Nº:32 - ¿Por qué (re)leer las teorías del sistema mundial capitalista?
¿Por qué (re)leer las teorías del sistema mundial capitalista?
Remy Herrera
Introducción
Aunque las estructuras nacionales del capitalismo funcionan y se reproducen localmente gracias a un mercado doméstico en el que las mercancías, el capital y el trabajo son móviles y a un conjunto de aparatos estatales que le corresponden, lo que define sin embargo al sistema mundial capitalista es la dicotomía entre la existencia de un mercado global, integrado en todos sus aspectos salvo el laboral (limitado por una casi inmovilidad internacional), y la ausencia de un orden político único a escala mundial, que fuera más allá de una pluralidad de instancias estatales gobernadas por el derecho internacional público y/o las relaciones de fuerza basadas en la violencia. Los teóricos del sistema mundial capitalista reflexionan sobre las causas, los mecanismos y las consecuencias de esta asimetría en la acumulación del capital, en términos de relaciones desiguales de dominación entre naciones y de explotación entre clases. Éstos han elaborado una teoría global que tiene como objeto de estudio y que propone como concepto el mundo moderno, entendido como entidad concreta socio-histórica que forma un sistema, así como un conjunto (el susthma griego), estructurado por relaciones complejas de interdependencia y por varios elementos de una realidad que se convierte en una totalidad coherente y autónoma que les otorga su lugar y su significado.
Entre los representantes de esta teoría destacaremos cuatro autores principales: Samir Amin, Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi y André Gunder Frank. Es inútil intentar elaborar una posición común a partir de sus trabajos, ya que sus áreas de investigación son muy amplias y sus fuentes de inspiración son distintas, pero es evidente que sus teorías científicas tienen un origen común: de referencias históricas (los conceptos marxistas fundamentales e incluso la economía-mundo del historiador francés Fernand Braudel o la visión jerárquica de centro y periferia…); de premisas metodológicas (un modelo de explicación holístico, un análisis estructural, la combinación teoría e historia...); de ambiciones intelectuales (una representación global de los fenómenos, el intento de unir economía, sociedad y política...); y de objetivos políticos (la crítica radical de los daños mundiales provocados por el capitalismo y la hegemonía estadounidense, una visión “mundial”, el estudio de una sociedad post-capitalista...).
En estas condiciones, es difícil situar a estos teóricos inclasificables en el marxismo, puesto que cada uno de ellos parece crear su propia categoría sui generis. Amin siempre se ha considerado y se considera marxista, pero su obra se nutre con espíritu crítico de las teorías del imperialismo, así como de los trabajos pioneros sobre el subdesarrollo, como el de Raúl Prebisch o, en menor medida, el de François Perroux, y se aleja claramente del “corpus ortodoxo” marxista. Wallerstein —en la línea de Fernand Braudel y de la Escuela de los Annales, influenciado también por la teoría de las “estructuras disipativas” de Ilya Prigogine— propone una lectura tan libre del marxismo que es mejor considerarlo como un “sistemista”. Por lo que se refiere a él, Giovanni Arrighi pertenece a la escuela marxista de sociología historica del sistema mundial. En cuanto a André Gunder Frank, cercano a los escritos de Paul Baran sobre la economía política del crecimiento y a ciertos estructuralistas latinoamericanos, se le suele considerar un “dependentista” radical. Sin embargo, sus investigaciones, muy influenciadas por el marxismo aunque también por otras corrientes, le han conducido al análisis del sistema mundial.
La herencia de Marx
De todas las herencias intelectuales que reivindican los teóricos del sistema mundial capitalista, ya sean neomarxistas o no, hay que destacar como principal fuente de inspiración la obra de Marx. Aunque no se pueda atribuir a Marx una teoría completa del sistema mundial, éste contribuyó enormemente en su desarrollo al establecer las bases teóricas y al alentar las reflexiones contemporáneas de esta corriente, debido a la riqueza de las problemáticas que plantea y a las implicaciones que traza. Por lo tanto, creemos que es necesario y enriquecedor estudiar dicho autor antes de presentar las teorías más destacadas del sistema mundial.
Marx, al criticar el mito de la infalibilidad de otro Sistema, les abrió un nuevo camino. Destrozó la filosofía hegeliana –salvo la eficacia del método dialéctico– durante el largo trabajo de elaboración del materialismo histórico (primera ruptura temprana con Hegel [1843-1845]), y al abandonar la visión de un desarrollo histórico a partir de una línea universal que va desde el mundo oriental a la civilización occidental, en un esfuerzo por alejar al marxismo de todo intento economicista-evolucionista-determinista (lo que debe interpretarse en mi opinión como una segunda ruptura con Hegel, que tiene lugar en las últimas investigaciones de Marx [1877-1881]).
