viernes, febrero 09, 2007

Nº:57 - Sueños de Altermundo

Sueños de altermundo
Manoel Santos

Resumen

La imposición mundial del capitalismo bajo su disfraz más bárbaro desde hace aproximadamente dos décadas, lo que se da en chamar globalización neoliberal, no ha sido capaz, como afirman sus defensores, de solucionar las necesidades más básicas de la humanidad. Por el contrario, esa doctrina fundamentalmente económica –pero también política, ideológica y social–, por la que el capital dinero tiene más importancia que el capital humano, ha generado más desigualdad social, más destrucción ambiental, más inseguridad, un desprecio terrible por los derechos humanos, por la diversidad cultural y por la soberanía de los pueblos y una quiebra insalvable entre el centro y la periferia del sistema. Frente a esa concepción economicista y egoísta de la vida, en el planeta surge hace ya diez años el altermundialismo, una red de redes con la justicia social como único objetivo que bien pudiera ser el primer movimiento en la historia con conciencia global de que algo tiene que cambiar en el orbe, de que otro mundo es posible.

El egoísmo innato del hombre, como especie y como género, dividió el planeta siempre en dos, y con él la humanidad. Al resultado le llamó mundo. Norte y Sur, fieles y paganos, nobles y plebeyos, hombres y mujeres, izquierda y derecha, oriente y occidente, capitalismo y socialismo, ricos y pobres…

Surgido hace aproximadamente una década, hay quien dice que movimiento altermundista, en origen llamado antiglobalización, es el primero en la historia que adquiere conciencia global de que algo tiene que cambiar en el orbe, de que hay que darle una vuelta a esta locura a la que llaman globalización neoliberal y en la que el libre mercado y el capital prevalecen sobre lo social, lo cultural, lo político, lo ambiental y sobre la vida misma. Dotado de una increíble heterogeneidad de ideas –muchas incluso contrarias entre ellas– y colectivos (sindicatos, agrupaciones de mujeres, gentes sin tierra, comunidades indígenas, ecologistas, obreros, intelectuales, labradores, pescadores…), la mayor parte deja en un lugar secundario sus reivindicaciones para centrarse en la tarea de derrotar a un adversario común al que llaman neoliberalismo.

Sin embargo, no es esto lo más novedoso, sino que tras una primera etapa de protesta y toma de conciencia –de acción global–, este gigantesco movimiento social fue evolucionando también hacia el análisis del problema, hacia el planteamiento de propuestas alternativas al modelo ultracapitalista imperante y hacia búsqueda de un mecanismo de acción para llevarlas a cabo. Además, y como bien dice Carlos Taibo: “Gracias a ellos se perfilaron, es posible que por primera vez en la historia, genuinas redes transnacionales en las que se dan cita, con afortunada primacía de las segundas, gentes del Norte y del Sur”.

Todos juntos sueñan con un altermundo, con una utopía que tocan con las manos, y están transformando el ambiente ideológico del planeta. Son el movimiento de movimientos; y creen firmemente que “otro mundo es posible”.

1. La globalización neoliberal y sus efectos

Las dimensiones alcanzadas por el movimiento altermundista en tan poco tiempo sólo se explican por la entidad de su adversario y los efectos devastadores que originó. Si millares de activistas, intelectuales, economistas, filósofos, periodistas, sociólogos, científicos, e incluso políticos, que de una forma o de otra representan el lamento de millones de personas, deciden organizarse –al menos ideológicamente– para hacer frente a la globalización neoliberal es a causa de su fracaso. Este proceso, fundamentalmente económico, pero también social, ideológico y político de manera indirecta, no fue capaz de dar respuesta a las necesidades más básicas de la mayor parte de los habitantes del planeta. Por el contrario, la imposición mundial del capitalismo bajo su disfraz más bárbaro generó más desigualdad social, más destrucción ambiental, más desprecio por los derechos humanos y la diversidad cultural, más inseguridad y una brecha insalvable entre el centro y la periferia del sistema. Y la brecha crece cada día, tanto en el interior del mundo industrializado, entre sus centros y periferias intrínsecas, como entre éste y los países en desarrollo (PED) o, como se dice a pie de calle, entre Norte y Sur.

Se trata, según Ignacio Ramonet, “de una nueva era de conquista similar a la de los descubrimientos y la colonización, pero esta vez no son los Estados, sino las empresas y los grupos industriales y financieros los que se proponen dominar el mundo. No se aspira tanto a conquistar países como a conquistar mercados, aunque a veces una cosa implique la otra.”

1.1. El neoliberalismo como doctrina económica

Los que componen el Movimiento por la Justicia Global entendieron hace tiempo que deben estudiar a los ricos y poderosos y no a los pobres y a los que carecen de poder para acercarse a ese otro mundo posible. Vaya, que es fundamental conocer bien al adversario antes de adoptar cualquier acción correctiva.

Como afirma Noam Chomsky, en el sentido estricto globalización –o mundialización– significa integración internacional. Nadie con un mínimo de juicio se opondría a la globalización. Sus defensores hablan de ella como de un sistema económico que integrará a todos los seres humanos en una armonía que traerá la paz al mundo y que va a terminar con las desigualdades. Podría ser así, pero la forma de llevarla adelante, esa que llaman neoliberal, va camino de terminar, si no lo hizo ya, en todo el contrario.

Hay autores que consideran que el término globalización, o más bien su empleo y promoción, fue discurrido a principios de la década de 1990 simplemente para contrarrestar la imagen negativa de palabras como imperialismo y capitalismo y, de hecho, este cambio es clave para que el nuevo orden mundial fuese asumido también por los partidos socialdemócratas y otros más izquierdistas. El hecho de que los referentes políticos sociales fuesen engullidos por un alarmante proceso de desarme ideológico puede ser uno de los detonantes de la explosión altermundista, de la sociedad civil, que paradójicamente parece divorciarse definitivamente de los partidos y de los aparatos de Estado como si estos no fueran instituciones civiles.

La globalización, al contrario que el neoliberalismo, no es un fenómeno nuevo en la historia. ¿Qué otra cosa fueron si no las ansias expansionistas del colonialismo? Karl Marx ya había hecho referencia a la mundialización del capitalismo a mediados del siglo XIX, en plena Edad de Oro del liberalismo clásico, en el que el mercado ya se imponía como elemento regulador de la sociedad. El fracaso de este, derrotado como doctrina económica en 1929 y decapitado con las guerras mundiales y la sangre de millones de personas, debía dar paso a otro modelo, que se comenzó a gestar enseguida, pero que durante un tiempo vio frenada su globalización por la existencia de los dos bloques sociomilitares en que quedó dividido el mundo.

