sábado, agosto 26, 2006

Nº:33 - ATTAC, más allá de la Tasa Tobin.

ATTAC, más allá de la Tasa Tobin.
Francisco Morote

La esencia de Attac es su radical disconformidad con una globalización dictada en interés de una minoría, de una élite económica internacional, de una oligarquía capitalista mundial. Atacc sabe y denuncia que esa élite, esa oligarquía domina y controla en lo fundamental a los principales organismos económicos internacionales - FMI, BM, OMC - y ejerce una influencia con frecuencia determinante sobre los Estados más poderosos del mundo - G7 -. Frente a esa élite,esa oligarquía, cuyo símbolo más representativo es el Foro Económico Mundial de Davos, Attac levanta la bandera del derecho de la mayoría de la humanidad a decidir, de la reivindicación democrática del gobierno del mundo, del papel que pueden y deben jugar una mayoría de Estados democráticamente constituidos, en el único marco verdaderamente representativo de la comunidad internacional, es decir, en la ONU. De ahí que el objetivo central de Attac sea el ! de restituir a los ciudadanos la capacidad de decisión que las políticas neoliberales le han arrebatado.

El experimento de la globalización neoliberal, impulsado por esa oligarquía capitalista mundial y por los gobiernos, especialmente del ámbito anglosajón a su servicio, ha fracasado. Lo ilustran los desastres económicos de los años noventa del siglo pasado acaecidos en el sureste asiático, América Latina y Rusia. La globalización neoliberal ha agravado las desigualdades entre el Norte y el Sur y entre las clases sociales de cada país. Y pese a todo con menor aparato propagandístico, pero con el mismo empeño pretenden seguir imponiendo el modelo de globalización aberrante que tan graves consecuencias económicas, sociales y medioambientales está teniendo. No es extraño que esa extraordinaria agresión haya provocado una reacción de resistencia de los muchos damnificados y disconformes que su proyecto ha suscitado. Desde el movimiento zapatista, la lucha victoriosa contra el Acuerdo Multilateral de Inversiones ( AMI ), y el na! cimiento del propio Attac, hasta los hechos emblemáticos de Seattle, Génova, etcétera, y la creación del Foro Social Mundial de Porto Alegre, se ha ido perfilando un esbozo de alternativa a la globalización neoliberal aún insuficientemente desarrollado, pero con fuertes componentes ecologistas, pacifistas, de defensa de los derechos humanos y de solidaridad internacional, cuyos principales protagonistas hasta ahora han sido los nuevos movimientos sociales. Por consiguente la tarea central de Attac es contribuir a crear una alternativa mundial, de carácter democrático, a la globalización neoliberal. Para ello ya ha aportado algunas propuestas específicas que el conjunto del movimiento altermundista ha hecho suyas, como la Tasa Tobin y la supresión de los paraísos fiscales. Sin embargo, el proyecto altermundista no se agota en las propuestas del propio Attac y de otras organizaciones antiglobalizadoras.

En mi opinión Attac, junto con las organizaciones que se identifican con los principios de los Foros Sociales Mundiales, tiene que participar en el proceso, posiblemente en marcha, de la conformación de una alternativa mundial a la globalización neoliberal. Esa alternativa apunta al protagonismo que tiene que asumir una ciudadanía concienciada y los Estados democráticos, y al papel de una ONU renovada, únicas instancias capaces de diseñar una propuesta global eficaz y creible para un futuro mejor de la gran mayoría de la humanidad. Esa propuesta de la que hay algo más que indicios, bien podría ser no la de una globalización que ha resultado unilateral y discriminatoria, sino la de una conglobación multilateral e incluyente sobre la que expongo algunas ideas. Frente a la globalización ( neoliberal ) cuya alternativa es la de un mercado mundial unificado, una especie de marca Mercamundo, producida por y para favorecer los intereses de un! a élite u oligarquía capitalista internacional, hay una alternativa que puede y debe ser construida desde el interés de la inmensa mayoría de la humanidad y por ella. A esa alternativa desarrollada por y para la inmensa mayoría de la sociedad la llamo conglobación. Con esa palabra ( el término existe en castellano con el significado : 1 Acción y efecto de conglobar - unir o juntar cosas o partes, de modo que formen un conjunto o montón - y 2 juntamente y en compañía ) quiero expresar la idea de la constitución conjunta, colectiva, de un nuevo orden mundial, de otro mundo mejor posible. La idea de la conglobación así definida, concuerda con el método e, incluso, con el objetivo de construir entre todos los pueblos y los Estados, libre y voluntariamente, un mundo más justo y solidario, más pacífico y respetuoso con la naturaleza. Y de hacerlo desde bases más igualitarias y democráticas, mediante grandes acuerdos part! icipados por todos, a los que se sume la inmensa mayoría de la humanidad y sus representaciones democráticas. Construir un mundo no para el enriquecimiento de una parte minoritaria de la humanidad, sino para la satisfacción de los derechos de todos los seres humanos.

En cierto modo la conglobación, como construcción colectiva del orden mundial, ya existe y está en marcha. Y por débil, insuficiente y contradictorio que nos parezca, uno de sus motores ha sido la ONU y, especificamente, su Asamblea General, organismo mucho más representativo de la comunidad política internacional que su Consejo de Seguridad. De la ONU, de la mayoría de sus miembros que mal que bien representan a muchos pueblos de la Tierra, han partido iniciativas de conglobación de tanto calado como : el Protocolo de Kyoto, para la defensa de la salud ecológica del planeta, los Objetivos del Milenio, para la erradicación de la pobreza y el hambre, o la creación de la Corte Penal Internacional, para la persecución internacional de los delitos contra la humanidad ( genocidios, crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad ). En definitiva, un conjunto de iniciativas significativamente rechazadas por los Estados Unidos de Bush, ver! dadero instrumento político, militar y económico de la globalización neoliberal. Iniciativas que son ya un punto de referencia y a las que habría que sumar otras muchas que encauzasen el futuro de la humanidad por los caminos de la libertad, la justicia y la paz universal. Iniciativas que también abordasen las cuestiones del desarrollo desde la perspectiva del interés general de la humanidad y no desde el interés de la oligarquía capitalista mundial y los sectores beneficiados por la globalización. Y que, por tanto, no se detuvieran ante ninguna barrera, ningún obstáculo o tabú mental o legal, pues de mismo modo que la oligarquía capitalista mundial ha hecho creer a la mayoría de la humanidad que las políticas fiscales regresivas, las privatizaciones y otras lindezas del recetario neoliberal son el colmo de la racionalidad económica y la garantía del desarrollo, el movimiento altermundista tiene la obligación no sólo ! de desenmascarar esas patrañas, sino de proponer las medidas fiscales y legales internacionales que aseguren el progreso social, la recuperación del medio ambiente y la paz mundial.

Attac y el conjunto del movimiento altermundista tienen que rechazar la idea paralizante de que las propuestas que formulen no llegarán a concretarse, a materializarse por falta de poder e influencia en los organismos nacionales e internacionales. Lo que necesitamos es más confianza en nuestras propuestas, más activismo social para difundir nuestras ideas y ampliar el círculo de los convencidos y comprometidos, y más presión y movilización para obligar a los partidos, a los gobiernos y a los organismos internacionales a adoptar políticas económicas, sociales y medioambientales acordes con el interés de las generaciones presentes y futuras.

jueves, agosto 17, 2006

Nº:32 - ¿Por qué (re)leer las teorías del sistema mundial capitalista?

¿Por qué (re)leer las teorías del sistema mundial capitalista?
Remy Herrera

Introducción

Aunque las estructuras nacionales del capitalismo funcionan y se reproducen localmente gracias a un mercado doméstico en el que las mercancías, el capital y el trabajo son móviles y a un conjunto de aparatos estatales que le corresponden, lo que define sin embargo al sistema mundial capitalista es la dicotomía entre la existencia de un mercado global, integrado en todos sus aspectos salvo el laboral (limitado por una casi inmovilidad internacional), y la ausencia de un orden político único a escala mundial, que fuera más allá de una pluralidad de instancias estatales gobernadas por el derecho internacional público y/o las relaciones de fuerza basadas en la violencia. Los teóricos del sistema mundial capitalista reflexionan sobre las causas, los mecanismos y las consecuencias de esta asimetría en la acumulación del capital, en términos de relaciones desiguales de dominación entre naciones y de explotación entre clases. Éstos han elaborado una teoría global que tiene como objeto de estudio y que propone como concepto el mundo moderno, entendido como entidad concreta socio-histórica que forma un sistema, así como un conjunto (el susthma griego), estructurado por relaciones complejas de interdependencia y por varios elementos de una realidad que se convierte en una totalidad coherente y autónoma que les otorga su lugar y su significado.

Entre los representantes de esta teoría destacaremos cuatro autores principales: Samir Amin, Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi y André Gunder Frank. Es inútil intentar elaborar una posición común a partir de sus trabajos, ya que sus áreas de investigación son muy amplias y sus fuentes de inspiración son distintas, pero es evidente que sus teorías científicas tienen un origen común: de referencias históricas (los conceptos marxistas fundamentales e incluso la economía-mundo del historiador francés Fernand Braudel o la visión jerárquica de centro y periferia…); de premisas metodológicas (un modelo de explicación holístico, un análisis estructural, la combinación teoría e historia...); de ambiciones intelectuales (una representación global de los fenómenos, el intento de unir economía, sociedad y política...); y de objetivos políticos (la crítica radical de los daños mundiales provocados por el capitalismo y la hegemonía estadounidense, una visión “mundial”, el estudio de una sociedad post-capitalista...).