El análisis que lleva a cabo Marx de la acumulación del capital y de la proletarización de los trabajadores convierte al capitalismo en el primer modo de producción mundial en oposición, por la mundialización, a todos los modos de producción precapitalistas; “la tendencia a crear un mercado mundial está incluida en el mismo concepto de capital”[1]. El punto de partida del capitalismo es el mercado mundial, que se establece con la generalización de la mercancía y a través del enfrentamiento del capital-dinero con otras formas de producción diferentes al capitalismo industrial. De la acumulación primitiva a la expansión colonial, la génesis del capitalismo, aunque se sitúe geográficamente en Europa occidental e históricamente en el siglo XVI, no pertenece únicamente al continente europeo, ya que si el espacio de reproducción de la relación capital-trabajo se considera mundial, y no sólo nacional, las sociedades extra-europeas se encuentran violentamente en la contemporaneidad del capitalismo.
Las aportaciones teóricas de Marx no pueden por tanto, en nuestra opinión, reducirse a las afirmaciones de las fuerzas motrices: i) del proletariado industrial occidental en los procesos capitalistas (por la producción de plusvalía del esquema A–M–A y de la reproducción ampliada); ii) de los países capitalistas en el triunfo de la revolución y de la construcción del comunismo (lo que conlleva a asimilar el capitalismo al “progreso”, aunque “los individuos y los pueblos se vean obligados a deambular por la sangre y el barro, la miseria y la degradación”[2], pero in fine un progreso de la civilización burguesa que conlleva dolorosamente todas las contradicciones del capitalismo); iii) del capital industrial y de la esfera de la producción en la identificación del lugar de explotación y del “verdadero” capitalismo.
En los escritos que conforman su obra central, precedentes o posteriores a la publicación del primer libro del Capital, Marx ofrece, repitámoslo, no una teoría, sino los elementos constitutivos de un pensamiento social del sistema mundial. Entre ellos, se presentan matices prudentes que relativizan las afirmaciones que pudieran prestarse a confusión (el “de te fabula narratur !”[3] por ejemplo), así como incertidumbres que quedan abiertas en ámbitos poco explorados por las ciencias sociales (en particular, la evolución del obšcina ruso). Destacamos los cinco elementos siguientes que se articulan en torno al eje del mercado mundial.
Elemento 1. La constatación de Marx de una superposición de las relaciones de dominación de las naciones y de explotación de clases (Discurso sobre el levantamiento polaco de 1830 [1847], Discurso sobre el libre comercio [1848]), es lo que hace más difícil la lucha de clases, en esencia internacional pero nacional en realidad, así como la constatación de un proletariado dividido estructuralmente a partir de un criterio de nacionalidad (Carta a Kugelmann [1869], Carta a Engels [1869]); hasta tal punto que llega incluso a afirmar que la revolución en Irlanda, donde confluyen aspectos coloniales y nacionales, constituye “el preámbulo de todo cambio social” en Inglaterra (Carta a Meyer y a Vogt [1870], Carta de Engels a Kautsky [1882]). Sin embargo, dicha afirmación no la aplican más allá del caso irlandés ni Marx (en Argelia: “Bugeaud” en The New American Encyclopaedia [1857]), ni Engels (en Egipto: Carta a Bernstein [1882])[4].
Elemento 2. Marx destaca y repite la determinación de “toda organización interna de los pueblos” por el mercado mundial, su división del trabajo y su “sistema interestatal” (Carta a Annenkov [1846], Crítica del programa de Gotha [1875]), que obliga “a partir de leyes que rigen de forma conjunta” las estructuras productivas de las “naciones oprimidas” destruidas por la colonización a regenerarse a través de una especialización rigurosamente conforme con los intereses metropolitanos dominantes (“La Dominación británica en la India” en el New York Daily Tribune [1853])[5]. Dichas naciones sufren por una parte el desarrollo, y por otra el subdesarrollo del capitalismo. Pero Marx no rechaza totalmente la idea de “progreso” a través del capitalismo (Manifiesto comunista [1848], artículos dedicados a los Estados Unidos en Nouvelle Gazette Rhénane [1850] y Die Presse [1861]).