Los orígenes del neoliberalismo hay que buscarlos en los acuerdos de Bretton Woods, poco antes de terminar la II Guerra Mundial, por los que se crean el BM (Banco Mundial) y el FMI (Fondo Monetario Internacional), y con ellos el nuevo Sistema Monetario Internacional, con los EEUU en el centro por la existencia del dólar convertible en oro, que servirá de referencia para las finanzas mundiales.

Más importante aún para estructurar este maquiavélico proceso fue el GATT (Acuerdo General sobre las Tasas Aduaneras y el Comercio) que, firmado por una veintena de países en 1947, tenía como objetivo instaurar nuevas legislaciones liberales menguando derechos aduaneros y otras limitaciones al comercio. Fue el precursor de la OMC (Organización Mundial del Comercio), que la reemplazaría en 1995, una vez firmados los acuerdos de la Ronda de Uruguay, para evitar conflictos comerciales entre los Estados. Además de los productos industriales y la agricultura, entraban en el mercado los llamados servicios (salud, cultura, educación…).

La crisis del petróleo de 1973, en la que Nixon suprime unilateralmente la convertibilidad del dólar en oro, abre una época de inestabilidad monetaria en la que el Departamento del Tesoro de los EUA ordena y manda; y en la que los Estados irán perdiendo poder frente a los mercados financieros, que van poco a poco destruyendo las barreras a los movimientos de capital.

Pero la globalización neoliberal –o ultraliberal, pues ultrapasa los límites del liberalismo clásico–, esta nueva fase imperial que dirigen ya sin miramientos las empresas y que impulsan las finanzas, comienza en la década de 1980 con la llegada al poder de Margaret Thatcher y Ronald Reagan y se consolida a principios de la de 1990, después de la caída del muro de Berlín y la muerte de la URRS. Camino libre.

En este momento es también fundamental a revolución de las comunicaciones, que propicia la aparición de una especie de “economía virtual” en la que por cables y ondas de satélite circulan los capitales, se arreglan cuentas, se ocultan pérdidas y se esconden beneficios en paraísos fiscales, surgiendo incluso empresas que no existen físicamente, que no tienen ni fábricas, ni oficinas, ni siquiera trabajadores.

Entramos entonces en lo que triunfalistas como Francis Fukuyama llamaron el fin de la historia. La única alternativa posible era el neoliberalismo y la idea de democracia de Occidente (pensamiento único, según Ramonet). Se abría una etapa de liberalización absoluta de los movimientos de capitales, de pura especulación en la que la economía real parece desaparecer y en la que la productividad pasaba a tener un papel secundario delante de la rentabilidad del capital. La empresa no es tan importante, sino lo que valen sus acciones, por lo que, como indica Xosé Manuel Beiras, se pasa de un modelo de capitalismo relativamente regulado a otro de capitalismo salvaje. Lo importante es el capital dinero y no el capital humano.

Todo este conjunto de políticas, conocido como CW (Consenso de Wáshington), funcionan con la imposición de la hegemonía absoluta de la economía sobre el resto de dominios sociales y con el mercado como mano invisible supuestamente capaz de corregir cualquier tipo de disfunción social. La mundialización llega con el librecambio sin límites, con la disciplina fiscal, con la liberalización de las tasas de interés, con la privatización de las empresas públicas, con las desregulaciones de los mercados de trabajo y de las normas de protección ambiental…

ATTAC (Asociación para la Tasación de las Transacciones Financieras de Ayuda a los Ciudadanos), una de las organizaciones más relevantes del universo altermundista, lo resume así: “La libertad total de circulación de capitales, los –paraísos fiscales– y la explosión del volumen de transacciones arrastran a los gobiernos a una carrera para ganar el favor de los grandes inversores privados. En nombre del “progreso”, cerca de dos billones de dólares van y vienen cada día buscando una ganancia rápida, al margen de la economía productiva. La globalización financiera agrava los desequilibrios e inseguridad sociales, y menoscaba las opiniones de los pueblos, al limitar los controles que corresponden a sus instituciones representativas y a la mayoría de los Estados, responsables de defender el bien común. Dichos controles son sustituidos por lógicas estrictamente especulativas que sólo expresan el interés de las transnacionales en los mercados de capital, aspirando estos a constituir una especie de gobierno financiero mundial”.

1.2. El estado del mundo en el que nace la alterglobalización

Eduardo Galeano compara la economía mundial con el crimen organizado. No exagera. Los resultados de la aplicación del CW, ensayado por vez primera en el Chile de Pinochet, no se corresponden con el paraíso terrestre que nos venden sus defensores ni de lejos. Bajo la dictadura neoliberal se instaura la sociedad del 20/80, una ley no escrita por la que el 20% de la población debe tener el 80% de la riqueza. En 1960 el 20% de la población mundial de los países ricos tenía unos ingresos 30 veces superiores a la población del 20% de los más pobres. En 1995, 82 veces superiores. Un estadounidense era 38 veces más rico con un tanzano en 1990, hoy 61 veces.

Más que globalización se produce todo el contrario, una concentración de la riqueza en unas pocas manos: las 10 compañías más importantes en telecomunicaciones controlan el 86% de ese mercado mundial, los 10 productores de pesticidas el 85% y los 10 de ordenadores el 70%. En este contexto son las empresas las únicas beneficiadas. El capital vence a la humanidad y las transnacionales pasan por encima de los Estados y, por tanto de sus habitantes. Así, de las 100 economías más grandes del mundo 52 ya no son países, sino corporaciones. ExxonMobil vale más que Pakistán y General Motors, que Argelia o Perú. Y lógicamente estas transnacionales son dirigidas desde países de la Tríada –Unión Europea (UE), EEUU, Japón y satélites como Australia o Canadá–, que controlan el 75% de los intercambios comerciales planetarios.

Las desigualdades son pues cada día más gigantescas, tanto entre el Norte y el Sur del planeta como en el interior de los Estados, incluyendo los de la UE y los EEUU, que acumulan alarmantes bolsas de pobreza, desempleo, degradación ambiental, pérdida de coberturas sociales… en un meteórico proceso que ya se conoce como la tercermundización de las ciudades occidentales. El sueño americano hoy es imposible para más de 38 millones de personas, que son las que en los EEUU viven bajo el umbral de la pobreza.

Con esta tesitura es difícilmente creíble que las políticas neoliberales estén, como dicen, sacando a la gente de la pobreza. Esto se constata con el éxito de los tigres asiáticos, como Corea, Singapur o China, que sirven de ejemplo a los gurús globalófilos pero falsamente, ya que emplean políticas muy alejadas de las del CW.