En estas condiciones, es difícil situar a estos teóricos inclasificables en el marxismo, puesto que cada uno de ellos parece crear su propia categoría sui generis. Amin siempre se ha considerado y se considera marxista, pero su obra se nutre con espíritu crítico de las teorías del imperialismo, así como de los trabajos pioneros sobre el subdesarrollo, como el de Raúl Prebisch o, en menor medida, el de François Perroux, y se aleja claramente del “corpus ortodoxo” marxista. Wallerstein —en la línea de Fernand Braudel y de la Escuela de los Annales, influenciado también por la teoría de las “estructuras disipativas” de Ilya Prigogine— propone una lectura tan libre del marxismo que es mejor considerarlo como un “sistemista”. Por lo que se refiere a él, Giovanni Arrighi pertenece a la escuela marxista de sociología historica del sistema mundial. En cuanto a André Gunder Frank, cercano a los escritos de Paul Baran sobre la economía política del crecimiento y a ciertos estructuralistas latinoamericanos, se le suele considerar un “dependentista” radical. Sin embargo, sus investigaciones, muy influenciadas por el marxismo aunque también por otras corrientes, le han conducido al análisis del sistema mundial.

La herencia de Marx

De todas las herencias intelectuales que reivindican los teóricos del sistema mundial capitalista, ya sean neomarxistas o no, hay que destacar como principal fuente de inspiración la obra de Marx. Aunque no se pueda atribuir a Marx una teoría completa del sistema mundial, éste contribuyó enormemente en su desarrollo al establecer las bases teóricas y al alentar las reflexiones contemporáneas de esta corriente, debido a la riqueza de las problemáticas que plantea y a las implicaciones que traza. Por lo tanto, creemos que es necesario y enriquecedor estudiar dicho autor antes de presentar las teorías más destacadas del sistema mundial.
Marx, al criticar el mito de la infalibilidad de otro Sistema, les abrió un nuevo camino. Destrozó la filosofía hegeliana –salvo la eficacia del método dialéctico– durante el largo trabajo de elaboración del materialismo histórico (primera ruptura temprana con Hegel [1843-1845]), y al abandonar la visión de un desarrollo histórico a partir de una línea universal que va desde el mundo oriental a la civilización occidental, en un esfuerzo por alejar al marxismo de todo intento economicista-evolucionista-determinista (lo que debe interpretarse en mi opinión como una segunda ruptura con Hegel, que tiene lugar en las últimas investigaciones de Marx [1877-1881]).
El análisis que lleva a cabo Marx de la acumulación del capital y de la proletarización de los trabajadores convierte al capitalismo en el primer modo de producción mundial en oposición, por la mundialización, a todos los modos de producción precapitalistas; “la tendencia a crear un mercado mundial está incluida en el mismo concepto de capital”
[1]. El punto de partida del capitalismo es el mercado mundial, que se establece con la generalización de la mercancía y a través del enfrentamiento del capital-dinero con otras formas de producción diferentes al capitalismo industrial. De la acumulación primitiva a la expansión colonial, la génesis del capitalismo, aunque se sitúe geográficamente en Europa occidental e históricamente en el siglo XVI, no pertenece únicamente al continente europeo, ya que si el espacio de reproducción de la relación capital-trabajo se considera mundial, y no sólo nacional, las sociedades extra-europeas se encuentran violentamente en la contemporaneidad del capitalismo.

Las aportaciones teóricas de Marx no pueden por tanto, en nuestra opinión, reducirse a las afirmaciones de las fuerzas motrices: i) del proletariado industrial occidental en los procesos capitalistas (por la producción de plusvalía del esquema A–M–A y de la reproducción ampliada); ii) de los países capitalistas en el triunfo de la revolución y de la construcción del comunismo (lo que conlleva a asimilar el capitalismo al “progreso”, aunque “los individuos y los pueblos se vean obligados a deambular por la sangre y el barro, la miseria y la degradación”[2], pero in fine un progreso de la civilización burguesa que conlleva dolorosamente todas las contradicciones del capitalismo); iii) del capital industrial y de la esfera de la producción en la identificación del lugar de explotación y del “verdadero” capitalismo.

En los escritos que conforman su obra central, precedentes o posteriores a la publicación del primer libro del Capital, Marx ofrece, repitámoslo, no una teoría, sino los elementos constitutivos de un pensamiento social del sistema mundial. Entre ellos, se presentan matices prudentes que relativizan las afirmaciones que pudieran prestarse a confusión (el “de te fabula narratur !”[3] por ejemplo), así como incertidumbres que quedan abiertas en ámbitos poco explorados por las ciencias sociales (en particular, la evolución del obšcina ruso). Destacamos los cinco elementos siguientes que se articulan en torno al eje del mercado mundial.

Elemento 1. La constatación de Marx de una superposición de las relaciones de dominación de las naciones y de explotación de clases (Discurso sobre el levantamiento polaco de 1830 [1847], Discurso sobre el libre comercio [1848]), es lo que hace más difícil la lucha de clases, en esencia internacional pero nacional en realidad, así como la constatación de un proletariado dividido estructuralmente a partir de un criterio de nacionalidad (Carta a Kugelmann [1869], Carta a Engels [1869]); hasta tal punto que llega incluso a afirmar que la revolución en Irlanda, donde confluyen aspectos coloniales y nacionales, constituye “el preámbulo de todo cambio social” en Inglaterra (Carta a Meyer y a Vogt [1870], Carta de Engels a Kautsky [1882]). Sin embargo, dicha afirmación no la aplican más allá del caso irlandés ni Marx (en Argelia: “Bugeaud” en The New American Encyclopaedia [1857]), ni Engels (en Egipto: Carta a Bernstein [1882])[4].

Elemento 2. Marx destaca y repite la determinación de “toda organización interna de los pueblos” por el mercado mundial, su división del trabajo y su “sistema interestatal” (Carta a Annenkov [1846], Crítica del programa de Gotha [1875]), que obliga “a partir de leyes que rigen de forma conjunta” las estructuras productivas de las “naciones oprimidas” destruidas por la colonización a regenerarse a través de una especialización rigurosamente conforme con los intereses metropolitanos dominantes (“La Dominación británica en la India” en el New York Daily Tribune [1853])[5]. Dichas naciones sufren por una parte el desarrollo, y por otra el subdesarrollo del capitalismo. Pero Marx no rechaza totalmente la idea de “progreso” a través del capitalismo (Manifiesto comunista [1848], artículos dedicados a los Estados Unidos en Nouvelle Gazette Rhénane [1850] y Die Presse [1861]).

Elemento 3. Marx explica de nuevo que el Estado en Inglaterra está al servicio de los intereses de la burguesía industrial porque ese “demiurgo del cosmos burgués” ha conseguido “conquistar el mercado mundial” y se presenta como el “corazón” capitalista que exporta sus crisis al resto del mundo y amortiza sin embargo las revoluciones políticas que tienen lugar en el continente europeo (Las Luchas de clases en Francia [1849]). Marx establece la conexión entre la estructura social nacional y la dimensión internacional a través de la figura (abstracta-concreta) del “mercado del mundo” y el “sistema de los Estados” (“Revolución en China y en Europa” en el New York Daily Tribune [1853])[6], pero no ofrece los conceptos necesarios para estudiar a la misma vez las dinámicas nacionales e internacionales del sistema.

Elemento 4. Además, Marx reconoce la similitudes entre ciertos modos de explotación con el proletariado industrial –precisamente se refiere a la pequeña agricultura– (El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte [1852]), que la extracción de la plusvalía es posible incluso sin subordinación (subsumpción) formal del trabajo al capital (Capítulo inédito de los Manuscritos de 1861-1863) y que la “esclavitud del sistema de plantación para el mercado mundial” en los Estados Unidos tiene que ser considerada “una condición necesaria de la industria moderna” (Libro III de Capital) así como productora de plusvalía desde su integración en el “proceso de circulación del capital industrial” por el mero hecho de la “existencia del mercado como mercado mundial” (Libro II de Capital). Igualmente se aplica a otras formas de relación no asalariadas como aquellas que rigen los coolies chinos y los ryots indios, por ejemplo.

Elemento 5. En último lugar, rechaza expresa y categóricamente toda “teoría histórico-filosófica impuesta fatalmente a los pueblos, cuales sean sus circunstancias históricas” (Carta a Mikhaïlovski [1877])[7] y sabe aprehender de manera dudosa pero tangible, historias singulares, es decir, evoluciones no lineales y no mecánicas de formaciones sociales que deben considerarse como combinaciones de modos de producción y que hay que diferenciarlas en función de sus “medios históricos” (Grundrisse [1857-1858], Contribución a la crítica de la economía política [1859]). Marx acepta por lo tanto plantearse otras transiciones hacia el socialismo diferentes al “largo y sangriento calvario” de la vía capitalista; aunque en el caso de Rusia lo acepta bajo condiciones estrictas como la de “incorporar los logros positivos elaborados por el sistema capitalista” occidental (Borradores y carta a Véra Zassoulitch [1881])[8].

A menudo, estas afirmaciones que formula Marx por precaución y deseando elaborar una teoría más compleja han podido confundir a numerosos marxistas (cuando no han caído en el olvido pura y simplemente), pero debemos tener en cuenta que gracias a la indeterminación de las sucesivas comparaciones, existe la oportunidad de que surjan reflexiones que sean susceptibles de renovar profundamente el marxismo para que siga siendo un teoría en consonancia con la evolución real del mundo, para que ofrezca la posibilidad de transformar revolucionariamente el mundo.

Samir Amin

En la contribución científica de Samir Amin, destaca que el capitalismo como sistema mundial es diferente al modo de producción capitalista a escala mundial. La pregunta que articula su obra consiste en saber por qué la historia de la expansión capitalista se identifica con una polarización a escala mundial entre formaciones sociales centrales y periféricas. Su respuesta aspira a estudiar la realidad de dicha polarización en su totalidad para integrarla en el análisis de sus leyes en el marco del materialismo histórico, esforzándose a la vez por combinar teoría e historia y aunar los campos económico, político e ideológico. La unidad de análisis necesaria para comprender los problemas principales de la sociedad es el sistema mundial –objeto posible de un estudio científico holístico y coherente a esta escala– y no las formaciones sociales locales que la componen. Para este autor, la polarización es inmanente al capitalismo mundial y se interpreta como el producto moderno de la ley de la acumulación a escala mundial –ley cuya explicación no puede reducirse a la extensión al mundo de la teoría de la acumulación en el modo de producción capitalista[9].