Elemento 3. Marx explica de nuevo que el Estado en Inglaterra está al servicio de los intereses de la burguesía industrial porque ese “demiurgo del cosmos burgués” ha conseguido “conquistar el mercado mundial” y se presenta como el “corazón” capitalista que exporta sus crisis al resto del mundo y amortiza sin embargo las revoluciones políticas que tienen lugar en el continente europeo (Las Luchas de clases en Francia [1849]). Marx establece la conexión entre la estructura social nacional y la dimensión internacional a través de la figura (abstracta-concreta) del “mercado del mundo” y el “sistema de los Estados” (“Revolución en China y en Europa” en el New York Daily Tribune [1853])[6], pero no ofrece los conceptos necesarios para estudiar a la misma vez las dinámicas nacionales e internacionales del sistema.
Elemento 4. Además, Marx reconoce la similitudes entre ciertos modos de explotación con el proletariado industrial –precisamente se refiere a la pequeña agricultura– (El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte [1852]), que la extracción de la plusvalía es posible incluso sin subordinación (subsumpción) formal del trabajo al capital (Capítulo inédito de los Manuscritos de 1861-1863) y que la “esclavitud del sistema de plantación para el mercado mundial” en los Estados Unidos tiene que ser considerada “una condición necesaria de la industria moderna” (Libro III de Capital) así como productora de plusvalía desde su integración en el “proceso de circulación del capital industrial” por el mero hecho de la “existencia del mercado como mercado mundial” (Libro II de Capital). Igualmente se aplica a otras formas de relación no asalariadas como aquellas que rigen los coolies chinos y los ryots indios, por ejemplo.
Elemento 5. En último lugar, rechaza expresa y categóricamente toda “teoría histórico-filosófica impuesta fatalmente a los pueblos, cuales sean sus circunstancias históricas” (Carta a Mikhaïlovski [1877])[7] y sabe aprehender de manera dudosa pero tangible, historias singulares, es decir, evoluciones no lineales y no mecánicas de formaciones sociales que deben considerarse como combinaciones de modos de producción y que hay que diferenciarlas en función de sus “medios históricos” (Grundrisse [1857-1858], Contribución a la crítica de la economía política [1859]). Marx acepta por lo tanto plantearse otras transiciones hacia el socialismo diferentes al “largo y sangriento calvario” de la vía capitalista; aunque en el caso de Rusia lo acepta bajo condiciones estrictas como la de “incorporar los logros positivos elaborados por el sistema capitalista” occidental (Borradores y carta a Véra Zassoulitch [1881])[8].
A menudo, estas afirmaciones que formula Marx por precaución y deseando elaborar una teoría más compleja han podido confundir a numerosos marxistas (cuando no han caído en el olvido pura y simplemente), pero debemos tener en cuenta que gracias a la indeterminación de las sucesivas comparaciones, existe la oportunidad de que surjan reflexiones que sean susceptibles de renovar profundamente el marxismo para que siga siendo un teoría en consonancia con la evolución real del mundo, para que ofrezca la posibilidad de transformar revolucionariamente el mundo.
Samir Amin
En la contribución científica de Samir Amin, destaca que el capitalismo como sistema mundial es diferente al modo de producción capitalista a escala mundial. La pregunta que articula su obra consiste en saber por qué la historia de la expansión capitalista se identifica con una polarización a escala mundial entre formaciones sociales centrales y periféricas. Su respuesta aspira a estudiar la realidad de dicha polarización en su totalidad para integrarla en el análisis de sus leyes en el marco del materialismo histórico, esforzándose a la vez por combinar teoría e historia y aunar los campos económico, político e ideológico. La unidad de análisis necesaria para comprender los problemas principales de la sociedad es el sistema mundial –objeto posible de un estudio científico holístico y coherente a esta escala– y no las formaciones sociales locales que la componen. Para este autor, la polarización es inmanente al capitalismo mundial y se interpreta como el producto moderno de la ley de la acumulación a escala mundial –ley cuya explicación no puede reducirse a la extensión al mundo de la teoría de la acumulación en el modo de producción capitalista[9].
