miércoles, mayo 23, 2007

Nº:71 - Por un modelo economico solidario y perdurable

POR UN MODELO SOCIOECONÓMICO SOLIDARIO Y PERDURABLE
Susan George

Los análisis y las predicciones de los ecologistas y de los altemundialistas han quedado demostrados continuamente por los hechos. Ya nadie se atreve a negar la realidad del cambio climático y del efecto invernadero, de la crisis del petróleo, del impacto deletéreo del hombre sobre el planeta. Todo el mundo sabe que el agua dulce se está convirtiendo en un recurso escaso y que la agricultura intensiva mina los suelos sin que, por otra parte, consiga alimentar a todos los que sufren hambre. Centenares de estudios de caso demuestran que la deuda de los países pobres funciona como un neocolonialismo, grava cualquier posibilidad de desarrollo sostenible y contribuye a arrojar a las carreteras y a los mares a centenares de miles de emigrantes que ya no pueden encontrar los medios de vivir decentemente en sus países. En cuanto a las empresas transnacionales, escapan cada vez más a cualquier tipo de control, comprendido el fiscal, e invierten donde quieren, cuando quieren y para producir y vender lo que quieren.
Y sin embargo, cuando llega el momento de la decisión política estos análisis y estos hechos se olvidan. Las cuestiones vitales de las que hablan los autores de esta parte de La Otra Campaña – energía, deuda, agua, agricultura, empresas transnacionales – no son tratadas o lo son a penas por los políticos, atrapados por una especie de parálisis. El medio ambiente siempre queda relegado a un ministerio aparte, sin gran influencia; la legislación no refleja ni la gravedad del momento ni la urgencia del cambio. ¿Por qué? Sin duda porque el neoliberalismo, o la “mundialización neoliberal”, es decir, la etapa del capitalismo mundial en la cual nos encontramos actualmente sumergidos, no desea ningún cambio que pueda perjudicar su avance.
Cualquier persona progresista que no tenga permanentemente en cuenta este simple hecho se arriesga a no comprender nada de la naturaleza de su lucha. A pesar de que sus propuestas serían esencialmente correctas si fueren adoptadas esto no significa que vayan a serlo: el adversario es muy real, muy poderoso y no lo quiere.
Incluso en las organizaciones progresistas militantes estas cuestiones son frecuentemente relegadas o se remiten a los especialistas. A pesar de que desde un punto de vista intelectual sus peligros son conocidos, el “crecimiento” mantiene un lugar preeminente; los recursos naturales son tratados de facto como inagotables, el mundo de los negocios, sobre todo si se trata del internacional, es intocable. No se trata exclusivamente de un problema francés, lejos de esto – pero hay que reconocer que Francia ha quedado atrasada en todos estos aspectos.
Y sin embargo cualquiera que aborde la noción de “sostenibilidad” debe reconocer de entrada que el medio ambiente lo engloba todo; es la esfera que envuelve a todo el resto. La economía está incluida en la ecología y no al contrario, como pone de relieve la etimología: el oikos es el campo, el conjunto que hay que gestionar [en nuestro caso es la tierra]. Para esta gestión existe un conjunto de reglas, el nomos, que constituye la “eco-nomía”. Pero es el logos que encontramos en “eco-logía” el que ofrece el sentido y la razón profunda de esta gestión. Como decía San Juan, “Al principio existía el logos” que con frecuencia se traduce por “el Verbo”. No hay necesidad de ser creyente para ver que la razón profunda engloba, dicta y justifica las reglas de gestión, que el planeta es superior, en todos los sentidos de la palabra, a las reglas de la gestión.
Entonces ¿por qué incorporar la deuda del Sur y las empresas transnacionales a este apartado que concierne a un mundo solidario y sostenible? No forman ellas parte precisamente del campo subalterno del nomos? Aparte del hecho de que por su naturaleza actúan a priori contra toda posibilidad de solidaridad con el sur del planeta, pertenencen de pleno derecho a este campo, puesto que se encuentran entre los más fuerte adversarios de una preferencia por el logos. En tanto que la deuda no sea abolida, en tanto las empresas a la búsqueda de la privatización de todas las necesidades humanas no sean puestas bajo tutela política y ciudadana, este campo se gestionará contra-sentido, al servicio únicamente del máximo beneficio y del corto plazo.
Sin duda lo más difícil de pensar para un político es que la naturaleza no tiene necesidad de nosotros, a pesar de que nosotros tenemos una necesidad absoluta de ella. En términos de evolución con frecuencia no somos más que parásitos, una especie que toma muchos más recursos de los que le corresponden, dejando cada vez menos para otras especies. La naturaleza nos lo hace ver de muchas maneras: el planeta no es infinito y el crecimiento tampoco puede serlo. [1] Y sin embargo todo esto está lejos, muy lejos de la política. Seguramente no pasará nada – especialmente durante mi mandato – y la prueba de ello ¿no es cierto? es que lo peor todavía no ha llegado. El hombre es trágicamente y naturalmente antropocéntrico..... Sin embargo, el primer deber de un político [o de un ciudadano] es ser pesimista, temer lo peor y repensar radicalmente nuestra relación con la naturaleza, los demás seres vivientes y los demás hombres que tienen derecho, como nosotros, a su parte de subsistencia, de dignidad y también de felicidad.
Francia que se vanagloria de ser el “país de los derechos humanos” podría también reconocer que la deuda los viola a diario. Si el Africa subsahariana continua gastando 25.000$ por minuto, únicamente por el servicio de la deuda, es imposible concebir que ello no vaya en detrimento de la sanidad, de la educación, del alojamiento, de la alimentación y del agua potable, etc. – en resumen de una vida digna para todos.
Si las empresas transnacionales pagan cada vez menos impuestos y contribuyen cada vez menos a los presupuestos nacionales de países como Francia – hechos estadísticamente comprobados por los estudios de la OCDE, entre otros – no hay que concluír que ya es hora de instaurar un impuesto unitario y planetario sobre sus beneficios? Es algo técnicamente posible pero políticamente continua siendo tabú. Y entre tanto ¿por qué no un régimen fiscal que grave menos al trabajo o al consumo y más al despilfarro, la contaminación y los gases de efecto invernadero? Antes pedíamos la imaginación al poder. Ahora nos contentaríamos con la razón. Nos jugamos en ello el futuro si es que todavía esperamos un futuro.

Nota: [1] “Para creer que algo puede crecer sin límite o bien hay que estar loco o ser economista”, dejó escrito el desaparecido Kenneth Boulding. Susan George es Presidenta del consejo del Instituto Transnacional.