viernes, octubre 12, 2007

Nº:90 - Negatividad y utopia del movimiento altermundista

Negatividad y utopia del movimiento altermundista
Michael Lowy

El movimiento altermundista es, sin duda, el fenómeno más importante de resistencia antisistémica a comienzos del siglo XXI. Esa vasta nebulosa, esa especie de «movimiento de movimientos» que se hace visible durante los Foros Sociales —ya sean regionales o mundiales— y durante las grandes manifestaciones de protesta —contra la OMC, el G-8 o la guerra imperial de Irak— no guarda correlación con las formas habituales de acción social o política.

Amplia red descentralizada, el movimiento altermundista es múltiple, diverso y heterogéneo; asocia a sindicatos obreros y movimientos campesinos; ONGs y organizaciones indígenas; movimientos feministas y asociaciones ecologistas; intelectuales y jóvenes activistas. Lejos de constituir una debilidad, su pluralidad es la fuente de su fortaleza, crecimiento y expansión.
Las solidaridades internacionales que se tejen en su interior son de una tipología novedosa, relativamente diferente a las que caracterizaron a las movilizaciones internacionalistas de las décadas de los sesenta y setenta.

Por aquel entonces la solidaridad se articuló en apoyo a movimientos de liberación de los países del Sur —revoluciones argelina, cubana y vietnamita— o del Este de Europa —disidentes polacos o Primavera de Praga. Algo más tarde, durante la década de los 1980, la solidaridad se desplegó con los sandinistas de Nicaragua o con el movimiento Solidaridad de Polonia.

La tradición, generosa y fraternal, de solidaridad con los oprimidos no ha desaparecido en el nuevo movimiento por la Justicia Global articulado durante la década de los 90 sino más bien todo lo contrario. Un ejemplo evidente es la simpatía y el apoyo recibido por el neozapatismo, desde la sublevación de los indígenas chiapanecos, el 1 de enero de 1994.

En aquel momento apareció, como sea, un elemento novedoso, un cambio de perspectiva. En 1996, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional convocó en las montañas del Sureste mexicano un Encuentro Intercontinental por la humanidad y contra el neoliberalismo bautizado por el Subcomandante Marcos, con ironía, como «Intergaláctico». Sus miles de participantes —llegados desde cuarenta países a la que puede ser considerada como primera gran señal de lo que posteriormente sería llamado altermundismo— viajaron, sin duda, también por solidaridad con los neozapatistas aunque el objetivo del encuentro —definido por sus participantes— fue en realidad mucho más amplio: la búsqueda de convergencias en la lucha común contra un adversario común —el neoliberalismo— y el debate en torno a las alternativas posibles para la humanidad.

He aquí el elemento novedoso de las solidaridades tejidas en o alrededor del movimiento de resistencia global a la globalización capitalista: la lucha por objetivos inmediatos comunes a todos —por ejemplo, el boicoteo a la OMC— y la búsqueda colectiva de renovados paradigmas civilizatorios. En otros términos: más que de una solidaridad con se trata de una solidaridad entre diversas organizaciones, movimientos sociales o fuerzas políticas de diferentes países y Continentes que cooperan y se asocian en una misma lucha frente a un mismo enemigo planetario.

El movimiento altermundista es, sin duda, el fenómeno más importante de resistencia antisistémica a comienzos del siglo XXI. Esa vasta nebulosa, esa especie de «movimiento de movimientos» que se hace visible durante los Foros Sociales —ya sean regionales o mundiales— y durante las grandes manifestaciones de protesta —contra la OMC, el G-8 o la guerra imperial de Irak— no guarda correlación con las formas habituales de acción social o política.

Para muestra, un botón: la red campesina internacional Vía Campesina reúne en su seno a movimientos tan diferentes como la Confederación Campesina francesa, el Movimiento de los Sin Tierra brasileño o grandes movimientos campesinos de la India. Dichas organizaciones se apoyan mutuamente, intercambian experiencias y actúan conjuntamente contra las políticas neoliberales y contra sus adversarios comunes: las multinacionales del agro-business, los monopolios de las semillas, los fabricantes de transgénicos y los grandes terratenientes. Su solidaridad es recíproca y les ha convertido en uno de los movimientos mundiales contra la globalización capitalista más potentes, activos y movilizadores.

Se podrían poner otros ejemplos en los ámbitos sindical, feminista —la Marcha mundial de las mujeres— ecológico o político. De todos modos este proceso de revitalización de viejas solidaridades y de invención de otras nuevas apenas comienza. Es frágil, limitado, incierto e incapaz, por el momento, de poner en peligro la aplastante dominación del capital global y de la hegemonía planetaria del neoliberalismo. Tampoco constituye el lugar estratégico en el que se elabora el internacionalismo del futuro.