El Informe sobre el Desarrollo Humano 2005 advierte que de mantenerse las actuales tendencias a humanidad está muy lejos de cumplir los Objetivos del Milenio en 2015. A pesar de que hubo ligeros avances en la reducción de la pobreza extrema (del 28% al 21% de la población desde 1990) la brecha entre ricos y pobres crece cada día, lo que se traduce realmente en más pobreza. El Índice de Desarrollo Humano, que se calcula midiendo la esperanza de vida, la mortalidad infantil, las tasas de escolarización y alfabetización y el PIB por habitante, es hoy más bajo que hace tres lustros en veinte países. Actualmente el 40% de la población mundial vive en la extrema pobreza. Unos 1.000 millones con menos de un dólar diario y 1.500 con menos de dos. Unos 850 millones de niños y niñas –uno de cada tres– sufren malnutrición y hay 1.000 millones de personas sin acceso al agua potable, de manera que cada día mueren 3.900 niños por infecciones derivadas de la insalubridad del agua.

En esta espiral de muerte quien lleva más las de perder es África, dónde 38 millones de personas están infectadas por un Sida que no pueden combatir porque no se les permite el acceso a los antiretrovirales patentados por las transnacionales gracias a las políticas del CW. El continente negro lleva como compañeras de viaje a Latinoamérica, gran parte de Asia y unos nuevos viajeros, los de las exrepúblicas soviéticas, dónde la esperanza de vida era de 70 años en 1980 y de 59 en la actualidad.

Y lo más doloroso es que hoy sobran recursos y tecnología para acabar con esta barbarie. Con sólo el 1% del patrimonio de las 200 empresas más ricas del planeta se financiaría la educación primaria de todos los niños del mundo. Pero esto no ocurre, porque a pesar de que los defensores de la globalización afirman que esta generó un alud de inversiones hacia los países más pobres, lo cierto es que estos van siempre a parar a Estados “rentables” –África subsahariana recibe menos del 5% de estos flujos de capital–, que devuelven el dinero de inmediato por otras vías como las de la deuda, el coste humano de la explotación laboral de menores y la sangría de la emigración desesperada, a la que los países del Norte, contrariamente que al capital, cierran las puertas.

1.3. Exterminando culturas, destrozando el planeta

El estado de la humanidad después de dos décadas de globalización capitalista no avala pues la supuesta benignidad del proceso, que además de estrangular económicamente a los pueblos y de socavar su soberanía, condena a muchos a la desaparición. Si de algo se vale la globalización económica para imponerse es de un imperialismo cultural sin precedentes. Este intenta uniformizar las formas culturales –tomando como imagen el consumismo norteamericano– y de paso las necesidades de la población, que se moldean según lo que precisen vender las empresas. La mafia de los cultivos transgénicos, que controlan unas pocas transnacionales que obligan a los campesinos a depender de ellas de por vida abandonando sus formas de producción tradicionales, y la concentración de los medios de comunicación como mecanismo de control, engaño y manipulación, son buenos ejemplos de la unidireccionalidad del llamado pensamiento único.

Pero el efecto más catastrófico del ultraliberalismo lo sufre el planeta en si. En los últimos años la destrucción de ecosistemas y la reducción de la biodiversidad se aceleró hasta límites insostenibles. La concepción del mundo únicamente desde la perspectiva económica parece hoy más que nunca incompatible con la sostenibilidad del medio ambiente, sobre todo en los países del Sur, castigados con el coste ambiental de la generación de riqueza del Norte.

De este modo, las comunidades periféricas ven como sus ecosistemas mueren poco a poco. El 75% de las pesquerías marinas está agotado por la sobrepesca; la tala indiscriminada e ilegal redujo hasta la mitad a cubierta forestal mundial; el 65% de las tierras de cultivo presentan graves niveles de degradación del suelo. A esto hay que añadir el aumento continuo de la explotación de las materias primas; la biopiratería, que “introduce” en el mercado recursos genéticos gestados por la naturaleza durante miles de años; el traslado de residuos tóxicos generados en el Norte al Sur, a países dónde se imponen desregulaciones; y los problemas globales por todos conocidos, como el cambio climático –con la negativa de los EEUU a ratificar el Protocolo de Quioto–, la desertización, la destrucción del litoral por la especulación urbanística o la extinción masiva de especies –5.000 veces superior a la natural. Todos y cada una de estos defectos planetarios tienen que ver con las actividades humanas, con una terrible contradicción entre economía y ecología que hace de esta cuestión la madre de todas las batallas, por cuanto es la vida en la Tierra a que está en juego.

1.4. Los actores de la globalización neoliberal

El movimiento altermundista identifica como los principales responsables de la globalización neoliberal a una serie de actores públicos: instituciones mundiales como la OMC, BM, FMI, OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo) y G-8; y otros privados: transnacionales y galaxias financieras (compañías de seguros, fondos de pensiones, agencias de bolsa). Los primeros son los brazos ejecutores de los grupos de presión que forman los segundos, cuyas voces se oyen con fuerza en foros publicitarios como lo de Davos o en el oscuro Club Bilderberg, una especie de junta secreta de dueños de empresas, jefes de estado e incluso casas reales que juegan, literalmente, a ser los amos del mundo. Hagamos un repaso:

FMI y BM. Susan George los define como los terribles gemelos, ya que sus competencias se mezclan o complementan. El FMI fue creado para hacer préstamos urgentes a países que no podían controlar sus balanzas de pagos. El dinero se devolvería una vez superados los problemas. Actualmente está formado por 184 estados miembros. El BM, que tiene los mismos miembros, se creó para ayudar a la reconstrucción de Europa después de la II Guerra Mundial mediante créditos, aunque una vez cumplida su función continuó haciendo préstamos a los países pobres. Teóricamente son instituciones democráticas, en las que las decisiones se toman por votación. Ora bien, la realidad es que los países que más fondos aportan tienen más poder, o todo el poder, pues impera la máxima de “un dólar, un voto”, con algunas variantes en el caso del FMI.

Para los altermundistas estas instituciones son las principales responsables de la deuda de los PED. La función para la que fueron concebidos se ultrapasó completamente. Hoy, en vez de ser el Norte lo que ayuda al Sur, es el Sur lo que financia al Norte. A pesar de las ayudas y a los nada despreciables 4,5 billones de dólares que pagaron entre 1980 y 2001, los PED tienen hoy la deuda cuadriplicada. De una forma o de otra el dinero prestado se devuelve vía explotación de recursos, derechos de importación, etc. Entre 1983 y 2001 pagaron 368.000 millones de dólares más de los que recibieron en créditos. Bastarían 80.000 millones anuales durante diez años para garantizar las necesidades básicas de la humanidad.

