartir la responsabilidad de una política que aliente no sólo el discurso mediático-político en cuanto a las necesidades ineluctables de la “mundialización” y en cuanto al imperio de los mercados financieros (detrás de los cuales los dirigentes políticos quieren disimular su libertad de elección), sino también la conducta misma de los gobiernos socio-democráticos que, prolongando y reconduciendo, en puntos esenciales, la política de los gobiernos conservadores, hacen aparecer esta política como la única posible; ruptura con un neo-liberalismo hábil en presentar las exigencias inflexibles de contratos de trabajo leoninos con la excusa de la “flexibilidad” (por ejemplo, con las negociaciones sobre la reducción del tiempo de trabajo y sobre la ley de las treinta y cinco horas que presenta todas las ambigüedades objetivas de una relación de fuerza cada vez más desequilibrada por el hecho de la generalización de la precariedad y de la inercia de un Estado más inclinado a ratificarlo que a ayudar a transformarlo); ruptura con un “socioliberalismo” de gobiernos proclives a dar a medidas de desregulación favorables, a un refuerzo de las exigencias patronales la apariencia de conquistas inestimables de una verdadera política social.
Este sindicalismo renovado apelaría a agentes movilizadores animados por un espíritu profundamente internacionalista y capaces de superar los obstáculos ligados a las tradiciones jurídicas y administrativas nacionales y también a las barreras sociales interiores de la nación, las que separan las ramas y las categorías profesionales, y también las clases de género, de edad y de origen étnico. Es paradójico, en efecto, que los jóvenes y en especial los que provienen de la inmigración - y que están tan obsesivamente presente en los fantasmas colectivos del miedo social, generado y mantenido en y por la dialéctica infernal de la competencia política a favor de los votos xenófobos y de la competencia mediática a favor de la audiencia máxima - tengan en las preocupaciones de los partidos políticos y de los sindicatos progresistas un lugar inversamente proporcional al que se les da, en toda Europa, el discurso acerca de la “inseguridad” y la política que dicho discurso alienta. ¿Cómo no esperar o tener la esperanza de una especie de internacional de “inmigrados” de todos los países que uniría a turcos, cabilas y surinamitas en la lucha que ellos conducirían, asociados con los trabajadores nativos de los diferentes países europeos, en contra de sus empleadores, y, más ampliamente, en contra de las fuerzas económicas dominantes que, a través de las diferentes mediaciones, también son responsables de su emigración? Y tal vez las sociedades tendrían mucho que ganar si estos jóvenes, objetos pasivos de una política relativa a la seguridad social, a los que se llama obstinadamente “inmigrados” en tanto que son ciudadanos de las naciones de la Europa de hoy, a menudo desarraigados y desorientados, excluidos también de las estructuras contestatarias organizadas, y sin otra salida que la sumisión resignada, que a veces se predica con el nombre de integración, la pequeña o la gran delincuencia, o las formas modernas del motín que son las revueltas de los suburbios; si estos jóvenes se transformaran en agentes activos de un movimiento social renovador y constructivo.
Pero también podemos pensar, para desarrollar, en cada ciudadano las disposiciones internacionalistas que de aquí en más son la condición de todas las estrategias eficaces de resistencia, en todo un conjunto de medidas, sin duda dispersas y discretas tales como la instauración, en cada organización sindical, de instancias específicamente acondicionadas con el fin de relacionarse con las organizaciones de otras naciones y encargadas particularmente en recoger y hacer circular información internacional; el establecimiento progresivo de reglas de coordinación, en materia de salarios, de condiciones de trabajo y de empleo (esto con el fin de combatir la tentación de aceptar acuerdos acerca de una política de moderación de los salarios o, como en algunas empresas de Inglaterra, sobre una renuncia al derecho de huelga); la institución, sobre el modelo de los que unen ciudades de diferentes países, asociaciones entre sindicatos de igual categoría profesional (ya sea por no citar más que categorías ya comprometidas en los movimientos transnacionales, los camioneros, los empleados de transportes aéreos, los pequeños agricultores, etc.) o de regiones fronterizas (sobre la base, llegado el caso, de reivindicaciones o de solidaridad regionales); el refuerzo, en el seno de empresas multinacionales, de comités de empresas internacionales, capaces de resistir a las presiones fraccionistas de las direcciones centrales; el estímulo de políticas de reclutamiento y de movilización en dirección a los inmigrados que, de objeto y de intereses de las estrategias de los partidos y de los sindicatos, pasarían a ser de esta manera, en el seno mismo de las organizaciones, como factores de división y de incitación a la regresión hacia el pensamiento nacionalista, incluso racista; el reconocimiento y la institucionalización de nuevas formas de movilización y de acción, como las coordinaciones y el establecimiento de lazos de cooperación activa entre sindicatos de los sectores público y privado que tienen pesos muy diferentes según el país; la “conversión de los espíritus” (sindicales y otros) que es necesaria para romper con la definición estrecha de lo “social”, reducido al mundo del trabajo cerrado sobre sí mismo, para ligar las reivindicaciones sobre el trabajo a las exigencias en materia de salud, de vivienda, de transportes, de formación, de relaciones entre los sexos y de tiempo libre y para comprometer esfuerzos de reclutamiento y de resindicalización en los sectores tradicionalmente desprovistos de mecanismos de protección colectiva (servicios, empleo temporario).