Aunque Amin sitúa la totalidad de sus escritos en la perspectiva metodológica del marxismo, se aleja de ciertas interpretaciones que han prevalecido en esta corriente de pensamiento durante años. Su originalidad estriba en que rechaza una lectura de Marx que admita que la expansión capitalista homogeniza el mundo al crear un mercado global integrado en tres dimensiones (mercancías, capital, trabajo). Puesto que el imperialismo saca las mercancías y el capital del espacio nacional para conquistar el mundo limitando a los trabajadores al marco nacional, nos encontramos con un problema de repartición de la plusvalía a escala mundial. El funcionamiento de la ley de la acumulación (o de la pauperización) no se haya en cada subsistema nacional, sino a escala mundial. Amin es hostil a todo tipo de evolucionismo y rechaza una interpretación economicista del leninismo que al subestimar la gravedad de las implicaciones de la polarización, plantee la transición en términos inadecuados: si los centros no reflejan la imagen de lo que serán en el futuro las periferias y sólo se entienden si se estudia el sistema en su conjunto, el problema de éstas no consiste en la “recuperación” (desarrollo prioritario de las fuerzas productivas que reproduce los caracteres inherentes del capitalismo), sino en la construcción de “otra sociedad”. Según Amin, la inspiración del maoismo, puesto que es “volver a Marx” verdaderamente, ofrece elementos para llevar a cabo una reflexión sobre las posibilidades de “hacer otra cosa”, de transformar el mundo[10].
Por lo tanto, considera que el subdesarrollo es el producto de la lógica polarizante del sistema mundial y constituye el contraste de los centros-periferias a través de un ajuste estructural permanente de las periferias a las exigencias de expansión del capital de los centros —lógica que ha impedido a las economías periféricas desde el principio, dar el salto cualitativo que representa la creación de sistemas productivos capitalistas nacionales, industriales y autocentrados, construidos por la intervención activa del Estado burgués nacional. En esta óptica, dichas economías no se presentan como segmentos locales particulares del sistema mundial, sean o no subdesarrolladas (ni mucho menos como sociedades atrasadas), sino como proyecciones de ultramar de las economías centrales, ramas no autónomas y desarticuladas de la economía capitalista –lo que excluye todo tipo de “circulacionismo”. La organización de la producción de las periferias se ha elaborado para acumular capital central en el marco de un sistema productivo que alcanza el nivel mundial en la actualidad y traduce el carácter global de la génesis de la plusvalía.
El sistema mundial está de hecho basado en el modo de producción capitalista, cuya naturaleza se expresa en la alienación mercante, la preeminencia del valor generalizado, que somete al conjunto de la economía (mercantilización de la producción, del trabajo, de los recursos naturales…), e incluso de toda la vida social (política, ideológica…). La contradicción fundamental de este modo de producción, que opone capital (relación social mediante la cual la clase burguesa se apropia del trabajo muerto reflejado en medios de producción) y trabajo (del individuo libre obligado a vender su fuerza de trabajo), hace del capitalismo un sistema que genera una tendencia permanente a la superproducción. En el marco de un modelo de reproducción de dos departamentos, Amin muestra que la realización de la plusvalía exige un aumento del salario real proporcional al crecimiento de la productividad del trabajo –lo que supone abandonar la ley de la tendencia a la baja de la tasa de beneficio. De ahí surge una formulación de la teoría de intercambio desigual (diferente de la propuesta por Arghiri Emmanuel) como transferencia a escala mundial por deterioración de los términos factoriales dobles del intercambio: en el centro, el salario aumenta con la productividad, en la periferia no[11].
La polarización indisociable del funcionamiento de un sistema fundado en un mercado mundial integrado de mercancías y capital, pero que excluye la movilidad del trabajo, se define mediante el diferencial de las remuneraciones del trabajo, inferiores en la periferia que en el centro, con una misma productividad. Garantizada por un Estado que dispone de una autonomía real, la regulación fordista en el centro –menos socialdemócrata que “social-imperialista”, en un mundo compuesto por un 75% de pueblos periféricos– implica, a escala mundial, la reproducción de la relación desigual centros-periferias. La ausencia de regulación del sistema mundial se traduce por tanto en el despliegue de los efectos de la ley de acumulación; el contraste centros-periferias que se organiza en torno a articulaciones de producción de medios / producción de bienes de consumo (que define las economías capitalistas autocentristas) y exportación de materias primas / consumo de lujo (que caracteriza a las formaciones sociales periféricas).
En estas condiciones, la polarización no puede ser suprimida en el marco de la lógica de despliegue del capitalismo realmente existente. Amin percibe los intentos de despliegue puestos en marcha en la periferia, en sus versiones del liberalismo neocolonial (apertura al mercado mundial), del nacionalismo radical (modernización en la línea de Bandung), así como del sovietismo (prioridad a las industrias sobre la agricultura), no como un cuestionamiento de la mundialización, sino como su continuación. Tales experiencias sólo podían llevar al “fracaso” general del desarrollo –el “éxito” en algunos nuevos países industrializados debe así interpretarse como una forma nueva y profundizada de polarización a escala mundial. Sin embargo, la crítica de los conceptos y prácticas del desarrollo está acompañada en este caso por una alternativa: la desconexión. Esta última se define como la sumisión de las relaciones exteriores (gracias a la selección por parte del Estado de posiciones no desfavorables en la división internacional del trabajo) a la lógica del desarrollo interno –es decir exactamente al contrario que el ajuste estructural de las periferias a los límites que impone la expansión polarizante del capital. Se trata entonces de desarrollar acciones sistemáticas enfocadas a la construcción de un mundo policéntrico, capaz de abrir espacios de autonomía para el progreso de un internacionalismo de los pueblos, constituir un socialismo mundial y permitir una transición “más allá del capitalismo”[12].