Aunque Amin sitúa la totalidad de sus escritos en la perspectiva metodológica del marxismo, se aleja de ciertas interpretaciones que han prevalecido en esta corriente de pensamiento durante años. Su originalidad estriba en que rechaza una lectura de Marx que admita que la expansión capitalista homogeniza el mundo al crear un mercado global integrado en tres dimensiones (mercancías, capital, trabajo). Puesto que el imperialismo saca las mercancías y el capital del espacio nacional para conquistar el mundo limitando a los trabajadores al marco nacional, nos encontramos con un problema de repartición de la plusvalía a escala mundial. El funcionamiento de la ley de la acumulación (o de la pauperización) no se haya en cada subsistema nacional, sino a escala mundial. Amin es hostil a todo tipo de evolucionismo y rechaza una interpretación economicista del leninismo que al subestimar la gravedad de las implicaciones de la polarización, plantee la transición en términos inadecuados: si los centros no reflejan la imagen de lo que serán en el futuro las periferias y sólo se entienden si se estudia el sistema en su conjunto, el problema de éstas no consiste en la “recuperación” (desarrollo prioritario de las fuerzas productivas que reproduce los caracteres inherentes del capitalismo), sino en la construcción de “otra sociedad”. Según Amin, la inspiración del maoismo, puesto que es “volver a Marx” verdaderamente, ofrece elementos para llevar a cabo una reflexión sobre las posibilidades de “hacer otra cosa”, de transformar el mundo[10].

Por lo tanto, considera que el subdesarrollo es el producto de la lógica polarizante del sistema mundial y constituye el contraste de los centros-periferias a través de un ajuste estructural permanente de las periferias a las exigencias de expansión del capital de los centros —lógica que ha impedido a las economías periféricas desde el principio, dar el salto cualitativo que representa la creación de sistemas productivos capitalistas nacionales, industriales y autocentrados, construidos por la intervención activa del Estado burgués nacional. En esta óptica, dichas economías no se presentan como segmentos locales particulares del sistema mundial, sean o no subdesarrolladas (ni mucho menos como sociedades atrasadas), sino como proyecciones de ultramar de las economías centrales, ramas no autónomas y desarticuladas de la economía capitalista –lo que excluye todo tipo de “circulacionismo”. La organización de la producción de las periferias se ha elaborado para acumular capital central en el marco de un sistema productivo que alcanza el nivel mundial en la actualidad y traduce el carácter global de la génesis de la plusvalía.

El sistema mundial está de hecho basado en el modo de producción capitalista, cuya naturaleza se expresa en la alienación mercante, la preeminencia del valor generalizado, que somete al conjunto de la economía (mercantilización de la producción, del trabajo, de los recursos naturales…), e incluso de toda la vida social (política, ideológica…). La contradicción fundamental de este modo de producción, que opone capital (relación social mediante la cual la clase burguesa se apropia del trabajo muerto reflejado en medios de producción) y trabajo (del individuo libre obligado a vender su fuerza de trabajo), hace del capitalismo un sistema que genera una tendencia permanente a la superproducción. En el marco de un modelo de reproducción de dos departamentos, Amin muestra que la realización de la plusvalía exige un aumento del salario real proporcional al crecimiento de la productividad del trabajo –lo que supone abandonar la ley de la tendencia a la baja de la tasa de beneficio. De ahí surge una formulación de la teoría de intercambio desigual (diferente de la propuesta por Arghiri Emmanuel) como transferencia a escala mundial por deterioración de los términos factoriales dobles del intercambio: en el centro, el salario aumenta con la productividad, en la periferia no[11].

La polarización indisociable del funcionamiento de un sistema fundado en un mercado mundial integrado de mercancías y capital, pero que excluye la movilidad del trabajo, se define mediante el diferencial de las remuneraciones del trabajo, inferiores en la periferia que en el centro, con una misma productividad. Garantizada por un Estado que dispone de una autonomía real, la regulación fordista en el centro –menos socialdemócrata que “social-imperialista”, en un mundo compuesto por un 75% de pueblos periféricos– implica, a escala mundial, la reproducción de la relación desigual centros-periferias. La ausencia de regulación del sistema mundial se traduce por tanto en el despliegue de los efectos de la ley de acumulación; el contraste centros-periferias que se organiza en torno a articulaciones de producción de medios / producción de bienes de consumo (que define las economías capitalistas autocentristas) y exportación de materias primas / consumo de lujo (que caracteriza a las formaciones sociales periféricas).
En estas condiciones, la polarización no puede ser suprimida en el marco de la lógica de despliegue del capitalismo realmente existente. Amin percibe los intentos de despliegue puestos en marcha en la periferia, en sus versiones del liberalismo neocolonial (apertura al mercado mundial), del nacionalismo radical (modernización en la línea de Bandung), así como del sovietismo (prioridad a las industrias sobre la agricultura), no como un cuestionamiento de la mundialización, sino como su continuación. Tales experiencias sólo podían llevar al “fracaso” general del desarrollo –el “éxito” en algunos nuevos países industrializados debe así interpretarse como una forma nueva y profundizada de polarización a escala mundial. Sin embargo, la crítica de los conceptos y prácticas del desarrollo está acompañada en este caso por una alternativa: la desconexión. Esta última se define como la sumisión de las relaciones exteriores (gracias a la selección por parte del Estado de posiciones no desfavorables en la división internacional del trabajo) a la lógica del desarrollo interno –es decir exactamente al contrario que el ajuste estructural de las periferias a los límites que impone la expansión polarizante del capital. Se trata entonces de desarrollar acciones sistemáticas enfocadas a la construcción de un mundo policéntrico, capaz de abrir espacios de autonomía para el progreso de un internacionalismo de los pueblos, constituir un socialismo mundial y permitir una transición “más allá del capitalismo”
[12].

La construcción de una teoría de acumulación a escala mundial, que reintegre la ley del valor en el marco del materialismo histórico –y que permita, entre otros, analizar la crisis estructural actual como una disfunción de la ley del valor mundializado– apela al mismo tiempo a la historia de las formaciones sociales. Al rechazar la teoría de las “cinco etapas” y la multiplicación de los modos de producción, Amin no conserva más que dos etapas sucesivas: comunitaria y tributaria –siendo los diferentes modos de producción variantes de estas familias. Todos los sistemas sociales anteriores al capitalismo presentan relaciones contrarias a las que lo caracterizan (sociedad dominada no por el valor, sino por la instancia del poder; leyes económicas y explotación del trabajo que la alienación mercante no ha ocultado; ideología necesaria para la reproducción del sistema de carácter metafísico y no economista…). Las contradicciones internas del modo comunitario han encontrado una solución en el pasaje al modo tributario. En las sociedades tributarias –en el grado diferenciado de organización del poder (mediante el cual la extracción de la plusvalía está centralizada por la clase dirigente explotadora)– operan las mismas contradicciones fundamentales, preparando el pasaje al capitalismo como solución objetivamente necesaria, pero, en las formas periféricas, más flexibles (como era el caso del feudalismo en Europa), los obstáculos frente a la transición hacia el capitalismo ofrecen una capacidad de resistencia menor. De ahí surge la evolución hacia una forma central en la época mercantilista a través de la puesta en marcha del capital de la instancia política, y por tanto el “milagro europeo”. Por consiguiente, la obra de Samir Amin invita el marxismo histórico a hacer autocrítica de su eurocentrismo y a desarrollar plenamente su vocación afroasiática.

Immanuel Wallerstein

Immanuel Wallerstein trata también de aprehender la realidad de este sistema histórico que es el capitalismo para reflexionar en torno a él de manera global, en su totalidad. Mientras que el enfoque de Amin es explícitamente el de una interpretación del sistema mundial en los términos del materialismo histórico, la ambición de Wallerstein es, en apariencia, inversa: él trata de integrar los elementos del análisis marxista en el marco de un enfoque sistémico. En realidad, precisa Wallerstein, “si las comprendemos [las teorías de Marx] en la perspectiva más amplia de un sistema-mundo histórico, cuyo desarrollo mismo implica el ‘subdesarrollo’, entonces permanecen válidas, e incluso siguen siendo revolucionarias”[13]. La perspectiva del sistema-mundo se explicita mediante un principio triple: en primer lugar, espacial, “el espacio de un mundo” –la unidad de análisis que hay que adoptar para estudiar el comportamiento social es el sistema-mundo–; a continuación temporal, “el tiempo de la larga duración” –los sistemas-mundo son históricos, en forma de redes integradas y autónomas de procesos internos de naturaleza económica y política cuya suma garantiza la unidad y cuyas estructuras, sin cesar de evolucionar, permanecen fundamentalmente las mismas–; por último analítico, en el marco de una visión coherente y articulada: “una manera de describir la economía-mundo capitalista”, sistema-mundo singular, como entidad económica sistémica que organiza una división del trabajo, pero desprovista de estructura política única que la domine. Ése es el sistema que analiza Wallerstein para ofrecer así un análisis estructural, a la vez que prever las transformaciones. Su fuerza reside en su totalidad, como subraya Balibar, en su capacidad de “considerar la estructura de conjunto del sistema como la de una economía generalizada [en la cual] los procesos de formación de los estados, las políticas de hegemonía y alianza de clases forman la textura de esta economía”[14].

Para Wallerstein, la economía-mundo capitalista presenta determinadas características distintivas. La primera característica de este sistema social, fundado sobre el valor generalizado, es su dinámica incesante y auto-gestionada de acumulación del capital, sobre una escala creciente, impulsada por los poseedores de los medios de producción. Contrariamente a Braudel, para quien el mundo, desde la Antigüedad, ha estado dividido en varias economías-mundo coexistentes, “mundos de por sí” y “matrices del capitalismo europeo, y después mundial”[15], según Wallerstein, no hay otra economía-mundo más que la de Europa, constituida a partir del siglo XVI: “alrededor del año 1500, una economía-mundo particular, que por aquel entonces ocupaba una amplia parte de Europa, pudo proporcionar un marco al desarrollo pleno del modo de producción capitalista, el cual requiere para implantarse la forma de una economía-mundo. Una vez consolidada, y siguiendo una lógica interna, esta economía-mundo se ha extendido en el espacio, integrando los imperios-mundos colindantes como los mini-sistemas vecinos. A finales del siglo XIX, la economía-mundo capitalista acabó por extenderse en la totalidad del planeta. Así, por primera vez en la historia, llegamos a un momento en el que no existía más que un único sistema histórico”[16].