Pero no podemos privarnos de un objetivo tan visiblemente utópico como la construcción de una confederación sindical europea unificada: semejante proyecto es indispensable, sin duda, para inspirar y orientar la búsqueda colectiva de innumerables transformaciones de las instituciones colectivas y de miles de conversiones de disposiciones individuales que serán necesarias para “hacer” el movimiento social europeo. Si bien, sin ninguna duda, es útil - para pensar esta empresa difícil e incierta - inspirarse en el modelo del proceso descrito por E. P. Thompson en The Making of English Working Class, tenemos que cuidarnos de llevar demasiado lejos la analogía y de pensar al movimiento social europeo del futuro sobre el modelo del movimiento obrero del siglo pasado: los cambios profundos que conoció la estructura social de las sociedades europeas, de los cuales el más importatne es sin duda la disminución, en la industria misma, de los obreros en relación con los que hoy se denominan los “operadores” y que, más ricos, relativamente, en capital cultural, serán capaces de concebir nuevas formas de organización y nuevas armas de lucha, y de entrar en nuevas solidaridades interprofesionales.No hay condición más absoluta para la construcción de un movimiento social europeo que el repudio de todas las formas habituales de pensar el sindicalismo, los movimientos sociales y las diferencias nacionales en estos ámbitos, no hay tarea más urgente que la invención de formas de pensar y de actuar nuevas que impone la precarización. Fundamento de una nueva forma de disciplina social, surgida de la inseguridad y del temor al desempleo, que alcanza hasta los niveles más favorecidos del mundo del trabajo, la precarización generalizada puede hallarse en el principio de solidaridades de un tipo nuevo, en su extensión y en su principio, sobre todo ante crisis que son percibidas como particularmente escandalosas cuando toman la forma de despidos masivos impuestos por la preocupación de proveer perfiles suficientes a los accionistas de empresas ampliamente beneficiarias. Y el nuevo sindicalismo deberá saber apoyarse en las nuevas solidaridades entre víctimas de la política de precarización, casi tan numerosas hoy en las profesiones de gran capital cultural como la enseñanza, las profesiones de la salud y las profesiones de la comunicación (los periodistas) como en los sectores de empleados y obreros. Pero previamente deberá trabajar en producir y difundir tanto como sea posible un análisis crítico de todas las estrategias, a menudo muy sutiles, con las cuales colaboran, sin necesariamente saberlo, ciertas reformas de gobiernos socio-demócratas y que se puede subsumir bajo el concepto de flexplotación: reducción del tiempo de trabajo, multiplicación de empleos temporarios y de tiempo parcial. Análisis tanto más difícil de hacer, y sobre todo de imponer a aquellos a quienes debería darles lucidez acerca de su condición, en la medida en que, por una suerte de efecto de armonía preestablecida, las estrategias ambiguas son con frecuencia ejercidas, en todos los niveles de la jerarquía social, por víctimas de semejantes estrategias, docentes precarios a cargo de alumnos marginalizados e inclinados a la precaridad, trabajadores sociales sin garantías sociales que deben acompañar y asistir a poblaciones de las que están muy próximos por su condición, etc., todos llevados a entrar y a extenderse en las ilusiones compartidas.
Pero también habría que terminar, con otras preconcepciones muy expandidas que, al impedir ver la realidad tal cual es, desalentar la acción para transformarla. Es el caso de la oposición que hacen los “politólogos” franceses y los periodistas “formados” en su escuela, entre el “sindicalismo protestatario” (que hoy estaría encarnado en SUD o en la CGT) y el “sindicalismo de negociación” del cual la DGB, hoy erigida en norma de toda práctica sindical digna de ese nombre, sería la encarnación. Esta representación desmovilizadora no permite ver que las conquistas sociales no pueden ser obtenidas sino por medio de un sindicalismo bastante organizado que pueda movilizar la fuerza de cuestionamiento necesaria para arrancar al empresariado y a las tecnocracias verdaderos avances colectivos y para negociar e imponer en su base los compromisos y las leyes sociales en las cuales ellos se inscriben en forma duradera (¿No es significativo que la palabra misma de movilización esté muy desacreditada por los economistas de obediencia neo-liberal, obstinadamente apegados a no ver más que un conjunto de elecciones individuales en lo que es, de hecho, un modo de resolución y de elaboración de los conflictos sociales y un principio de invención de nuevas formas de organización social?). Hoy, su incapacidad para unirse en torno a una utopía racional ( que podría ser una verdadera Europa social), y la debilidad de su base militante a la que no saben imponer el sentimiento de su necesidad (es decir, primero de su eficacia) que, tanto como la competencia para el mejor posicionamiento en el mercado de los servicios sindicales, es lo que impide a los sindicatos superar los intereses corporativos a corto término por medio de un voluntarismo universalista capaz de superar los límites de las organizaciones tradicionales y de dar toda su fuerza, particularmente integrando plenamente el movimiento de los desempleados, a un movimiento social capaz de combatir y de contrarrestar los poderes económicos y financieros en el lugar mismo, de ahora en más, internacional; de su ejercicio. Los movimientos internacionales recientes entre los que la marcha europea de los desempleados es el más ejemplar son sin duda los primeros signos, aún fugitivos seguramente, del descubrimiento colectivo, en el seno del movimiento social y más allá de la necesidad vital del internacionalismo o, más precisamente, de la internacionalización de los modos de pensamiento y de las formas de acción.