La construcción de una teoría de acumulación a escala mundial, que reintegre la ley del valor en el marco del materialismo histórico –y que permita, entre otros, analizar la crisis estructural actual como una disfunción de la ley del valor mundializado– apela al mismo tiempo a la historia de las formaciones sociales. Al rechazar la teoría de las “cinco etapas” y la multiplicación de los modos de producción, Amin no conserva más que dos etapas sucesivas: comunitaria y tributaria –siendo los diferentes modos de producción variantes de estas familias. Todos los sistemas sociales anteriores al capitalismo presentan relaciones contrarias a las que lo caracterizan (sociedad dominada no por el valor, sino por la instancia del poder; leyes económicas y explotación del trabajo que la alienación mercante no ha ocultado; ideología necesaria para la reproducción del sistema de carácter metafísico y no economista…). Las contradicciones internas del modo comunitario han encontrado una solución en el pasaje al modo tributario. En las sociedades tributarias –en el grado diferenciado de organización del poder (mediante el cual la extracción de la plusvalía está centralizada por la clase dirigente explotadora)– operan las mismas contradicciones fundamentales, preparando el pasaje al capitalismo como solución objetivamente necesaria, pero, en las formas periféricas, más flexibles (como era el caso del feudalismo en Europa), los obstáculos frente a la transición hacia el capitalismo ofrecen una capacidad de resistencia menor. De ahí surge la evolución hacia una forma central en la época mercantilista a través de la puesta en marcha del capital de la instancia política, y por tanto el “milagro europeo”. Por consiguiente, la obra de Samir Amin invita el marxismo histórico a hacer autocrítica de su eurocentrismo y a desarrollar plenamente su vocación afroasiática.
Immanuel Wallerstein
Immanuel Wallerstein trata también de aprehender la realidad de este sistema histórico que es el capitalismo para reflexionar en torno a él de manera global, en su totalidad. Mientras que el enfoque de Amin es explícitamente el de una interpretación del sistema mundial en los términos del materialismo histórico, la ambición de Wallerstein es, en apariencia, inversa: él trata de integrar los elementos del análisis marxista en el marco de un enfoque sistémico. En realidad, precisa Wallerstein, “si las comprendemos [las teorías de Marx] en la perspectiva más amplia de un sistema-mundo histórico, cuyo desarrollo mismo implica el ‘subdesarrollo’, entonces permanecen válidas, e incluso siguen siendo revolucionarias”[13]. La perspectiva del sistema-mundo se explicita mediante un principio triple: en primer lugar, espacial, “el espacio de un mundo” –la unidad de análisis que hay que adoptar para estudiar el comportamiento social es el sistema-mundo–; a continuación temporal, “el tiempo de la larga duración” –los sistemas-mundo son históricos, en forma de redes integradas y autónomas de procesos internos de naturaleza económica y política cuya suma garantiza la unidad y cuyas estructuras, sin cesar de evolucionar, permanecen fundamentalmente las mismas–; por último analítico, en el marco de una visión coherente y articulada: “una manera de describir la economía-mundo capitalista”, sistema-mundo singular, como entidad económica sistémica que organiza una división del trabajo, pero desprovista de estructura política única que la domine. Ése es el sistema que analiza Wallerstein para ofrecer así un análisis estructural, a la vez que prever las transformaciones. Su fuerza reside en su totalidad, como subraya Balibar, en su capacidad de “considerar la estructura de conjunto del sistema como la de una economía generalizada [en la cual] los procesos de formación de los estados, las políticas de hegemonía y alianza de clases forman la textura de esta economía”[14].