La explicación de la división del trabajo en el marco del sistema mundial capitalista entre centro y periferia permite mostrar los mecanismos de apropiación de la plusvalía a escala mundial por parte de la clase burguesa, a través de un intercambio desigual materializado en múltiples cadenas industriales que garantizan el control de los trabajadores y la monopolización de la producción. La existencia de una semi-periferia es, en este marco, inherente al sistema, cuya jerarquía económico-política se modifica permanentemente. Sin embargo, el sistema interestatal en el marco de la economía-mundo capitalista está continuamente conducido por un Estado hegemónico, cuya dominación, temporal y contestada, se ha impuesto históricamente mediante “guerras de treinta años” (Provincias-Unidas en el siglo XVII, Inglaterra en el siglo XIX). La hegemonía de los Estados Unidos establecida desde 1945 cesará; Japón y Europa se presentan, con más o menos éxito, como los pretendientes del próximo ciclo hegemónico mundial. Wallerstein le otorga una atención minuciosa por una parte a los ritmos cíclicos (la “microestructura”), y por otra parte, a las tendencias seculares (la “macroestructura”), estudiando el capitalismo histórico para finalmente caracterizarlo por la alternancia de periodos de expansión y de estagnación y sobre todo, por una recurrencia de grandes crisis. “El capitalismo ha entrado históricamente en una crisis estructural en los primeros años del siglo XX y conocerá sin duda su final como sistema histórico a lo largo del siglo siguiente”[17].

Giovanni Arrighi

Las contribuciones de Giovanni Arrighi a las teorías del sistema mundial están vinculadas, entre otras, a las reflexiones sobre el capitalismo en sus orígenes, su articulación con los modos de producción precapitalistas, su estrecha relación con el imperialismo y su crisis actual. Arrighi considera que el proceso de formación del capitalismo como sistema moderno del mundo no ha partido de las relaciones socioeconómicas predominantes entre las grandes potencias nacionales europeas (en la agricultura en particular), sino más bien de los intersticios que las han conectado entre sí, así como con los otros “mundos”, gracias al comercio euroasiático de finales del siglo XIII. Las organizaciones intersticias adoptaron inicialmente la forma de Estados-ciudades y de redes de negocios extra- o no territoriales, donde pudieron realizarse enormes beneficios en el comercio de larga distancia y las finanzas. “El capitalismo-mundo no encuentra su origen en [within], sino entre [in-between] o en los intersticios entre [on the outer-rim] estos Estados [europeos]”. Es ahí donde comenzó la acumulación “infinita” del capital[18].

La mayor parte de los estudios de Arrighi dedicados a la acumulación primitiva colonial tratan sobre la penetración del capitalismo en África y su articulación con los modos de producción comunitarios. Ha analizado más concretamente los efectos sobre las estructuras de clases de las formas capitalistas que han aparecido y han diferenciado sus trayectorias en función de las oportunidades encontradas por el capital, principalmente en su demanda de trabajo (local o inmigrante, no cualificado o semi-cualificado…), pero también en función de las configuraciones adoptadas por esta penetración (más o menos competitiva, más o menos capitalista…) –y diferentes de lo que ocurrió en América Latina. Mientras que en el África tropical, el capitalismo se ha impuesto sin la formación de una clase proletaria, ni tan siquiera de una burguesía, los trabajadores del África austral, por el contrario, han sido transformados en proletariado mediante la concentración de tierras y minas en manos de colonos europeos capitalistas y la expulsión de los campesinos africanos, empobrecidos en el proceso mismo de su integración en la economía de mercado monetaria. En ambos casos, ese capitalismo se ha caracterizado por un “desarrollo del subdesarrollo”[19].

Arrighi dirige sus esfuerzos a la reformulación de una teoría del imperialismo, que se adapte a las evoluciones presentes del capitalismo. Recurriendo, en una perspectiva de largo plazo, al concepto de “hegemonía”, propone una periodización de la historia según dos criterios: el de la potencia hegemónica y el de los rasgos específicos del imperialismo que tiende a organizar esta potencia. Tras haber concluido su construcción nacional y con la intención de dominar un espacio que se extiende desde Canadá a Panamá, bajo el principio unificador del mercado, los Estados Unidos han conseguido poco a poco organizar un “imperialismo formal”, que ha garantizado, en el marco del orden jerárquico que han impuesto sobre el sistema mundial, la paz entre los países capitalistas y su unidad contra la Unión Soviética. Como refleja la crisis estructural de acumulación comenzada a principios de los años 70, el declive de la hegemonía estadounidense debe comprenderse como un proceso de transición hacia la emergencia de una nueva potencia hegemónica[20]. El periodo de caos actual podría así interpretarse como la conclusión de un ciclo sistémico de acumulación capitalista, o el final de un cuarto “siglo largo”[21] — tras los de Génova, las Provincias Unidas e Inglaterra-, presentando, a pesar de una complejidad creciente, similitudes con los ciclos pasados, como el resurgimiento de las finanzas o una proliferación de los conflictos sociales, pero también determinadas particularidades. Entre éstas, Arrighi destaca el auge de las empresas multinacionales –el capital financiero ya no se identifica con un único interés nacional, sino que se vuelve multinacional, emancipándose a la vez de los aparatos productivos y de los poderes del Estado–, así como el desplazamiento de los motores de acumulación al exterior de Europa. De ahí surge la aparición, en Asia del este, de candidatos a la hegemonía en el sistema mundial capitalista; a la cabeza de los cuales se encuentra Japón. La nueva etapa neoliberal de la mundialización tiende a acercar las formaciones sociales de los centros y las periferias, conectando ejércitos activos y ejércitos de reserva, mediante la exacerbación de la competencia y la reducción de las remuneraciones del trabajo. Por consiguiente, los movimientos de los trabajadores tienen futuro, aunque su composición y sus luchas hayan cambiado a lo largo de estas últimas décadas. En estas condiciones, cómo sorprenderse de que las contribuciones de Arrighi, fuertemente analíticas, se movilicen de manera útil y eficaz contra algunas de las “modas intelectuales” de la era neoliberal (como el Imperio de Negri, entre otras).

André Gunder Frank

Paul Baran concentra la mayor parte de sus aplicaciones empíricas en el replanteamiento del papel progresista de la expansión del capitalismo (enfatizando la extorsión de la plusvalía económica) sobre el continente asiático. En su línea teórica, André Gonder Frank dedica, por su parte, la mayor parte de sus reflexiones a América Latina, cuya realidad no puede aprehenderse más que remontándose a su determinante fundamental, resultado del desarrollo histórico y de la estructura contemporánea del capitalismo mundial: la dependencia. A partir del momento en que consideramos las esferas de producción y de intercambio como estrechamente solapadas para la valorización y la reproducción del capital en un mismo proceso global de acumulación y un único sistema capitalista en transformación, la dependencia ya no se percibe únicamente como una relación externa –imperialista– entre los centros capitalistas y sus periferias subordinadas; se convierte también en una condición interna –y de facto en un fenómeno integral– de la sociedad dependiente en sí misma.

Por tanto, el subdesarrollo de los países periféricos debe interpretarse como uno de los productos intrínsecos de la expansión mundial del capitalismo, caracterizada por sus estructuras monopolísticas en el intercambio y sus mecanismos de explotación en la producción. La postura de Frank consiste en que la integración al sistema mundial capitalista ha metamorfoseado, desde las conquistas europeas del siglo XVI, las colonias de América Latina inicialmente “no desarrolladas” en formaciones sociales “subdesarrolladas” fundamentalmente capitalistas, porque disponen de estructuras productivas y comerciales conectadas a la lógica del mercado mundial y sometidas a la búsqueda del beneficio. El origen del “desarrollo del subdesarrollo” reside en la estructura misma del sistema mundial capitalista, construida como cadena jerarquizada de expropiación/ apropiación de las plusvalías económicas que vinculan “el mundo capitalista y las metrópolis nacionales con los centros regionales, y a partir de ahí, con los centros locales, y así consecutivamente hasta los grandes terratenientes y los grandes comerciantes que extorsionan la plusvalía a los pequeños campesinos, y a veces de estos últimos hasta los trabajadores agrícolas sin tierras que ellos mismos explotan a su vez”[22]. Así, en cada eslabón de esta cadena, que marca, a través de una extraña “continuidad en el cambio”, las formas de explotación y de dominación entre “metrópolis y satélites”, el sistema mundial capitalista internacional, nacional y local genera simultáneamente, desde el siglo XVI, el desarrollo de determinadas zonas, “para la minoría” y, “para la mayoría”, el subdesarrollo en otros lugares –en estos márgenes periféricos sobre los cuales Braudel decía que “la vida de los hombres evoca a menudo el Purgatorio, e incluso el Infierno”[23].