La dinámica del movimiento altermundista conlleva tres momentos distintos pero complementarios: la negatividad de la resistencia, las propuestas concretas y la utopía de otro mundo.

El primer momento, su punto de partida, es el rechazo, la protesta, la necesidad imperativa de resistir al estado de cosas existente. De hecho, el movimiento constituye la Internacional de la Resistencia que reclamaba Jacques Derrida en su libro Espectros de Marx (1993).

La motivación inicial de las masas que se movilizaron en Seattle en 1999 fue la voluntad de oponerse, activamente, no tanto a la «globalización» en sí como a su forma capitalista y liberal; a la Corporate Globalization y a su cortejo de injusticia y catástrofes: desigualdades crecientes entre el Norte y el Sur; desempleo; exclusión social; destrucción medioambiental; guerras imperiales y crímenes contra la humanidad.

El movimiento nació con un grito, lanzado por los neozapatistas, en 1994: ¡Ya Basta! ¡Es suficiente! La fuerza del movimiento proviene sobre todo de su negatividad radical, inspirada por una profunda e irreductible indignación.

Daniel Bensaïd, congratulándose de la dignidad de la indignación y del rechazo incondicional de la injusticia, escribió: «Los borbotones de indignación no son solubles en las templadas aguas de la resignación consensual. [...] La indignación es el comienzo. Una manera de levantarse y ponerse en marcha. Nos indignamos, insurgimos y ya veremos.» [1]

La radicalidad del movimiento es resultado, en buena medida, de su propia capacidad para la revuelta y la insumisión, de su disposición intratable a decir ¡no!

Los críticos del movimiento y los medios de comunicación acomodaticios insisten reiteradamente en el carácter excesivamente «negativo» del movimiento; en su naturaleza «exclusivamente» protestataria; en la ausencia de propuestas alternativas «realistas».

Es necesario rechazar contundentemente este chantaje porque, incluso si el movimiento no tuviera una sola propuesta, su revuelta no dejaría de estar completamente justificada.

Las protestas callejeras contra la OMC, el G-8 o la guerra imperialista son una expresión concentrada, patente e inevitable de desconfianza hacia las reglas del juego impuestas por los poderosos. El movimiento está orgulloso de su activismo negativista, de su fibra protestataria y rebelde. Sin un sentimiento tan radical de rechazo, el movimiento altermundista no existiría.

Pero ¿contra quién se dirige el rechazo? ¿Contra las instituciones financieras multilaterales (OMC, FMI, Banco Mundial), contra las políticas neoliberales o contra los grandes monopolios multinacionales? Todas esas fuerzas, responsables de la mercantilización del mundo, están en la mira del movimiento. Pero el movimiento es más radical. La palabra misma remite, ontológicamente, a la raíz de los problemas. Pero ¿cuál es la raíz de la dominación totalitaria de bancos y monopolios; de la dictadura de los mercados financieros; de las guerras imperiales, en suma, del sistema capitalista en su conjunto?

Lo cierto es que no todos los componentes del movimiento piensan igual: algunos siguen soñando con un regreso al neo-keynesianismo y otros con los «gloriosos treinta» o un capitalismo regulado, de rostro humano. Los «moderados» tienen su lugar en el movimiento pero resulta innegable que la tendencia más radical es la que predomina. La mayor parte de los documentos publicados por el movimiento ponen en tesitura, no sólo las políticas neoliberales y belicistas sino el poder del capital en sí.

Tomemos como ejemplo la «Carta de principios del Foro Mundial», redactado por el Comité de Organización brasileño —del que forman parte no solo sindicatos obreros y movimientos campesinos, sino ONGs y un representante de la Comisión Justicia y Paz de la Iglesia católica— y aprobado, con algunas modificaciones, por el Consejo Internacional del FSM. Dicho documento, uno de los más representativos y «consensuales» del movimiento altermundista, afirma: «El Foro Social Mundial es un espacio de encuentro abierto que pretende profundizar la reflexión; el debate democrático de ideas; la formulación de propuestas; el intercambio de experiencias en libertad y la articulación, con visos de acciones eficaces, de instancias y movimientos de la sociedad civil que se oponen al neoliberalismo; a la dominación del mundo por el capital y toda forma de imperialismo y que trabajan en la construcción de una sociedad planetaria basada en el ser humano. [...] Las alternativas propuestas en el FSM se oponen a un proceso de globalización capitalista comandado por las grandes empresas multinacionales.» [2]

El principal eslógan del movimiento, «el mundo no es una mercancía», no se aleja tanto de las ideas de un cierto Karl Marx que escribía, en los Manuscritos de 1844: en el sistema capitalista «el obrero se convierte en la más vil mercancía por cuanto que él mismo es el que crea mercancías. La depreciación del mundo de los hombres aumenta en una relación proporcional a la valorización del mundo de las cosas» [3]. La radicalidad del rechazo altermundista tiene que ver con la naturaleza de la dominación capitalista.