Para entender esta situación hay que remontarse a la época del colonialismo. Las potencias europeas exprimieron a los países del Sur estableciendo abusivos sistemas de explotación de las materias primas para elaborar productos en el Norte. A cambio sólo aportaron lo suficiente para garantizar la buena vida de los colonos y las vías de exportación. La descolonización llegó en forma de liberación territorial, pero no política ni económica. El intercambio desigual continuó y los países pobres comenzaron a aceptar créditos. Ahí comenzó el proceso, que se agravó a partir de 1960, cuándo el BM estimuló la petición de más préstamos a bajo interés, pero variable claro, y con la Guerra Fría, en la que las superpotencias favorecieron regímenes corruptos y dictatoriales por todo el orbe. Con la subida del petróleo de 1973 y la de los intereses de 1979 la deuda se hizo inasumible, y en 1982 México anunciaba la suspensión de los pagos. Para hacer frente a esta crisis el FMI maquinó las políticas de ajuste estructural que, con el pretexto de eliminar la pobreza e instaurar la democracia, no son más que una imposición de la doctrina neoliberal sí o sí. Para ser ayudados se exige el fomento de la competencia, el control de la inflacción reduciendo el gasto social, la apertura del mercado a las transnacionales, la desvalorización de las monedas locales, la privatización de los servicios públicos. El BM, el FMI y el Club de París –que negocia bilateralmente con los países pobres posibles reducciones de la deuda– se convirtieron en una mafia global de prestamistas exigiendo el pago de una deuda que para los altermundistas es casi siempre ilegítima, en la medida en que fue contraída casi siempre por gobiernos impuestos y no valora siglos de explotación colonial. De ahí la gran pregunta: ¿Quien debe a quién?

OMC. Nace en 1995 para sustituir al GATT y administrar los acuerdos de la Ronda de Uruguay, pero con extensiones. No sólo se encarga de regular los bienes industriales, también los servicios –lo que se traduce en privatizaciones en todos los campos salvo el militar, policial y judicial, por el momento–, la agricultura y la propiedad intelectual, incluyendo las patentes sobre principios activos de medicinas, sobre los OMG (Organismos Modificados Genéticamente) y sobre los seres vivos. Con sede en Ginebra, está compuesta por 149 países y la norma es “un país, un voto”, aunque por lo general nunca se vota. Las decisiones las toma la Tríada por “consenso”, dado que la mayor parte de países no pueden ni mantener un embajador permanente en Ginebra ni seguir las complejas rondas de negociaciones.

Si los terribles gemelos afectan a los ciudadanos de manera indirecta, esta organización impone políticas de choque frontal contra sus derechos. La máxima es que el mercado predomina sobre el derecho nacional. Sus múltiples acuerdos son casi mandamientos divinos que le permiten meter baza en las leyes y asuntos internos de los países. Así, se producen situaciones como la llegada al Sur de productos del Norte –muchas veces subsidiados– por debajo del coste de producción, con la consiguiente ruina de las economías locales. Los acuerdos más polémicos son el ADPIC (Aspectos de los Derechos de Propiedad Relacionados con el Comercio), que amplió la protección mundial de las patentes hasta 20 años y el AGCS (Acuerdo General sobre Comercio de Servicios), una brutal amenaza sobre los servicios públicos de muchos países y una piedra en el camino para los que los necesitan crear. Mediante lo AGCS la OMC considera “en el mercado” desde la enseñanza a la salud, pasando por el medio ambiente y el ocio (deporte, cultura…).

OCDE y G-8. Como dice Xavier Vence, “el neoliberalismo no ataca realmente a los Estados, los utiliza”. A quien ataca es al Estado del Bienestar, de ahí que organismos como la OCDE y el G-8, constituidos por gobiernos, tengan también su papel destructor.

Son clubes de países ricos. La OCDE tiene 30 miembros y se creó originalmente para administrar el Plan Marshall en Europa. Su actual misión es la de perfeccionar las políticas económicas y sociales de los países promoviendo desde la flexibilidad laboral a la biotecnología. El G-8 lo forman EEUU, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia. Representa dos terceras partes de la riqueza mundial y sus reuniones son toda una exhibición de poder, autoridad y dominación mundial. Vigilan por el cumplimiento estricto del CW, deciden las engañosas políticas de condonación de la deuda y sus ministros de economía y finanzas discurren esas iniciativas en favor del desarrollo que siempre originan el efecto contrario en los países pobres.

Transnacionales y galaxias financieras. Según la ONU en el mundo hay unas 65.000 empresas transnacionales con unas 850.000 filiales, con ventas de cerca de la mitad del producto mundial. La cuarta parte de estas ventas están en el poder de las diez mayores. Todas realizan al menos un tercio de sus actividades en países dónde la mano de obra es más barata y la presión fiscal más débil, además de que en sus países de origen son de las empresas que mejor pagan pero que menos gente emplean. La fiebre de las fusiones, por las que aumentan la concentración y reducen la competencia –lo que provoca reducción de puestos de trabajo–, es uno de sus grandes negocios, que amenaza con exterminar millones de pequeñas economías locales. Su presión sobre los Estados es tan grande, exigen tal cantidad de desregulaciones y ventajas fiscales, que acabaron por imponer su ley: el mercado gobierna, el gobierno gestiona. Entre otras acusaciones se habla de explotación infantil, financiación de guerras civiles, dictaduras y tráfico de armas, violaciones de derechos sindicales, ensayos clínicos no éticos y destrucción ambiental a sabiendas.

Las galaxias financieras son las responsables de la anteriormente mencionada economía virtual. Da igual que tipo de empresa se posea, lo importante es su valor accionarial y los flujos de capitales que genera, que muchas veces acaban en paraísos fiscales. La productividad del capitalismo tradicional nada importa y por lo tanto la gente tampoco, pues básicamente son aberraciones creadas para ganar dinero con dinero.

Estos actores privados organizan grupos de presión sobre los Estados e instituciones como la ERT (Mesa Redonda Europea de Industriales), el Foro Europeo de Servicios o la DETA (Diálogo Empresarial Trasatlántico), que influyen sobre las decisiones políticas, tanto en el campo comercial como en el infraestructural, militar, biotecnológico o legislativo en general.

2. El altermundismo: la respuesta desde abajo

Lo que hoy llamamos altermundismo se corresponde realmente con lo que en principio fue el movimiento antiglobalización, pero hoy en día este término es rechazado por sus integrantes. Primero porque el prefixo alter- parece más oportuno por hacer referencia a la búsqueda de un mundo alternativo al del ultracapitalismo; y después porque nadie en el movimiento se considera anti- nada, a pesar de que los grandes medios del poder insistan en llamarlos así, probablemente por la negatividad que emana el prefijo. En realidad los altermundistas son más globalizadores que sus adversarios, pero su globalización hace referencia a la educación para todos, al respeto a las culturas del mundo, a la sanidad universal, a la sostenibilidad del medio ambiente… En definitiva, a la justicia social.