Las clases dirigentes de las sociedades satélites se esfuerzan así en conservar intactos estos vínculos de dependencia con las metrópolis capitalistas –que las sitúan localmente en una posición dominante confiriéndoles al mismo tiempo un estatus de “lumpen-burguesía”– mediante políticas estatales voluntarias de “lumpen-desarrollo” del conjunto de la vida económica, política, social y cultural de la “nación” y del pueblo de América Latina”[24]. Su teoría proviene de la historia económica de América Latina, que contrasta singularmente con la de América del Norte, “submetrópolis” controlando un comercio triangular desde sus orígenes modernos. Ni la industrialización por substitución en las importaciones (que comenzó tras la crisis de 1929), ni la promoción de industrias exportadoras (reactivada tras la Segunda Guerra mundial), ni mucho menos las estrategias de apertura del libre-intercambio (tras las independencias del siglo XIX, o más recientemente, a finales del siglo XX), han permitido a los países latinoamericanos romper esta cadena de extracción de la plusvalía operada mediante el intercambio desigual, las inversiones directas extranjeras y la ayuda internacional. Para Frank, en este contexto, para las periferias del sistema mundial capitalista, no existe otra salida al “desarrollo del subdesarrollo” más que la revolución socialista, a la vez “necesaria y posible”[25].
Conclusión

Las teorías del sistema mundial capitalista constituyen uno de los ámbitos de investigación más ricos, dinámicos y estimulantes en los que se ha implicado el marxismo estos últimos años. Reforzando tanto uniones interactivas entre economía y política como las relaciones de articulación entre lo intranacional y lo internacional, reformulando asimismo problemas de periodización y de articulación de los modos de producción y los de combinación de las relaciones de explotación y de dominación, estos análisis modernos del capitalismo han permitido a la vez aclarar determinadas categorías, absolutamente cruciales para los planes teóricos y políticos y durante mucho tiempo cuestionadas en el marco de la corriente marxista, como las de clase, nación, Estado, mercado o mundialización. Así, el marxismo se ha visto considerablemente enriquecido, para renovarse y extenderse sobre fundamentos teóricos y empíricos más sólidos, amplios y profundos, no historicistas y no economicistas.

La importancia de estos avances, que se han producido en la confrontación con economistas marxistas críticos (como Charles Bettelheim, Paul Boccara, Robert Brenner, Maurice Dobb, Ernest Mandel, Ernesto Laclau, Paul Sweezy...) y otros “movimientos” de pensamiento (principalmente el estructuralismo), debe evaluarse conforme a las influencias reales y plurales ejercidas hoy en día por los teóricos del sistema mundial capitalista: ya sea los (“neo” o “post”) marxistas que evolucionan en ámbitos ajenos a las ciencias sociales (entre otros, Harry Magdoff en Economía, Étienne Balibar en Filosofía, Pablo Gonzales Casanova en Ciencias Políticas, Pierre-Philippe Rey en Antropología...) o los autores más reformistas (como Celso Furtado en particular). Llevadas por la ola de los movimientos populares de liberación nacional del Tercer Mundo, estas teorías van más allá pero a la misma vez mantienen la tesis del imperialismo. Por lo tanto, es lógico que encuentren un eco favorable en los países latinoamericanos, africanos, árabes y asiáticos. De hecho, los investigadores neomarxistas deberían de preocuparse por dichas regiones, en un momento en el que el discurso neoclásico/neoliberal dominante funciona –a imagen y semejanza de un nuevo sistema idealista– como una máquina que absorbe las tesis contrarias para desintegrarlas y someterlas al orden establecido.

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[1] Marx (1977).
[2] Marx (1977).
[3] Marx (1977).
[4] Marx et Engels (1977).
[5] Marx et Engels (1978).
[6] Marx et Engels (1978).
[7] Godelier (1978).
[8] Godelier (1978).
[9] Amin (1974).
[10] Amin (1994).
[11] Amin (1976).
[12] Amin (1990).
[13] Wallerstein (1991).
[14] Balibar et Wallerstein (1991).
[15] Braudel (1985).
[16] Wallerstein (1974).
[17] Wallerstein (1983).
[18] Arrighi (1994).
[19] Arrighi et Saul (1973).
[20] Arrighi (1977).
[21] Arrighi (1994).
[22] Frank (1978).
[23] Braudel (1985).
[24] Frank (1967).
[25] Frank (1981).

Fuente: Revista El Laberinto

sábado, agosto 12, 2006

Nº:31 - La ruptura como salida (Toussaint)

La lista de gobiernos surgidos de golpes de Estado militares apoyados por el Banco Mundial es impresionante.

Entre los ejemplos más conocidos, citemos la dictadura del shah de Irán, instaurada en 1953 tras el derrocamiento del primer ministro Mossadeg; la dictadura militar en Guatemala impuesta por Estados Unidos en 1954 después de deponer al presidente democrático Jacobo Arbenz; la de Duvalier en Haití, en 1957; la del general Park Chung Hee en Corea del Sur, en 1961; la de los generales brasileños en 1964, la de Mobutu en el Congo y la de Suharto en Indonesia en 1965; la de los militares en Tailandia en 1966, la de Idi Amín Dada en Uganda y la del general Hugo Bánzer en Bolivia en 1971; la de Ferdinand Marcos en Filipinas en 1972, la de Augusto Pinochet en Chile, la de los generales uruguayos y la de Habyarimana en Ruanda en 1973, la de la junta militar argentina en 1976; el régimen de Arap Moi en Kenya en 1978; la dictadura en Pakistán desde 1978, el golpe de Estado de Sadam Hussein en 1979 y la dictadura militar turca en 1980.

Entre otras dictaduras apoyadas por el Banco Mundial, citemos aún la de los Somoza en Nicaragua y la de Ceaucescu en Rumania. Algunas aún se mantienen: el régimen dictatorial chino, la dictadura de Deby en el Chad, la de Ben Alí en Túnez, la de Musharaf en Pakistán, y muchas otras. Recordemos también el apoyo dado a las dictaduras europeas: la del general Franco en España y la del general Salazar en Portugal
[3].

Es evidente que el Banco Mundial ha apoyado metódicamente unos regímenes despóticos, implantados o no por la fuerza, que han aplicado políticas antisociales y cometieron crímenes contra la humanidad. El Banco ha demostrado una falta de respeto total a las normas constitucionales de algunos de sus países miembros. Jamás ha vacilado en apoyar a unos militares golpistas y criminales, económicamente dóciles, ante los gobiernos democráticos. Y no sin razón: El Banco considera que el respeto de los derechos humanos (expresión que preferimos a «derechos del Hombre») no forma parte de sus objetivos.

El apoyo que el Banco brindó al régimen del apartheid de Sudáfrica, desde 1951 hasta 1968, no debe borrarse de la memoria. El Banco se negó, explícitamente, a aplicar una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptada en 1964 que conminaba a todas las agencias de la ONU a cesar su apoyo financiero a Sudáfrica, porque el país violaba la Carta de las Naciones Unidas. Este apoyo y la violación del derecho internacional que el mismo implica no deben quedar impunes.

En fin, como este libro revela, el Banco Mundial ha concedido sistemáticamente, en el curso de los años 50 y 60, préstamos a las potencias coloniales y a sus colonias para proyectos que permitían aumentar la explotación de los recursos naturales y de los pueblos en beneficio de las clases dirigentes de las metrópolis. El Banco, en este contexto, se negó a aplicar una resolución de las Naciones Unidas que llamaba a cesar el apoyo financiero y técnico a Portugal mientras éste no renunciara a su política colonial.

Las deudas de las colonias de Bélgica, el Reino Unido y Francia con el Banco Mundial, contraídas por decisión del poder colonial, se transfirieron a los nuevos países en el momento de acceder a su independencia.

El apoyo del Banco Mundial a los regímenes dictatoriales se ha manifestado con la concesión de ayuda financiero así como con la asistencia tanto técnica como económica. Este apoyo financiero y esta asistencia han ayudado a las dictaduras a mantenerse en el poder y perpetrar sus crímenes. Igualmente, el Banco Mundial ha contribuido a que estos regímenes no se vieran aislados en el escenario internacional, porque el apoyo y la asistencia han facilitado siempre las relaciones con los bancos privados y las empresas transnacionales. El modelo neoliberal se impuso progresivamente en el mundo a partir de las dictaduras de Augusto Pinochet en Chile, en 1973, y de Ferdinand Marcos en Filipinas, en 1972. Ambos regímenes fueron apoyados activamente por el Banco Mundial. Cuando tales regímenes llegaban a su fin, el Banco Mundial exigía, sistemáticamente, a los gobiernos democráticos que los sucedían que asumieran las deudas contraídas por sus predecesores. En resumen, la ayuda financiera cómplice del Banco a las dictaduras se transforma en una carga para los pueblos. Éstos deben pagar ahora las armas compradas por los dictadores para oprimirlos.

En los años 80 y 90, un buen número de dictaduras se desplomaron, algunas bajo los ataques contundentes de potentes movimientos democráticos. Los regímenes que los sucedieron en general han aceptado las políticas recomendadas o impuestas por el Banco Mundial y el FMI y han proseguido el reembolso de una deuda odiosa. El modelo neoliberal, después de haber sido impuesto con ayuda de las dictaduras, se ha mantenido gracias al yugo de la deuda y del ajuste estructural permanente. En efecto, después del derrocamiento o el derrumbe de las dictaduras, los gobiernos democráticos continuaron la aplicación de unas políticas que constituyen una ruptura con las tentativas de construir un modelo de desarrollo parcialmente autónomo. La nueva fase de la mundialización comenzada en los años 80, coincidiendo con el estallido de la crisis de la deuda, implica, en general, una subordinación creciente de los países en desarrollo (países de la Periferia) a los países más industrializados (países del Centro).

La agenda oculta del Consenso de Washington

Tras el comienzo de las actividades del Banco Mundial y del FMI, un mecanismo, a la vez de fácil comprensión pero de compleja instauración, ha permitido someter las principales decisiones de estos organismos a las orientaciones del gobierno de Estados Unidos. Algunas veces, ciertos gobiernos europeos (en particular, el Reino Unido, Francia y Alemania) y el de Japón tuvieron voz y voto, pero los casos son raros. A veces se producen fricciones entre la Casa Blanca y la dirección del Banco Mundial y del FMI, pero un análisis riguroso de la historia desde el fin de la segunda guerra mundial hasta el presente demuestra que, hasta ahora, ha sido siempre el gobierno de Estados Unidos quien ha dicho la última palabra en los ámbitos que le interesan directamente.

Fundamentalmente, la agenda oculta del Consenso de Washington es una política que tiende a garantizar el mantenimiento del liderazgo de Estados Unidos a escala mundial y a la vez desembarazar al capitalismo de los límites que se le habían impuesto en la postguerra. Estos límites eran el resultado combinado de poderosas movilizaciones sociales —tanto en el Norte como en el Sur—, de un comienzo de emancipación de algunos pueblos colonizados y de algunas tentativas de abandonar el capitalismo. El Consenso de Washington es también la intensificación del modelo productivista.