Además y pese a lo que sostienen los plumíferos del consenso oficial el movimiento no está huérfano de propuestas alternativas, concretas, urgentes, prácticas e inmediatamente realizables. Si bien es cierto que ninguna instancia ha aprobado un «programa común» y que ninguna fuerza ha impuesto «su» proyecto, en el curso de los Foros y de los debates, aparecen un conjunto de reivindicaciones que si no generan unanimidad son, al menos, mayoritariamente aceptadas y defendidas por el movimiento. Se trata, entre otras, de la abolición de la deuda al Tercer Mundo; la tasación de las transacciones financieras; la supresión de los paraísos fiscales; la moratoria sobre los organismos genéticamente modificados; la soberanía alimentaria; la equidad de género; la defensa y promoción del servicio público; el derecho a la salud, a la educación y a la cultura o la protección del medio ambiente.
Las citadas reivindicaciones han sido elaboradas por redes internacionales altermundistas —Marcha mundial de las mujeres; ATTAC; Focus on Global South; Vía Campesina; Comité por la Abolición de la Deuda al Tercer Mundo, etc.— y diferentes movimientos sociales, y han sido debatidas en los Foros. Una de las grandes virtudes de estos últimos consiste en permitir el encuentro y la audición recíproca de feministas y sindicalistas; creyentes y no creyentes; militantes del Norte y del Sur. En ese proceso de confrontación y enriquecimiento mutuo los desacuerdos no han desaparecido pero comienzan a vislumbrarse los contornos de un conjunto de propuestas comunes.

Dichas propuestas ¿son realistas? La pregunta está mal planteada. En la actual correlación de fuerzas existente, las élites y las clases dominantes rechazan su consideración sin fisuras. Se trata de propuestas inimaginables para el «pensamiento único» neoliberal; intolerables para los representantes del capital o, en la versión hipócrita de los social-liberales, «lamentablemente inaplicables».

Pero basta con que la relación de fuerzas cambie y que las opiniones públicas se movilicen, para que los «responsables» sean obligados a recular, a hacer concesiones —aunque huecas de contenido. Lo importante de estas propuestas es que son extensibles: toda victoria parcial, toda conquista, todo avance permite pasar a la etapa siguiente, a la etapa superior, a una reivindicación más radical. Se trata, bajo una expresión diferente a la del movimiento obrero tradicional, de una dinámica «transitoria» que lleva, en última instancia, al replanteamiento del sistema en su conjunto.

Todo esto remite a un tercer elemento, tan importante como los anteriores: la dimensión utópica del movimiento. Es tan radical como sostener que «otro mundo es posible». No se trata simplemente de corregir los excesos del capitalismo y sus monstruosas políticas neoliberales sino de soñar y de luchar por otra civilización, por otro paradigma socioeconómico, por otra forma de convivir en el planeta.

Más allá de la multiplicidad de propuestas concretas y específicas, el movimiento es portador de una perspectiva transformadora más ambiciosa, más «global», más universal. Aquí también se busca en vano un proyecto común, reformador o revolucionario, pero consensual. Y es que la utopía altermundista solo se manifiesta en la coincidencia de algunos valores comunes. Son éstos los que perfilan los contornos de ese «otro mundo posible».

El primero de los reseñados valores es el ser humano en sí mismo. La utopía del movimiento es decididamente humanista. Exige que las necesidades y las aspiraciones de los seres humanos se conviertan en el epicentro de una refundación de la economía y de la sociedad. Su revuelta contra la mercantilización de los seres humanos y sus relaciones, contra la conversión del amor, de la cultura, de la vida y de la salud en mercancía, suponen otra forma de entender lo social, allende la reificación y el fetichismo.

No es casual que el movimiento se dirija a todos los seres humanos, incluso aún cuando privilegia a oprimidos y explotados como actores del cambio social. La defensa del medio ambiente tiene, también, inspiración humanista: preservar los equilibrios ecológicos y proteger la naturaleza contra la depredación del productivismo capitalista es condición necesaria para asegurar la continuidad de la vida humana en el planeta.
Otro valor esencial de la utopía altermundista es la democracia. La idea de democracia participativa como expresión superior de ejercicio de la ciudadanía que va más allá de los límites de los sistemas representativos tradicionales (dado que permite a la población ejercer directamente su poder de decisión y de control) es una de las reivindicaciones centrales del movimiento. Se trata de un valor «utópico», en la medida en la que cuestiona las formas de poder existentes pero, al mismo tiempo, también ha sido puesta en práctica —de forma experimental— en diversas ciudades —para empezar, por supuesto, en Porto Alegre.