Para Wallerstein, la economía-mundo capitalista presenta determinadas características distintivas. La primera característica de este sistema social, fundado sobre el valor generalizado, es su dinámica incesante y auto-gestionada de acumulación del capital, sobre una escala creciente, impulsada por los poseedores de los medios de producción. Contrariamente a Braudel, para quien el mundo, desde la Antigüedad, ha estado dividido en varias economías-mundo coexistentes, “mundos de por sí” y “matrices del capitalismo europeo, y después mundial”[15], según Wallerstein, no hay otra economía-mundo más que la de Europa, constituida a partir del siglo XVI: “alrededor del año 1500, una economía-mundo particular, que por aquel entonces ocupaba una amplia parte de Europa, pudo proporcionar un marco al desarrollo pleno del modo de producción capitalista, el cual requiere para implantarse la forma de una economía-mundo. Una vez consolidada, y siguiendo una lógica interna, esta economía-mundo se ha extendido en el espacio, integrando los imperios-mundos colindantes como los mini-sistemas vecinos. A finales del siglo XIX, la economía-mundo capitalista acabó por extenderse en la totalidad del planeta. Así, por primera vez en la historia, llegamos a un momento en el que no existía más que un único sistema histórico”[16].
La explicación de la división del trabajo en el marco del sistema mundial capitalista entre centro y periferia permite mostrar los mecanismos de apropiación de la plusvalía a escala mundial por parte de la clase burguesa, a través de un intercambio desigual materializado en múltiples cadenas industriales que garantizan el control de los trabajadores y la monopolización de la producción. La existencia de una semi-periferia es, en este marco, inherente al sistema, cuya jerarquía económico-política se modifica permanentemente. Sin embargo, el sistema interestatal en el marco de la economía-mundo capitalista está continuamente conducido por un Estado hegemónico, cuya dominación, temporal y contestada, se ha impuesto históricamente mediante “guerras de treinta años” (Provincias-Unidas en el siglo XVII, Inglaterra en el siglo XIX). La hegemonía de los Estados Unidos establecida desde 1945 cesará; Japón y Europa se presentan, con más o menos éxito, como los pretendientes del próximo ciclo hegemónico mundial. Wallerstein le otorga una atención minuciosa por una parte a los ritmos cíclicos (la “microestructura”), y por otra parte, a las tendencias seculares (la “macroestructura”), estudiando el capitalismo histórico para finalmente caracterizarlo por la alternancia de periodos de expansión y de estagnación y sobre todo, por una recurrencia de grandes crisis. “El capitalismo ha entrado históricamente en una crisis estructural en los primeros años del siglo XX y conocerá sin duda su final como sistema histórico a lo largo del siglo siguiente”[17].
Giovanni Arrighi
Las contribuciones de Giovanni Arrighi a las teorías del sistema mundial están vinculadas, entre otras, a las reflexiones sobre el capitalismo en sus orígenes, su articulación con los modos de producción precapitalistas, su estrecha relación con el imperialismo y su crisis actual. Arrighi considera que el proceso de formación del capitalismo como sistema moderno del mundo no ha partido de las relaciones socioeconómicas predominantes entre las grandes potencias nacionales europeas (en la agricultura en particular), sino más bien de los intersticios que las han conectado entre sí, así como con los otros “mundos”, gracias al comercio euroasiático de finales del siglo XIII. Las organizaciones intersticias adoptaron inicialmente la forma de Estados-ciudades y de redes de negocios extra- o no territoriales, donde pudieron realizarse enormes beneficios en el comercio de larga distancia y las finanzas. “El capitalismo-mundo no encuentra su origen en [within], sino entre [in-between] o en los intersticios entre [on the outer-rim] estos Estados [europeos]”. Es ahí donde comenzó la acumulación “infinita” del capital[18].
La mayor parte de los estudios de Arrighi dedicados a la acumulación primitiva colonial tratan sobre la penetración del capitalismo en África y su articulación con los modos de producción comunitarios. Ha analizado más concretamente los efectos sobre las estructuras de clases de las formas capitalistas que han aparecido y han diferenciado sus trayectorias en función de las oportunidades encontradas por el capital, principalmente en su demanda de trabajo (local o inmigrante, no cualificado o semi-cualificado…), pero también en función de las configuraciones adoptadas por esta penetración (más o menos competitiva, más o menos capitalista…) –y diferentes de lo que ocurrió en América Latina. Mientras que en el África tropical, el capitalismo se ha impuesto sin la formación de una clase proletaria, ni tan siquiera de una burguesía, los trabajadores del África austral, por el contrario, han sido transformados en proletariado mediante la concentración de tierras y minas en manos de colonos europeos capitalistas y la expulsión de los campesinos africanos, empobrecidos en el proceso mismo de su integración en la economía de mercado monetaria. En ambos casos, ese capitalismo se ha caracterizado por un “desarrollo del subdesarrollo”[19].