En el curso de las últimas décadas, en el marco del Consenso de Washington, el Banco Mundial y el FMI han reforzado sus medios de presión sobre un gran número de países, aprovechando la situación creada por la crisis de la deuda. El Banco Mundial ha desarrollado sus filiales —Sociedad Financiera Internacional (SFI), Agencia Multilateral de Garantía de Inversiones (AMGI), Centro Internacional para la Resolución de Diferencias Relativas a las Inversiones (CIRDI))— tejiendo una red cuya malla es cada vez más cerrada.

Por ejemplo, el Banco Mundial concede un préstamo con la condición de que el sistema de distribución y de saneamiento del agua se privatice. En consecuencia, la empresa pública se vende a un consorcio privado, en el cual encontramos, como al azar, la SFI, filial del Banco. Cuando la población afectada por la privatización se rebela contra el aumento abusivo de las tarifas y la caída de la calidad de los servicios, y la autoridad pública se enfrenta a la empresa nacional predadora, la gestión del litigio se confía al CIRDI, juez y parte a la vez. Se ha llegado así a una situación tal que el Grupo Banco Mundial está presente en todos los niveles: 1) imposición y financiación de la privatización (Banco Mundial); 2) inversión en la empresa privatizada (SFI); 3) garantía de la empresa (AMGI); juicio en caso de litigio (CIRDI). Esto es precisamente lo que ocurrió en El Alto, en Bolivia, en 2004-2005.

La colaboración entre el Banco Mundial y el FMI es también fundamental para ejercer la presión máxima sobre los poderes públicos. Y para completar el tutelaje de la esfera pública y de las autoridades, para avanzar en la generalización del modelo, la colaboración del binomio Banco Mundial/FMI se extiende a la Organización Mundial del Comercio (OMC) desde su nacimiento, en 1995. Esta colaboración, cada vez más estrecha, entre los tres organismos forma parte de la agenda del Consenso de Washington.

Una diferencia fundamental separa dicha agenda de su versión oculta. La agenda proclamada tiende a la reducción de la pobreza mediante el crecimiento, el libre juego de las fuerzas del mercado, el libre comercio y la menor intervención posible de los poderes públicos. La agenda oculta, la que se aplica en realidad, tiende a la sumisión de la esfera pública y de la privada de toda la sociedad humana a la lógica de la búsqueda del máximo beneficio en el marco del capitalismo. La puesta en práctica de esta agenda implica la reproducción de la pobreza (no su reducción) y el aumento de la desigualdad. Implica un estancamiento, cuando no una degradación, de las condiciones de vida de una gran mayoría de la población mundial, combinada con una concentración cada vez mayor de la riqueza. Implica así mismo una prosecución de la degradación de los equilibrios ecológicos, que pone en peligro el futuro de la humanidad.

Una de las muchas paradojas de la agenda oculta es que, en nombre del fin de la dictadura del Estado y la liberación de las fuerzas del mercado, los gobiernos aliados a las transnacionales utilizan la acción coercitiva de las instituciones públicas multilaterales (Banco Mundial, FMI, OMC) para imponer su modelo a los pueblos.


La ruptura como salida

Estas son las razones por las que hay que romper radicalmente con el Consenso de Washington, con el modelo aplicado por el Banco Mundial. No debemos entender el Consenso como un mecanismo de poder y un proyecto que se limitan al gobierno estadounidense flanqueado por su trío infernal. La Comisión Europea, la mayor parte de los gobiernos europeos, el gobierno japonés se adhieren al Consenso de Washington y lo traducen a sus propias lenguas, sus proyectos constitucionales y sus programas políticos. La ruptura con el Consenso de Washington, si se limita a poner fin al liderazgo de Estados Unidos apoyado por el trío Banco Mundial-FMI-OMC, no constituye una alternativa, pues las otras grandes potencias están prestas a tomar el relevo para proseguir unos objetivos muy similares. Imaginemos por un momento que la Unión Europea suplante a Estados Unidos en el liderazgo mundial. Esto no mejorará sustancialmente la situación de los pueblos del planeta, porque significa simplemente el reemplazo de un bloque capitalista del Norte (uno de los polos de la Triada) por otro. Imaginemos otra posibilidad: la formación de un bloque China-Brasil-India-Sudáfrica-Rusia, que suplante a los países de la Triada. Si este bloque se guía por la lógica actual de sus gobiernos y por el sistema económico que los rige, tampoco habría una verdadera mejoría.

Es necesario reemplazar el Consenso de Washington por un consenso de los pueblos fundado en el rechazo al capitalismo. Hay que cuestionar a fondo el concepto de desarrollo estrechamente ligado al modelo productivista. Modelo que excluye la protección de las culturas y su diversidad; que agota los recursos naturales y degrada de manera irreparable el ambiente; que considera la promoción de los derechos humanos, en el mejor de los casos, como un objetivo a largo plazo (a largo plazo estaremos todos muertos); que, en realidad, más bien percibe dicha promoción como un obstáculo para el crecimiento, que considera que la igualdad es un impedimento, si no un peligro.

Romper la espiral infernal del endeudamiento

El mejoramiento de las condiciones de vida de los pueblos mediante el endeudamiento público es un fracaso. El Banco Mundial pretende que para desarrollarse, los países en desarrollo[4] deben recurrir al endeudamiento externo y atraer la inversión extranjera. Este endeudamiento sirve principalmente para comprar equipamiento y bienes de consumo a los países más industrializados. Los hechos demuestran, día tras día, desde hace décadas, que esto no conduce al desarrollo.

Según la teoría económica dominante, el desarrollo del Sur está retrasado debido a la insuficiencia de capitales nacionales (insuficiencia del ahorro local). Siempre según esta teoría, los países que pretendan emprender o acelerar su desarrollo tienen que recurrir a los capitales externos utilizando tres vías: primera, endeudamiento exterior; segunda, atraer a los inversores extranjeros; tercera, aumentar las exportaciones para obtener las divisas necesarias para la compra de bienes extranjeros que permitan proseguir su crecimiento. Mientras que los más pobres deben, también, intentar atraer donaciones comportándose como buenos alumnos de los países desarrollados.

La realidad desmiente esta teoría: son los países en desarrollo los que proveen de capitales a los países más industrializados, en particular, a la economía de Estados Unidos. El Banco Mundial no dice lo contrario: «Los países en desarrollo, tomados en conjunto, son prestamistas netos respecto de los países desarrollados.»[5] En 2004-2005, la combinación de tasas de interés bastante bajas, de primas de riesgo a la baja y de precios de las materias primas al alza ha producido un gran aumento de las reservas de divisas de los países en desarrollo (PED). Éstas se elevaban a finales del 2005 a mas de 2 billones de dólares[6]. Una suma nunca alcanzada hasta entonces. ¡Una suma superior al total de la deuda externa pública del conjunto de los PED! Si le sumamos los capitales líquidos que los capitalistas de los PED depositaron en los bancos de los países más industrializados, que se elevaban a más de 1,5 billones de dólares, podemos afirmar que los PED no son los deudores sino, lisa y llanamente, los verdaderos acreedores.

Si los PED establecieran su propio banco de desarrollo y su propio fondo monetario internacional, estarían en perfectas condiciones de prescindir del Banco Mundial, del FMI y de las instituciones financieras privadas de los países más industrializados.


No es verdad que los PED tengan que recurrir al endeudamiento externo para financiar su desarrollo. En la actualidad, el recurso al empréstito sirve esencialmente para asegurar la continuidad del reembolso. A pesar de la existencia de importantes reservas de divisas, los gobiernos y las clases dominantes locales del Sur no aumentan la inversión y los gastos sociales. Una excepción en el mundo capitalista: el gobierno venezolano que sigue una política de redistribución de los ingresos del petróleo en beneficio de los más explotados, lo que le vale la oposición radical de la clase dominante local y de Estados Unidos. ¿Por cuánto tiempo?
Nunca, hasta ahora, la situación ha sido tan favorable a los países periféricos desde un punto de vista financiero. No obstante, nadie habla de un cambio de las reglas del juego. Los gobiernos de China, de Rusia, de los principales PED (India, Brasil, Nigeria, Indonesia, Tailandia, Corea del Sur, México, Argelia, Sudáfrica...) no demuestran ninguna intención de cambiar en la práctica la situación mundial en beneficio de los pueblos.


Sin embargo, en el plano político, si quisieran, los gobiernos de los principales PED podrían constituir un poderoso movimiento capaz de imponer reformas fundamentales en todo el sistema multilateral: repudiar la deuda y aplicar un conjunto de políticas rompiendo con el neoliberalismo. El marco internacional es favorable, pues la principal potencia mundial está empantanada en la guerra de Iraq, en la ocupación de Afganistán; y en Latinoamérica está enfrentada a fuertes resistencias que acaban en fracasos vergonzosos (Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia...) o en un callejón sin salida (Colombia).

Estoy convencido de que esto no se materializará: un escenario radical no se presentará a corto plazo. La mayoría aplastante de los actuales dirigentes de los PED están totalmente pringados en el modelo neoliberal. En la mayoría de los casos, están por completo ligados a los intereses de las clases dominantes locales, que no tienen la menor perspectiva de alejamiento real (sin hablar siquiera de ruptura) de las políticas seguidas por las potencias industriales. Los capitalistas del Sur se limitan a un comportamiento rentista, y cuando no es así tratan, cuanto mucho, de ganar cuotas de mercado. Es el caso de los capitalistas brasileños, surcoreanos, chinos, rusos, surafricano, indios..., que piden a sus gobiernos que obtengan de los países más industrializados tal o cual concesión, en el marco de las negociaciones bilaterales o multilaterales. Además, la competencia y los conflictos entre gobiernos de los PED, entre capitalistas del Sur, son reales y pueden exacerbarse. La agresividad comercial de los capitalistas de China, de Rusia, de Brasil frente a sus competidores del Sur provoca divisiones tenaces. Generalmente, se ponen de acuerdo (entre ellos y entre el Sur y el Norte) para imponer a los trabajadores de sus países un deterioro de las condiciones laborales con el pretexto de aumentar al máximo su competitividad.
Pero más tarde o más pronto, los pueblos se liberarán de la esclavitud de la deuda y de la opresión ejercida por las clases dominantes en el Norte y en el Sur. Obtendrán con su lucha la aplicación de políticas que redistribuyan la riqueza y pongan fin al modelo productivista destructor de la naturaleza. Los poderes públicos se verán entonces obligados a dar prioridad absoluta a la satisfacción de los derechos humanos fundamentales.