2.1. Globalizar la resistencia: la gestación del movimiento

El movimiento de movimientos tiene probablemente sus raíces en las reivindicaciones sociales de la década de 1960, que se centraban en cuestiones concretas como el ecologismo, el feminismo o el pacifismo y que ya tenían de alguna manera carácter anticapitalista. Pero, como se demostró años después de las revueltas de mayo del 68, estas protestas acabaron siempre integradas en el sistema, fundamentalmente en “partidos de izquierda”.

Con la explosión del neoliberalismo comienzan a surgir movimientos más globales, cuyos objetivos atacan directamente a la base del sistema, al concepto economicista de todo lo humano. Algunas de estas luchas se articulan en ONG, pero en este caso no se trata de un movimiento en si, principalmente debido a la heterogeneidad de sus objetivos, a menudo aislados unos de los otros, y por su dependencia de los gobiernos y empresas que muchas veces las financian, con excepciones del tipo Greenpeace o Anmistía Internacional.

Aunque no hay coincidencia plena, la gestación del movimiento tiene mucho que ver con el levantamiento zapatista de Chiapas en 1994, que se produce a causa de la entrada en vigor del NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Significó un cambio enorme en la manera de concebir la política y despertó la solidaridad de todo el planeta. Sin embargo, la fecha clave fue el llamamiento desde las montañas del sureste mexicano en 1996, cuándo se organiza el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad contra el Neoliberalismo. Más de 3.000 activistas de cuarenta países de los cinco continentes acudieron a la llamada de: “No es necesario conquistar el mundo. Llega con que creemos uno nuevo”. De alguna manera, y tomando las palabras del subcomandante Marcos en la Segunda Declaración de La Realidad, “un mundo hecho de muchos mundos se fundó en aquellos días en las montañas mexicanas”. Nacía una red intercontinental de resistencia para la humanidad que empleaba un discurso nunca antes escuchado, con visión global de los problemas, que valoraba la diversidad y la multiculturalidad y que, curiosamente, no pretendía tomar el poder, no tenía cúpula, ni dirigentes, ni jerarquías. Pretendía resistir, buscar otro mundo bajo dos preceptos básicos: 1) Piensa globalmente, actúa localmente y 2) Globalicemos la resistencia.

Después del éxito de la iniciativa zapatista se articula una propuesta para organizar una Acción Global de los Pueblos –o Movimiento de Resistencia Global (MRG)– basada en valores como la solidaridad, la paz, la igualdad, la defensa del medio ambiente, la participación democrática, el internacionalismo. Las primeras consecuencias de este nuevo pensamiento son las grandes movilizaciones-protesta contra de las políticas desarrolladas por las instituciones económicas y monetarias, como las francesas contra lo Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI), discutido en secreto por la OCDE para instaurar una especie de Constitución Mundial del capital, que les daría a las transnacionales los mismos derechos que a las empresas locales. Francia descartaba el AMI en 1998 a causa de la presión popular.

Pero el gran despegue se produce en noviembre de 1999 en Seattle, dónde 50.000 manifestantes llegados de todos los rincones del planeta consiguen hacer fracasar la Ronda del Milenio de la OMC con una movilización sin precedentes organizada fundamentalmente desde Internet. A partir de aquí un gigantesco grupo de personas, desde sindicalistas a intelectuales, desde labradores a camioneros, hacen converger sus protestas presionando en todas y cada una de las reuniones de los poderosos: asambleas de la ONU, ministeriales de la OMC, o citas del FMI, G-8 y Comisión Europea. Se suceden grandes movilizaciones (Bangkok, Washington, Praga, Florencia…) y el movimiento se torna en un obstáculo real para los autoproclamados amos del orden mundial, que tienden a protegerse con ejércitos de policías, estableciendo las ya famosas “zonas rojas” en medio de las ciudades, poniendo inconvenientes en las fronteras o buscando lugares de reunión inaccesibles a los rebeldes.

A pesar de todo el movimiento avanza, y en enero de 2001 se produce uno de los hechos fundamentales de esta década de altermundismo: nace el Foro Social Mundial (FSM). Mientras los poderosos se reunían en el Foro Económico de Davos, en el lado pobre del planeta, en una ciudad simbólica por sus experiencias en democracia participativa, un millar de organizaciones de todo el mundo decidían dar un paso más, encaminándose a la presentación de propuestas alternativas a la globalización neoliberal.

El movimiento adquiría entonces sus dos primeros mecanismos de resistencia, la protesta masiva y el estudio de una alternativa. Y comenzaba a molestar de más. De hecho, ese 2001 se recordará no tanto por la energía de las protestas de los “antiglobalizadores”, sino por la contundencia de la respuesta de los que mandan. En junio, la policía de Goteborg abre fuego real contra los que se manifestaban frente a los líderes europeos hiriendo a varios activistas. En julio el BM tiene que suspender su conferencia anual en Barcelona, dónde la respuesta policial fue más que abusiva, y unos días después Austria suspende el Tratado de Schengen –de libre circulación de ciudadanos por la UE– para salvar el Foro Económico Mundial en Salzburgo.

También llegaban las primeras víctimas, como Carlo Giuliani, asesinado por la policía en el transcurso de las protestas contra lo G-8 en Génova (julio de 2001) o Lee Kyung Hae, campesino coreano que se suicidó clavándose una navaja en el pecho durante la V ministerial de la OMC en Cancún (septiembre de 2003).

Entre medias, los atentados del 11 de septiembre de 2001 frenan al movimiento de movimientos de golpe, fundamentalmente por el control de las fronteras y la psicosis del terrorismo generada por el gobierno Bush. Pero el MRG lejos de morir sigue trabajando en la elaboración de propuestas alternativas en los Foros Sociales y se rearma organizando el 15 de febrero de 2003 la mayor manifestación mundial de la historia. Unos 60 millones de personas salen a las calles ese día contra la invasión de Irak. En pocos años el movimiento de movimientos adquiere una impresionante dimensión.

2.2. La horizontalidad del movimiento: una red de redes

Quien piense que el movimiento altermundista es un producto espontáneo se confunde de todas todas. Es un universo de asociaciones, de clases sociales, de movimientos teóricos, de mesas de debate, de campos de acción e incluso de personas a título individual con una estructura articulada pero descentrada, pues sucede que esa articulación poco tiene que ver con lo conocido hasta ahora. No está edificado en vertical, de arriba abajo, sino que es un tejido asociativo horizontal vertebrado a partir de la diversidad. Carece de sede, de jeraquías y de líderes con capacidad de decisión, y no existen ni declaraciones globales ni un comité central que concentre las estrategias, pero son capaces de coordinarse desde diferentes puntos del planeta y converger en impresionantes acciones simultáneas. Estas surgen de una gigantesca tela de araña que en gran medida emplea la tecnología –internet– para comunicarse, que actúa localmente en todos los campos, pero que también es capaz de sintonizar objetivos comunes y principios a nivel global.