Arrighi dirige sus esfuerzos a la reformulación de una teoría del imperialismo, que se adapte a las evoluciones presentes del capitalismo. Recurriendo, en una perspectiva de largo plazo, al concepto de “hegemonía”, propone una periodización de la historia según dos criterios: el de la potencia hegemónica y el de los rasgos específicos del imperialismo que tiende a organizar esta potencia. Tras haber concluido su construcción nacional y con la intención de dominar un espacio que se extiende desde Canadá a Panamá, bajo el principio unificador del mercado, los Estados Unidos han conseguido poco a poco organizar un “imperialismo formal”, que ha garantizado, en el marco del orden jerárquico que han impuesto sobre el sistema mundial, la paz entre los países capitalistas y su unidad contra la Unión Soviética. Como refleja la crisis estructural de acumulación comenzada a principios de los años 70, el declive de la hegemonía estadounidense debe comprenderse como un proceso de transición hacia la emergencia de una nueva potencia hegemónica[20]. El periodo de caos actual podría así interpretarse como la conclusión de un ciclo sistémico de acumulación capitalista, o el final de un cuarto “siglo largo”[21] — tras los de Génova, las Provincias Unidas e Inglaterra-, presentando, a pesar de una complejidad creciente, similitudes con los ciclos pasados, como el resurgimiento de las finanzas o una proliferación de los conflictos sociales, pero también determinadas particularidades. Entre éstas, Arrighi destaca el auge de las empresas multinacionales –el capital financiero ya no se identifica con un único interés nacional, sino que se vuelve multinacional, emancipándose a la vez de los aparatos productivos y de los poderes del Estado–, así como el desplazamiento de los motores de acumulación al exterior de Europa. De ahí surge la aparición, en Asia del este, de candidatos a la hegemonía en el sistema mundial capitalista; a la cabeza de los cuales se encuentra Japón. La nueva etapa neoliberal de la mundialización tiende a acercar las formaciones sociales de los centros y las periferias, conectando ejércitos activos y ejércitos de reserva, mediante la exacerbación de la competencia y la reducción de las remuneraciones del trabajo. Por consiguiente, los movimientos de los trabajadores tienen futuro, aunque su composición y sus luchas hayan cambiado a lo largo de estas últimas décadas. En estas condiciones, cómo sorprenderse de que las contribuciones de Arrighi, fuertemente analíticas, se movilicen de manera útil y eficaz contra algunas de las “modas intelectuales” de la era neoliberal (como el Imperio de Negri, entre otras).
André Gunder Frank
Paul Baran concentra la mayor parte de sus aplicaciones empíricas en el replanteamiento del papel progresista de la expansión del capitalismo (enfatizando la extorsión de la plusvalía económica) sobre el continente asiático. En su línea teórica, André Gonder Frank dedica, por su parte, la mayor parte de sus reflexiones a América Latina, cuya realidad no puede aprehenderse más que remontándose a su determinante fundamental, resultado del desarrollo histórico y de la estructura contemporánea del capitalismo mundial: la dependencia. A partir del momento en que consideramos las esferas de producción y de intercambio como estrechamente solapadas para la valorización y la reproducción del capital en un mismo proceso global de acumulación y un único sistema capitalista en transformación, la dependencia ya no se percibe únicamente como una relación externa –imperialista– entre los centros capitalistas y sus periferias subordinadas; se convierte también en una condición interna –y de facto en un fenómeno integral– de la sociedad dependiente en sí misma.
Por tanto, el subdesarrollo de los países periféricos debe interpretarse como uno de los productos intrínsecos de la expansión mundial del capitalismo, caracterizada por sus estructuras monopolísticas en el intercambio y sus mecanismos de explotación en la producción. La postura de Frank consiste en que la integración al sistema mundial capitalista ha metamorfoseado, desde las conquistas europeas del siglo XVI, las colonias de América Latina inicialmente “no desarrolladas” en formaciones sociales “subdesarrolladas” fundamentalmente capitalistas, porque disponen de estructuras productivas y comerciales conectadas a la lógica del mercado mundial y sometidas a la búsqueda del beneficio. El origen del “desarrollo del subdesarrollo” reside en la estructura misma del sistema mundial capitalista, construida como cadena jerarquizada de expropiación/ apropiación de las plusvalías económicas que vinculan “el mundo capitalista y las metrópolis nacionales con los centros regionales, y a partir de ahí, con los centros locales, y así consecutivamente hasta los grandes terratenientes y los grandes comerciantes que extorsionan la plusvalía a los pequeños campesinos, y a veces de estos últimos hasta los trabajadores agrícolas sin tierras que ellos mismos explotan a su vez”[22]. Así, en cada eslabón de esta cadena, que marca, a través de una extraña “continuidad en el cambio”, las formas de explotación y de dominación entre “metrópolis y satélites”, el sistema mundial capitalista internacional, nacional y local genera simultáneamente, desde el siglo XVI, el desarrollo de determinadas zonas, “para la minoría” y, “para la mayoría”, el subdesarrollo en otros lugares –en estos márgenes periféricos sobre los cuales Braudel decía que “la vida de los hombres evoca a menudo el Purgatorio, e incluso el Infierno”[23].