Para ello se requiere dar un paso hacia otra dirección: salir del ciclo infernal del endeudamiento sin caer en una política de caridad que tienda a perpetuar un sistema mundial dominado enteramente por el capital y por algunas grandes potencias y sociedades transnacionales. Se trata de la aplicación de un sistema internacional de redistribución de los ingresos y de la riqueza a fin de reparar el saqueo multisecular al que aún están sometidos los pueblos dominados de la periferia. Estas reparaciones bajo forma de donativos no dan ningún derecho de ingerencia de los países más industrializados en los asuntos de los pueblos auxiliados. En el Sur, es cuestión de inventar mecanismos de decisión sobre el destino de los fondos y del control de su utilización en manos de los pueblos involucrados. Esto abre un vasto campo de reflexión y de experimentación.

Por lo demás, hay que eliminar el Banco Mundial y el FMI y reemplazarlos por otras instituciones mundiales caracterizadas por un funcionamiento democrático. El nuevo Banco Mundial y el nuevo Fondo Monetario Internacional, cualquiera que fuere su nueva denominación, deben tener unas misiones radicalmente diferentes de las de sus predecesores, deben garantizar el cumplimiento de los tratados internacionales sobre derechos humanos (políticos, civiles, sociales, económicos y culturales) en el ámbito del crédito y de las relaciones monetarias internacionales. Estas nuevas instituciones mundiales deben formar parte de un sistema institucional mundial patrocinado por una Organización de las Naciones Unidas radicalmente reformada. Es esencial y prioritario que los países en desarrollo se asocien para constituir cuanto antes unas entidades regionales dotadas de un Banco común y de un Fondo Monetario común. Con ocasión de la crisis del sureste asiático y de Corea de 1997-1998, los países afectados habían considerado la constitución de un Fondo Monetario asiático. La discusión fue abortada por la intervención de Washington. La falta de voluntad de los gobiernos hizo el resto. En la región Latinoamérica y el Caribe, con el impulso de las autoridades venezolanas, el debate sobre la posibilidad de crear un Banco del Sur comenzó en 2005-2006. Un tema a seguir.

Una cosa debe quedar clara: si se busca la emancipación de los pueblos y la plena satisfacción de los derechos humanos, las nuevas instituciones financieras y monetarias, tanto regionales como mundiales, deben estar al servicio de un proyecto de sociedad en ruptura con el capitalismo y el neoliberalismo.



[3] El Banco Mundial concedió préstamos a Portugal hasta 1967.

[4] El vocabulario para designar los países a los que el Banco Mundial destina sus préstamos de desarrollo ha evolucionado con el correr de los años: al comienzo se empleó el término «regiones atrasadas», después se pasó a «países subdesarrollados» y más tarde a «países en desarrollo», a algunos de los cuales se los denomina «países emergentes».

[5] «Developping countries, in aggregate, were net lenders to developed countries», World Bank. Global Development Finance 2003, p.13. En la edición de 2005 del Global Development Finance, p. 56, el Banco escribe: «Los países en desarrollo son ahora exportadores netos de capitales hacia el resto del mundo.» World Bank, GDF 2005, p. 56.

[6] Fuente: World Bank. Global Development Finance 2006,

domingo, agosto 06, 2006

Nº:30 - Sin Permiso

Proposito de "Sin Permiso"
Comite de redacción

1. Por qué sin permiso

Pocas cosas parecen tan moribundas como el socialismo, a tenor de lo acontecido en los últimos treinta años de triunfalmente publicitado rejuvenecimiento del capitalismo. Es evidente el fracaso de las dos corrientes sedicentemente socialistas que lograron sobrevivir, como realidades políticas con base social importante, a la guadaña de los fascismos europeos, a las criminales purgas masivas estalinianas, a la II Guerra Mundial y a la guerra mundial fría y a las diversas guerras civiles, más o menos frías, que siguieron al aplastamiento militar del Eje nazi-fascista. Estamos asistiendo ahora a un verdadero fin de trayecto del ala derecha de la socialdemocracia, que intentó con bastante éxito político hasta mediados de los 70 variados experimentos de socialismo limitadamente estatista dentro de un capitalismo restaurado y reformado. Y el comunismo de ascendencia estalinista, que intentó, con relativo éxito económico hasta la década de los 80, un llamado "socialismo real", despóticamente estatista, y pretendidamente fuera del capitalismo, quedó completamente destruido y desacreditado después de la caída en Berlín, a manos de un movimiento popular imparable, del símbolo por excelencia de su mentira y su oprobio.

Es valor deslucido durar en la vida cuando parece que se alarga adrede. ¿A qué, pues, precisamente ahora, una publicación político-cultural periódica de propósito declaradamente socialista?

El núcleo promotor de esta iniciativa está compuesto de gentes de tres generaciones y de los dos lados del Atlántico cuya biografía política e intelectual ha estado ligada de diversas formas –incluidas, por ejemplo, en los más veteranos, la experiencia de la militancia revolucionaria bajo las dictaduras militares y en las cárceles políticas latinoamericanas o la resistencia clandestina al franquismo— a distintas corrientes y subculturas de la gran tradición socialista contemporánea. Entre las muchas equivocaciones que admiten haber cometido en su vida política, no está la de haberse equivocado nunca de enemigo. Siguen considerándose socialistas, si más no porque en estos últimos lustros de desconcierto y disolución, atenidos con latina terquedad al programa moral cervantino, no han sido "movidos por promesas", ni "desmoronados por dádivas", ni "inclinados por la sumisión" —ni, habría que añadir, íntimamente vencidos por la calumnia—. Pero nuestra relación con la tradición socialista es laica: todos rechazamos el narcisismo moralizante de los redentores de cátedra aupados a las espaldas de los gigantes revolucionarios del pasado, no con ánimo de ganar una atalaya que colabore en el esfuerzo de seguir viendo y entendiendo lo que está pasando precisamente ahora, sino para lograr de barato la peana intemporal de una santidad incompetente.

Sea dicho de entrada: no nos proponemos resolver o aun enfrentar la crisis del ideario y la derrota de la acción socialistas con que ha terminado el siglo XX reduciéndonos al procedimiento, estérilmente académico, de limpiar, pulir y dar esplendor semántico a la palabra "socialismo", a fin de disputar conceptualmente que ésta o aquélla experiencia, tal o cual doctrina sedicentemente socialistas hayan sido "genuinamente socialistas". Para bien o para mal (tal vez para bien y para mal), el socialismo, en el amplio sentido de la palabra –que incluye a los diversos anarquismos, a los diversos comunismos y a los diversos laborismos que en el mundo han sido y, de uno u otro modo, siguen siendo— ha llenado la historia social y política real de los últimos ciento cincuenta años, encarnado en los más diversos y encontrados movimientos populares del planeta entero, empezando, claro está, por el tronco principal del movimiento obrero de los países industrializados o semiindustrializados. El socialismo –con todos sus "ismos"— ha sido una realidad histórica de primer orden, proteica y multiforme. Una imponente realidad de época, en la que han cabido de hecho lo mejor y, no pocas veces, lo peor que hasta ahora ha dado de sí el género humano; no un ideario ahistórico o desencarnado, meramente rescatable o redimible con repetidas exégesis de unos cuantos textos sagrados –necesariamente malas, como todas las interpretaciones sacadas de contexto—, o estilizadamente reductible a audaces teoremas, filosofemas, o ideologemas que zascandilean más o menos sutilmente con la eternidad. Y como tal realidad histórica, complicadísima, versátil y tornadiza, ha de ser el socialismo comprendido, criticado y –he aquí nuestro primer designio— autocriticado, y acaso, recobrado, y acaso, humildemente continuado.

Las nuevas generaciones que están ingresando ahora políticamente en los múltiples movimientos contra la globalización imperialista de nuestros días no han conocido ya sino el brutal capitalismo contrarreformado que se ha ido imponiendo en el mundo en el último cuarto de siglo. Y apenas han creído ver como socialismo lo que en realidad fueron las ruinas de burocracias estatales derrotadas que abusaron de ese nombre y la sectaria publicidad incansablemente cantada por los jilguerillos a sueldo de los autoproclamados vencedores.

Es nuestra convicción más profunda que las raíces y el tronco de la tradición socialista, a pesar de tantas cosas –también del veneno difamatorio interesada o frívolamente vertido—, siguen vivos y con savia. Y que nada puede alimentar mejor a la nueva consciencia anticapitalista que se está desarrollando en los actuales y crecientes movimientos contra los desastres humanos y naturales engendrados por la violencia globalizada del capital, que los frutos nuevos, cosechables de ramas nuevas y menos nuevas, que todavía puede dar el viejo árbol.

He aquí, pues, nuestro segundo designio: llamar la atención sobre la aparición aquí y allá de brotes jóvenes y aun de esquejes prometedores; mostrar el vigor y la solidez de ciertas ramas nuevas y menos nuevas interesantes –y tratar de podar otras, claro—; contribuir, con la ridícula modestia de una revista semestral, a producir, a apoyar o a difundir en el mundo de habla castellana frutos nuevos y en nuestra opinión valiosos de la reflexión socialista actual. Promover pensamiento fértil, no esterilizado por la superficial política politizante de la intriga táctica y el miope afán de cada día. Estimular la elaboración intelectual radical: radical por ir a la raíz de los problemas, pero también, por bien hincada en sus raíces morales y doctrinales. Pues, finalmente, como cantó Goethe, quien quiere ver fruta en la copa del árbol, está obligado a nutrir sus raíces.