El principal concepto que define al movimiento es el de Red de Redes. En este campo Internet se erigió como un nuevo espacio en el que existe una participación social insólita y que permite movilizar millares de personas en tiempos mínimos. El hecho de que la brecha digital entre Norte y Sur sea aún evidente es un problema en muchos aspectos, pero también generó una conciencia colectiva desde el Norte hacia el Sur, de manera que muchas organizaciones trabajan desde arriba mirando hacia abajo por primera vez.

Ahí confluyen desde asociaciones campesinas a colectivos indígenas, desde medios de comunicación e información alternativos a foros e institutos de economistas, sociólogos, politólogos y filósofos que dan vida y argumentos al movimiento y que son capaces de pasar por encima de los inconvenientes generados por los medios de comunicación alineados con el poder. Ejemplos de esta variedad son el Independent Media Center (www.indymedia.org), red internacional que cuenta con portales en muchas lenguas que abarcan informaciones cercanas a raudales de activistas; Znet (www.zmag.org), revista electrónica orientada al cambio social con más de 250.000 visitantes semanales y reputados colaboradores en todas las disciplinas, que además de denunciar presenta propuestas de cambio, informa sobre los movimientos sociales y tiene actividades de formación; Nodo50 (www.nodo50.org), que se autodefine como un territorio virtual para los movimientos sociales y la acción política; multitud de medios y agencias alternativas, desde generales a temáticos, que informan sobre lo que no suele tener espacio, o que se oculta, en los medios tradicionales: Rebelión (www.rebelion.org), Argenpress (www.argenpres.info), ALAI (América Latina en Movimiento, alainet.org), Adital (www.adital.org.br), Púlsar (www.agenciapulsar.org), Red Voltaire (www.voltairenet.org); y otras agencias y medios tradicionales –en el mercado– pero con líneas editoriales afines y comprometidas, como el periódico mexicano La Jornada (www.jornada.unam.mx), el francés Le Monde Diplomatique o Inter Press Service (www.ipsnoticias.net).

Al lado de estas fuentes de información y comunicación se articulan las organizaciones de activistas, que van desde los colectivos juveniles, con gran peso en las movilizaciones, a organizaciones políticas como el PT brasileño y asociaciones que abarcan terrenos de actuación y estudio específicos. La diversidad es impresionante, pero destacan por su actividad e influencia ATTAC, Vía Campesina, el CADTM (Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo), el Foro Mundial de las Alternativas, el Foro Internacional sobre la Globalización, Focus on the Global South, Social Watch y el Instituto Transnacional de Ámsterdam.

Todas estas organizaciones cuentan con presencia estable en Internet y están dirigidas por una amalgama importante de personajes –conocidos como los intelectuales del movimiento y autodefinidos como militantes– que, si bien no se pueden definir como líderes, pues no representan al altermundismo, sí influyen con sus declaraciones y publicaciones enormemente, y sientan las bases teóricas del movimiento y de los caminos que este puede seguir. Ellos reflejan también la heterogeneidad del altermundo. En el mismo plano encontramos todo el espectro de clases que va desde los campesinos a los catedráticos de Universidad, desde activistas anónimos a Premios Nobel: Ignacio Ramonet, Bernard Cassen, Noam Chomsky, Michael Albert, Eduardo Galeano, Adolfo Pérez Esquivel, Susan George, Boaventura de Sousa Santos, Naomi Klein, James Petras, Carlos Taibo, Hazel Henderson, Rafael Alegría, José Bové, Vandana Shiva, Walden Bello, Samir Amin, François Houtart, Pascual Serrano, Éric Toussaint, etc.

2.3. Alrededor del Foro Social Mundial

Según Chico Whitaker, recientemente galardonado con el Right Livelihood Award (Nobel Alternativo), la idea de organizar el FSM la tuvo Oded Grajew, brasileño vinculado a la promoción de la responsabilidad social empresarial, que vio la necesidad de complementar las grandes manifestaciones contra la globalización neoliberal con una nueva etapa propositiva en la que se debían buscar respuestas a los desafíos de construcción del “otro mundo”. La idea fue presentada a Bernard Cassen, director de Le Monde Diplomatique, y enseguida una serie de entidades, siete brasileñas –incluido el MST (Movimiento de los Trabajadores sin Tierra)– y ATTAC le dieron forma. Escogieron Porto Alegre como lugar de celebración y también las mismas fechas (enero de 2001) en las que se celebraba el Foro Económico de Davos, con lo que consiguieron una importante repercusión mediática.

El éxito del primer FSM sorprendió incluso a sus organizadores. Se esperaban 3.000 personas y reunió a más de 20.000 –4.700 delegadas de diversas entidades– de 117 países diferentes y 1.900 periodistas acreditados. Unos meses después nacía la Carta de Principios del FSM, que serviría de base para la organización de los foros que vendrían. Dicha carta define el Foro como un espacio abierto –no es pues un movimiento, sino un lugar de encuentro– para intensificar la reflexión, realizar un debate democrático de ideas, establecer el libre intercambio de experiencias y articular acciones eficaces por parte de los movimientos sociales opuestos al neoliberalismo.

La gran novedad es su carácter global como proceso permanente de búsqueda y construcción de alternativas; su horizontalidad, con actividades autogestionadas y autoorganizadas; y sobre todo que no pretende ser una instancia de representación de la sociedad civil mundial, de manera que rompe con las jerarquías. Nadie está autorizado a manifestar en nombre del FSM posiciones que hayan sido atribuidas la todos sus participantes, pues sería imposible representarlos la todos. Al igual que no tiene dirigentes tampoco tiene un documento final, aunque muchas de las organizaciones que en él participan sí emiten comunicados y conclusiones de las reuniones. Esto despista mucho a los poderosos, que no están acostumbrados a enfrentarse a un enemigo sin representación formal.