Las clases dirigentes de las sociedades satélites se esfuerzan así en conservar intactos estos vínculos de dependencia con las metrópolis capitalistas –que las sitúan localmente en una posición dominante confiriéndoles al mismo tiempo un estatus de “lumpen-burguesía”– mediante políticas estatales voluntarias de “lumpen-desarrollo” del conjunto de la vida económica, política, social y cultural de la “nación” y del pueblo de América Latina”[24]. Su teoría proviene de la historia económica de América Latina, que contrasta singularmente con la de América del Norte, “submetrópolis” controlando un comercio triangular desde sus orígenes modernos. Ni la industrialización por substitución en las importaciones (que comenzó tras la crisis de 1929), ni la promoción de industrias exportadoras (reactivada tras la Segunda Guerra mundial), ni mucho menos las estrategias de apertura del libre-intercambio (tras las independencias del siglo XIX, o más recientemente, a finales del siglo XX), han permitido a los países latinoamericanos romper esta cadena de extracción de la plusvalía operada mediante el intercambio desigual, las inversiones directas extranjeras y la ayuda internacional. Para Frank, en este contexto, para las periferias del sistema mundial capitalista, no existe otra salida al “desarrollo del subdesarrollo” más que la revolución socialista, a la vez “necesaria y posible”[25].
Conclusión
Las teorías del sistema mundial capitalista constituyen uno de los ámbitos de investigación más ricos, dinámicos y estimulantes en los que se ha implicado el marxismo estos últimos años. Reforzando tanto uniones interactivas entre economía y política como las relaciones de articulación entre lo intranacional y lo internacional, reformulando asimismo problemas de periodización y de articulación de los modos de producción y los de combinación de las relaciones de explotación y de dominación, estos análisis modernos del capitalismo han permitido a la vez aclarar determinadas categorías, absolutamente cruciales para los planes teóricos y políticos y durante mucho tiempo cuestionadas en el marco de la corriente marxista, como las de clase, nación, Estado, mercado o mundialización. Así, el marxismo se ha visto considerablemente enriquecido, para renovarse y extenderse sobre fundamentos teóricos y empíricos más sólidos, amplios y profundos, no historicistas y no economicistas.
La importancia de estos avances, que se han producido en la confrontación con economistas marxistas críticos (como Charles Bettelheim, Paul Boccara, Robert Brenner, Maurice Dobb, Ernest Mandel, Ernesto Laclau, Paul Sweezy...) y otros “movimientos” de pensamiento (principalmente el estructuralismo), debe evaluarse conforme a las influencias reales y plurales ejercidas hoy en día por los teóricos del sistema mundial capitalista: ya sea los (“neo” o “post”) marxistas que evolucionan en ámbitos ajenos a las ciencias sociales (entre otros, Harry Magdoff en Economía, Étienne Balibar en Filosofía, Pablo Gonzales Casanova en Ciencias Políticas, Pierre-Philippe Rey en Antropología...) o los autores más reformistas (como Celso Furtado en particular). Llevadas por la ola de los movimientos populares de liberación nacional del Tercer Mundo, estas teorías van más allá pero a la misma vez mantienen la tesis del imperialismo. Por lo tanto, es lógico que encuentren un eco favorable en los países latinoamericanos, africanos, árabes y asiáticos. De hecho, los investigadores neomarxistas deberían de preocuparse por dichas regiones, en un momento en el que el discurso neoclásico/neoliberal dominante funciona –a imagen y semejanza de un nuevo sistema idealista– como una máquina que absorbe las tesis contrarias para desintegrarlas y someterlas al orden establecido.
Referencias bibliográficas:
Amin, S., G. Arrighi, A. G. Frank y I. Wallerstein (1982), Dynamics of World Crisis, Monthly Review Press, Nueva York.
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Fuente: Revista El Laberinto
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