El gran desafío, desde el punto de vista de un proyecto de sociedad alternativa, consiste en extender la democracia al ámbito económico y social. ¿Porqué permitir, en dichos ámbitos, el poder excluyente de una élite que es rechazada en la esfera política?

El capital ha reemplazado a los tres grandes valores revolucionarios del pasado —libertad, igualdad y fraternidad— por conceptos más «modernos»: liberalismo, equidad y caridad. La utopía altermundista retoma los valores de la Revolución francesa pero dotándoles de un alcance redefinido: la libertad no solo es, de hecho, libertad de expresión, de organización, de pensamiento, de crítica o de manifestación —conquistas logradas tras siglos de arduas luchas contra el absolutismo, el fascismo y las dictaduras. También es, hoy más que nunca, libertad frente a otra forma de absolutismo: la dictadura de los mercados financieros y de la elite de banqueros y empresarios multinacionales que imponen sus intereses particulares a todo el mundo.

La igualdad, por otro lado, no solo tiene que ver con la «fractura social» entre afortunados y desposeídos; también, con la desigualdad entre naciones, etnias y genero. Por último, la fraternidad —que en principio pareciera limitarse a los hermanos (frates)— ha sido reemplazada por la solidaridad, es decir, por relaciones de cooperación, de distribución y de ayuda mutua. Civilización Solidaria es una expresión que resume bien el proyecto alternativo del movimiento. Se refiere, no solamente a una estructura económica y política radicalmente diferente sino, sobre todo, a una sociedad alternativa que se regocija con las ideas de bien común; interés general; derechos universales y gratuidad.
Otro valor importante para el altermundismo es la diversidad. El nuevo mundo con el que sueña el movimiento no tiene nada que ver con un universo homogéneo en el que todos se deben a un único modelo. Nosotros queremos, decían los neozapatistas, «un mundo en el que quepan muchos mundos». La pluralidad de lenguas, de culturas, de músicas, de alimentos y de formas de vida es una riqueza inmensa que hay que saber cultivar. Estos valores no definen un paradigma de sociedad para el futuro. Simplemente dan pistas, aperturas, ventanas hacia lo posible. El camino hacia la utopía aún no ha sido completamente trazado; sus caminantes lo trazarán.

Para muchos de los participantes en los Foros y manifestaciones, socialismo es el nombre de la utopía. El socialismo es una esperanza compartida por marxistas y libertarios; cristianos y ecologistas de izquierda, así como por un número considerable de militantes de movimientos obreros, campesinos, feministas o indígenas.
Una democracia socialista quiere decir que la población —y no un puñado de explotadores; de «leyes de mercado» o, variable ya fracasada, un todopoderoso Comité Central— debate democráticamente y fija las grandes decisiones socioeconómicas; las prioridades en materia de inversiones y las orientaciones fundamentales de producción y de distribución.

No se trata de imponer el socialismo como programa del movimiento pero el debate en torno al mismo constituye un componente legítimo de la confrontación de ideas en el debate sobre las alternativas. Durante el segundo Foro Social Mundial, en febrero de 2002, la red internacional Vía Campesina organizó un ciclo de conferencias sobre el socialismo que duró tres días y al que acudieron miles de delegados.

Sea como fuere, para el movimiento no se trata de esperar mañanas luminosos sino de actuar aquí y ahora. Cada Foro Social, cada experiencia local de democracia participativa, cada ocupación colectiva de tierras por parte de los agricultores, cada acción concertada internacionalmente contra la guerra constituye una preconfiguración de la utopía altermundista inspirada por sus valores que son los de una civilización solidaria.


[*] Traducido por Juan Agulló del original en francés.

[**] El autor, brasileño de nacimiento, es investigador titular del CNRS (Centro Nacional para la Investigación Científica, de Francia). Ha publicado, entre otros, El pensamiento del Che Guevara (Siglo XXI, 1971); La guerra de los dioses: política y religión en América Latina (Siglo XXI, 2000) o Révolte et mélancolie: le romantisme à contre-courrant de la modernité (Payot, 2005).

[1] Daniel Bensaïd, Les irréductibles. Théorèmes de la résistance à l’air du temps. Paris, Textuel, 2001, pág. 106

[2] Anexado a Bernard Cassen. Tout a commencé à Porto Alègre..., Paris, Mille et une nuits, 2003, pág. 166.

[3] Karl Marx. Manuscrits de 1844, Paris, Ed. Sociales, 1962, pág. 57.