Desde esa primera experiencia el FSM no hizo más que crecer. En 2002 acuden 12.000 delegados y 50.000 personas, en 2003 unos 20.000 delegados y 100.000 personas. Por todo el mundo se organizan multitud de foros regionales y sectoriales: europeo, asiático, mediterráneo, pan-amazónico, de las migraciones, de los pueblos, etc. y el FSM anual. Este es siempre en enero. En 2004 salía por primera vez de Porto Alegre, a Mumbai (India), y en 2006 sería policéntrico, celebrándose en Caracas (Venezuela), Bamako (Malí) y Karachi (Pakistán). El próximo será en Nairobi (Kenia) entre el 20 y 25 de enero de 2007, apostándose claramente por darle un empujón a los movimientos sociales en el continente más desgarrado por la globalización neoliberal. En estos años el propio foro fue evolucionando desde la denuncia del lo que acontecía en el mundo al estudio de los mecanismos por los que el neoliberalismo es una amenaza real y desde el planteamiento de propuestas alternativas a las estrategias necesarias para llevarlas adelante.

El FSM está organizado por un Consejo Internacional que no dirige, sino que cataliza millares de actividades en forma de seminarios, talleres y conferencias autoorganizadas y autogestionadas por las agrupaciones participantes –entre las que impera el principio de la corresponsabilidad– mediante consultas previas y alrededor de una serie de ejes temáticos que las agrupan (sostenibilidad medioambiental, papel de las transnacionales y organizaciones internacionales, desigualdad social, deuda externa, acceso a las riquezas, control de los capitales financieros, división y precariedad del trabajo, problema de los refugiados, derechos de los pueblos indígenas, democratización de los medios de comunicación, soberanía alimentaria, migraciones, problemas urbanísticos, etc). Ninguna actividad tiene más importancia que otras y las únicas exigencias que se autoimponen son la no violencia, el respeto al medio ambiente y a la pluralidad y claro, la lucha contra lo neoliberalismo como objetivo.

A pesar de que el altermundismo es mucho más que el FSM, pues hay organizaciones que desconfían ora de su orientación ora de los miembros del Comité Internacional, este sirve de alguna manera como centro catalizador, como aglutinador de las experiencias alternativas que van surgiendo en el seno de los militantes y, por tanto, es un fabuloso termómetro del estado del movimiento y también de su antítesis, el ultracapitalismo. El FSM no es simplemente un evento, ni una conferencia académica, ni una internacional de partidos –los partidos políticos y organizaciones militares no pueden participar–, ni un movimiento social. Ni siquiera tiene una ideología definida. Es, simplemente, una lucha contra la globalización neoliberal que da voz a los de abajo, una asamblea de las gentes del planeta, o, como lo definió Ramonet, a lo mejor es, o puede llegar a ser, el parlamento de los ciudadanos de la Tierra.

2.4. Caminos hacia el otro mundo posible

¿Qué otro mundo queremos? ¿Cómo llegamos a ese otro mundo? Los grandes interrogantes del altermundismo, y también del FSM, no son fáciles de responder. Dentro del movimiento hay posicionamientos reformistas, que ven en la reorientación del sistema actual la solución, y otros más radicales que buscan derrocarlo, construir otro mundo comenzando casi de cero. El movimiento, ya lo dijimos, es sobre todo heterogéneo y nuevo, por lo que nadie sabe hacia dónde irá, o acabará diluido o disgregado en corrientes irreconciliables. Este es uno de sus grandes peligros.

No existe pues una especie de programa altermundista y hay quien piensa que no lo debe haber nunca, pero lo que parece claro es que existen una serie de objetivos compartidos por casi que todos sus componentes, unos puntos en común en los que hay casi un acuerdo global.

Existe una conciencia pacifista que exige la reducción de los gastos militares, la prohibición de las armas de destrucción masiva, un verdadero Tribunal Penal Internacional o la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU. En el campo económico hay coincidencia en la prioridad de lo social sobre el capital. Es necesario un control del poder ilimitado de las transnacionales, la vuelta a manos públicas de muchos servicios privatizados, la condonación –o anulación– de la deuda externa de los PED, la reforma radical –o supresión– de las grandes organizaciones políticas y económicas internacionales (FMI, OMC, BM…), el establecimiento de la Tasa Tobin –impuesto sobre las transacciones financieras para emplear el dinero recaudado en la supresión de las desigualdades–, la instauración de una Renta Básica que cobrarían todos los habitantes del planeta por el simple hecho de existir, la eliminación de los paraísos fiscales y el control de los movimientos de capitales, el rechazo a muchos Tratados de Libre Comercio como el ALCA, etc. En el campo ambiental y de la ecología social hay un grito general por respetar el Tratado de Quioto, por limitar la expansión de los OMG, por evitar las patentes sobre los seres vivos y las medicinas básicas, por asegurar la soberanía alimentaria de los pueblos (los alimentos no son mercancía), por el acceso a la tierra para quien la trabaja y al agua potable o por el respeto a la integridad de los ecosistemas y la biodiversidad, por la sostenibilidad al fin y al cabo. En el campo cultural hay demandas para asegurar a los habitantes de la Tierra el derecho a la información –con la creación de un Observatorio Internacional de la Comunicación– o para resguardar las culturas de los pueblos y naciones agobiadas por la llamada industria cultural. Y existen otros campos y actuaciones casi consensuados entre el altermundismo que caminan hacia búsqueda de una democracia más participativa, en vez de la representativa, o incluso hacia el establecimiento de una ciudadanía global.

3. Inconvenientes y futuro del movimiento de movimientos

La sucesión lógica del altermundismo tiene cuatro etapas bien diferenciadas que se deben desarrollar simultáneamente para responder a los desafíos de la resistencia global. La primera fue y sigue siendo la protesta como mecanismo de presión; la segunda el análisis, el estudio de lo que está pasando en el mundo, de lo que nos están haciendo y cómo; la tercera tiene que ver con el planteamiento de propuestas, con la definición de una alternativa para crear el otro mundo posible; y la cuarta sería la etapa de la acción, la búsqueda de fórmulas y mecanismos para alcanzar los objetivos. Mientras las dos primeras están superadas y en marcha, en la tercera aparecen los primeros inconvenientes. La pretensión es, no cabe duda, la de derrotar al neoliberalismo, pero para esto deben converger multitud de objetivos concretos que el altermundismo, como movimiento global, aun no fue capaz de definir a causa de su gigantesca heterogeneidad. No es cierto que no existan alternativas, las hay y a centenares, la cuestión radica más en cuáles de estas son comunes al conjunto del altermundismo. Si hablamos de la cuarta etapa las cosas están aún más verdes, pues la definición previa de la tercera es fundamental. Aún así el futuro de iniciativas como el FSM pueden llegar a dar la respuesta.

El gran inconveniente del movimiento de movimientos no es pues el de definir los objetivos, a pesar de que hasta en esto existan divergencias. La expresión “justicia global” los define a todos a la vez. El problema estriba en los mecanismos de acción para llevarlos adelante y en la estructura ideal de ese otro mundo posible, en como puede ser la sociedad después del capitalismo. Ahí es donde el altermundismo muestra sus debilidades, si es que las tiene, pero también sus virtudes, pues son temas que se debaten abiertamente y que por el momento no provocaron la ruptura, a pesar de que a primera vista existan posiciones más que irreconciliables.