2. Por qué "Sin permiso"

El socialismo encarnado en el movimiento obrero decimonónico heredó y transmitió, casi en solitario, al mundo contemporáneo la radicalidad de la vieja noción de "libertad" del Mediterráneo antiguo, la misma noción republicana de libertad que había animado unas décadas antes a los revolucionarios norteamericanos, a los revolucionarios franceses y a buena parte de los independentistas latinoamericanos, y que empezó a eclipsarse con el triunfo de la contrarrevolución termidoriana y del liberalismo monárquico doctrinario, del lado europeo del atlántico; de Hamilton y las fuerzas sociales grancapitalistas, del lado norteamericano del océano; y de lo que Mariátegui llamó "falsas repúblicas", excluyentes del grueso de la población indoamericana, en la antigua América española y portuguesa.

Hasta comienzos del XIX, la republicana fue la única idea seria de libertad que conoció la cultura europea: la idea, esto es, de que libertad es independencia respecto de la voluntad arbitraria de otro particular (ya sea la de la autoridad política más carismáticamente legitimada), y de que esa independencia se funda siempre en la posesión de bases materiales suficientes para asegurar la existencia social propia (y de los propios); lo demás, en uno u otro grado, esclavitud y servidumbre. Cualesquiera que fueran sus diferencias, ésa es la noción de libertad que ha compartido una larga estirpe de pensadores y luchadores políticos, desde la Antigüedad clásica hasta las revoluciones de 1848 en Europa. Y es la noción –¡faltaría más!— de Don Quijote:

"La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos... ¡venturoso aquél a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!"

Además de esa inveterada noción de libertad, que la graduaba según la obligación en que se estaba de agradecer a otro el pan de cada día, el socialismo del movimiento obrero decimonónico transmitió al mundo contemporáneo, y también esta vez casi en solitario, los ideales de otra noción casi tan antigua: la de "democracia".

Democracia significaba en la Grecia clásica, como enseña su crítico Aristóteles, gobierno o poder político de los pobres libres; extensión de la libertad republicana a los pobres no esclavos que vivían por su manos. Eso mismo seguía significando aproximadamente a finales del XVIII también para Jefferson y el ala izquierda –democrática— de los founders de los EEUU. Jefferson, como muchos demócratas del mediterráneo clásico, era propietario de esclavos –de pobres no-libres—, y apenas se interesó por los no muy numerosos trabajadores asalariados de su tiempo, a quienes en la mejor tradición republicana tendió a ver siempre como "esclavos a tiempo parcial", es decir, como gentes acaso políticamente peligrosas, porque, al igual que las mujeres, no estaban completamente exentas de la obligación de agradecer a otro el pan de cada día.

Pero la antigua idea de democracia como gobierno o poder de los pobres ya libres sufrió un cambio radical del lado europeo cuando, por esa misma época, y a través de Robespierre, Marat y el movimiento social todo de la extrema izquierda plebeya jacobina, se combinó con la exigencia de la plena universalización de la libertad y la igualdad republicanas, con la exigencia, esto es, de "fraternidad", que eso significaba el programa de abolición completa de todo tipo de esclavitud (en las colonias) o semiesclavitud y dependencia material (en la metrópoli). La democracia "fraternal" implicaba, pues, y por lo pronto, una reestructuración radical de los institutos de propiedad privada en los que se fundaba lo que Robespierre llamó una "economía política tiránica", una forma, esto es, de organizar la vida económica que perpetuaba, y aun agravaba, la subordinación material y espiritual de quienes viven por sus manos. Y, en su faz positiva o constructiva, la democracia fraternal llamaba a la conservación y a la revigorización de una "economía política popular" (lo que el historiador Eduard P. Thompson ha rebautizado en nuestros días como "economía moral") que desbarataba o cuando menos mitigaba aquella dependencia.

El desarrollo del capitalismo ha significado aumento de la riqueza, innovación tecnológica y disolución de ancestrales servidumbres; en pocas palabras, civilización y progreso. Tal vez. Pero como advirtió famosamente Walter Benjamin en uno de los más agudos ejercicios de crítica del "progresismo" que ha hecho el socialismo, hasta ahora todo documento de cultura y civilización ha sido también un documento de barbarie. Y el vigoroso despliegue del capitalismo que siguió a la revolución industrial del primer tercio del XIX fue –no sólo, claro está, pero también— el triunfo de la "economía política tiránica" sobre la "economía política popular". Fue –no sólo, claro está, pero también— un proceso de expropiación gigantesco que convirtió, y sigue convirtiendo, en "asalarizables" (en "proletarios") a centenares de millones de personas, primero en Europa, y luego, más y más –y hasta el día de hoy—, en el mundo entero, privándolas de sus bases materiales de existencia tradicional y echándolas en brazos de nuevas y menos nuevas servidumbres. Un proceso de crecimiento, desarrollo y "acumulación ampliada", pero también, y paralelamente, un proceso de expolio y de "acumulación por desposesión"; un incierto proceso de creación destructiva, como lo rotuló en su día el más inteligente –y por lo mismo, el más escéptico— de sus defensores. Un proceso que –no sólo, claro está, pero también— destruyó, y sigue destruyendo, ancestrales economías naturales y deshizo, y sigue deshaciendo, viejas y nuevas economías morales, con resultados cultural, social y ecológicamente catastróficos, que sólo ahora empezamos tal vez a entender en toda su magnitud (1).

El pleno triunfo de la economía tiránica moderna –y la consiguiente derrota de la economía democrática fraternal— tuvo su prólogo político europeo en el golpe de Estado antirrobespierrano de Termidor. El diputado Dupont de Nemours expresó en 1795 con claridad admirable el programa del liberalismo doctrinario naciente, y su nueva noción de libertad, que, dando a todos ciudadanía, hacía, a unos, a los ricos, ciudadanos por excelencia –políticamente "activos"—, y a otros, al grueso de quienes viven por sus manos, ciudadanos "pasivos" de segunda clase –excluidos de la vida política, subalternos en la nueva vida civil—:

"Es evidente que los propietarios, sin cuyo permiso nadie podría en el país conseguir alojamiento y manutención, son los ciudadanos por excelencia. Ellos son los soberanos por la gracia de Dios, de la naturaleza, de su trabajo, de sus inversiones y del trabajo y de las inversiones de sus antepasados."

Hay un sentido –el sentido que a nosotros nos interesa sobre todo proseguir— en que el socialismo fue continuador del republicanismo democrático revolucionario europeo, continuador, en las condiciones ya muy cambiadas de un capitalismo plenamente desplegado –que volvía imposible o utópica la universalización de la pequeña propiedad privada fundada en el trabajo personal—, de la política "fraternal" de oposición insobornable a la economía política tiránica del capitalismo incipiente. Y en ese sentido, se puede desde luego decir que el socialismo del movimiento obrero decimonónico arrancó en Europa como réplica democrática a Termidor, ofreciéndose como renovado desarrollo de la exigencia de una vida económica, social, política y espiritual en la que nadie –mucho menos, el grueso de la población— necesitara tener que pedir permiso a otro particular, o al Estado, para vivir. El socialismo político no arrancó como un movimiento sectario, es decir, en fingida ruptura –"epistemológica", moral, o del tipo que sea— con todo pasado, negando toda raíz y todo antecedente. Con plena autoconsciencia de sus raíces, y precisamente para dar a otros socialistas esa consciencia, escribió Marx en su Crítica del Programa de Gotha:

"El trabajo no es "la fuente de toda riqueza". La naturaleza no es menos fuente de los valores de uso (¡y en éstos consiste la riqueza objetiva!) que el trabajo, el cual no es sino la manifestación de una fuerza natural, la fuerza humana de trabajo. Aquella frase se halla en todas las fábulas para niños, y sólo es verdadera, si se supone que en el trabajo van incluidos los medios y los objetos que le acompañan. Pero un programa socialista no puede permitirse esos modos burgueses de hablar, en los que se pone sordina a los supuestos que le dan su sentido a la frase. Sólo en la medida en que el hombre se relaciona de buen principio como propietario con la naturaleza –que es la primera fuente de todos los medios y los objetos del trabajo—, sólo en la medida en que la trata como cosa suya, será el trabajo fuente de valores de uso, es decir, de riqueza. Los burgueses tienen muy buenas razones para fantasear que el trabajo es una fuerza creativa sobrenatural; pues precisamente de la determinación natural del trabajo se sigue que el hombre que no posea otra propiedad que su propia fuerza de trabajo, en cualesquiera situaciones sociales y culturales, tiene que ser el esclavo de los otros hombres, de los que se han hecho con la propiedad de las condiciones objetivas del trabajo. Sólo puede trabajar con el permiso de éstos, es decir: sólo puede vivir con su permiso."

Y a eso aún habría que añadir hoy, tras siglo y cuarto de experiencia histórica, que la apropiación tiránica de las riquezas naturales por parte de particulares, combinada con el uso tiránico de fuerza humana natural de trabajo, no siempre crea más riqueza, sino que, más y más, genera también destrucción, saqueo y ruina irreversible del común patrimonio natural (incluida la fuerza natural de trabajo). Los socialistas del siglo XXI han de empezar por admitir, como quería el último Manuel Sacristán, que "ellos mismos han estado demasiado deslumbrados por los ricos, por los descreadores de la Tierra", es decir, por los tiranos que albergan la megalómana –y suicida— pretensión de que la Tierra misma, y no sólo los humanos a ellos sujetos, les pida permiso para existir.

De aquí –y hasta aquí— "sin permiso".

NOTA (1) Las grandes y originales contribuciones socialistas actuales a esta nueva comprensión de la historia de la cultura económica y política del capitalismo (por ejemplo, Mike Davis, Late Victorian Holocausts (Londres, Verso, 2001), o David Harvey, El nuevo imperialismo (Madrid, Akal, 2004) deben mucho a las geniales intuiciones de Rosa Luxemburgo a comienzos del siglo XX.

María Julia Bertomeu, Antoni Domènech, Adolfo Gilly, Raquel Gutiérrez, Joaquín Miras, Jordi Mundó, Daniel Raventós, Rhina Roux, Carlos Abel Suárez

Barcelona, Buenos Aires, México, D.F. Junio de 2005