Hay que tener en cuenta que se trata de un movimiento muy nuevo, que apenas acaba de superar una década de vida. Vaya, que la acusación de los globalófilos de que no existe una alternativa real y de que el altermundismo no la tiene, a lo mejor es cierta. Sin embargo, aún no estamos en la etapa en la que se le pueda exigir a la galaxia altermundista una solución, un ideal, pues se está luchando contra un sistema, el neoliberal, cimentado en más de 60 años de historia.

De todas formas, es indudable que se trata de un movimiento de ideales muy poderoso, probablemente histórico, que busca de verdad acercarse a la utopía, lo que se demuestra simplemente por la reacción de los poderosos, que están desplegando toda su maquinaria de propaganda para destruirlo antes de que crezca de más. Echemos la mirada atrás y veamos aquellas primeras estigmatizaciones de los “antiglobalización” relacionadas con la supuesta violencia de sus acciones, que afortunadamente ya son pasado y que demostraron la capacidad de reacción del movimiento para desprenderse de un análisis tan cínico e interesado de sus intenciones. La idea de vender el altermundismo como una manada de violentos antisistema sin ideas y sin futuro resultó vacía, pues nadie puede negar hoy su eficacia en muchos aspectos, materializada por ejemplo en los fracasos de la Ronda de Doha de la OMC, en el desprendimiento, con o sin acierto, por parte de algunos países de su dependencia del FMI (Argentina, Rusia, Brasil), en las manifestaciones mundiales contra la invasión de Irak, en el casi seguro fracaso del ALCA o en la llegada al poder en Latinoamérica de gobiernos claramente antiimperialistas. Hoy el mundo sabe que el principal problema planetario no es el terrorismo, sino la pobreza y la desigualdad, y esto tiene mucho que ver con la fuerza del altermundismo.

Pero las grandes dudas sobre el movimiento siguen ahí. ¿Se busca un modelo de sociedad alternativo, bien difícil de definir, o una nueva organización política de la sociedad? ¿Hay que reformar lo que ya existe o construir de nuevo? ¿Cuál es la relación, si es que debe existir, que hay que tener con los partidos políticos? En el entorno de las aspiraciones del altermundo existen metas que parecen bien claras e incluso alternativas concretas como la Tasa Tobin, la condonación de la deuda o la Renta Básica, en las que parece haber consenso, y muchos piensan que habría que comenzar por ahí, evitando las luchas internas y organizándose más eficazmente para llegar a obtener resultados palpables.

El debate sobre el futuro del FSM como referente global de los movimientos sociales es un buen ejemplo de las inquietudes de los estudiosos del altermundismo. A pesar de que tiene otros problemas, como su financiación o su limitada expansión mundial, que claramente lleva mucha ventaja en Latinoamérica, la forma que debe tomar en el futuro está sobre la mesa. Hay corrientes que desean que todo siga como está, que el Foro permanezca como un espacio de debate, reflexión y planteamiento de propuestas y que no evolucione hacia un órgano de decisión. De alguna manera jerarquizar el Foro sería construir un sistema que ya existe, otorgarle una gobernabilidad contra la que teóricamente se está luchando, y romper con el horizontalismo y la participación. Otros, por el contrario, opinan que este debe evolucionar desde uno foro evento a uno foro proceso, porque corre el peligro de acabar siendo una especie de feria del altermundismo que no produzca efectos visibles.

A este respeto los primeros suelen acusar a los segundos de querer monopolizar el FSM. También en el altermundismo hay recelos, desconfianzas e incluso envidias. Desde hace un par de años un grupo de movimientos muy importantes emitieron una serie de comunicados que, con la premisa de que no representan a nadie, sino sólo a sus firmantes, no sentaron bien en una parte importante de los, digamos, puristas del Foro. Los más importantes son el “Consenso de Puerto Alegre”, firmado en 2005 por 18 personas y que contiene 12 propuestas básicas para empezar, desde la anulación de la deuda, a la Tasa Tobin, la promoción del comercio justo o la prohibición de las patentes sobre los seres vivos. Nada nuevo, pero sí se trata de un intento de centrarse en algo para arrancar y comenzar a obtener resultados. El “Llamamiento de Bamako”, firmado en 2006, va por el mismo camino, pero es mucho más denso y contiene numerosas propuestas muy concretas por las que se debería, a juicio de sus defensores, luchar. Entre los que opinan que el FSM corre el peligro de convertirse en una feria folklórica de ideas están por ejemplo Ignacio Ramonet, François Polet, Samir Amin o François Houtart, la mayor parte impulsores del primer FSM y figuras pensantes del altermundo, que además tienen una excelente relación con los gobiernos de Hugo Chávez y Evo Morales, en los que de alguna manera ven reflejadas varias de las demandas del altermundismo. ¿Es ese el camino?

En este punto llegamos al gran dilema del movimiento en su conjunto, y no solo del FSM: la relación con la política. ¿Anti-neoliberalismo o anti-capitalismo? ¿Reforma o revolución? Esas son las dos tendencias principales, pero de por medio existen propuestas de todo tipo, desde las que hablan de una nueva Internacional a otras más “realistas”, como las de Susan George. Postula que debe haber una relación con la política, ya que el movimiento tiene el deber de influir en las decisiones de los partidos desde la independencia, por lo que nunca debe transformarse en un partido político, y presionar para que los organismos internacionales sean reformados. Si fuesen derrumbados completamente, por lo menos en un primer momento, acabaríamos sumergidos en un caos. Debe haber una etapa de transición, de relación con el sistema actual pero dirigida hacia ese otro mundo posible que aún no está definido.

Los problemas y “luchas internas” del altermundismo están ahí, pero parece haber una coincidencia, o un deseo, en la necesidad de evitar centrarse demasiado en ellos agotando energías que son necesarias para desmontar a globalización neoliberal. El camino no hizo más que comenzar, el altermundismo es apenas un crío de 10 años, pero con una potencialidad fuera de toda duda y con una influencia cada día mayor. Saben que queda mucho por definir, por crear, pero les une el hecho de ser el primer movimiento en la historia que intenta democratizar el espacio internacional para dar una existencia digna a todos los habitantes del mundo y la todas las formas de vida del planeta. Lo dicho, constituyen el movimiento de movimientos y creen firmemente que “otro mundo es posible”.

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*Manoel Santos. Biólogo, escritor y productor editorial. Director de altermundo.org y colaborador del Igadi.