viernes, febrero 29, 2008

Nº:112 - ¿Quien cabe en el mundo?

¿Quien cabe en el mundo?
Carlos Fernandez Liria

Si nuestros sistemas políticos fueran lo que dicen ser, en todos los parlamentos se estaría discutiendo ahora una gráfica elaborada por Mathis Wackernagel, investigador del Global Footprint Network (California). Pero no parece que el asunto haya llamado demasiado la atención. Y sin embargo, la gráfica resulta demoledora para las más firmes certezas de nuestra clase política y, por supuesto, para los criterios más evidentes de los votantes. Sobre todo, en un mundo político en el que izquierda y derecha se llenan la boca con los objetivos del “desarrollo sostenible”.

La cosa es bien sencilla. El eje vertical representa el Índice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por Naciones Unidas para medir las condiciones de vida de los ciudadanos tomando como indicadores la esperanza de vida al nacer, el nivel educativo y el PIB per cápita. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) considera el IDH “alto” cuando es igual o superior a 0’8, estableciendo que, en caso contrario, los países no están “suficientemente desarrollados”. En el eje horizontal se mide la cantidad de planetas Tierra que sería preciso utilizar en el caso de que se generalizara a todo el mundo el nivel de consumo de un país dado. Wackernagel y su equipo hicieron los cálculos para 93 países entre 1975 y 2003. Los resultados son estremecedores y sorprendentes. Si, por ejemplo, se llegara a generalizar el estilo de vida de Burundi, nos sobraría aún más de la mitad del planeta. Pero Burundi está muy por debajo del nivel satisfactorio de desarrollo (0’3 de IDH). En cambio, Reino Unido, por ejemplo, tiene un excelente IDH. El problema es que, para conseguirlo, necesita consumir tantos recursos que, si su estilo de vida se generalizase, nos harían falta tres planetas Tierra. EEUU tiene también buena nota en desarrollo humano; pero su “huella ecológica” es tal que harían falta más de cinco planetas para generalizar su estilo de vida.

Repasando el resto de los 93 países, se comprende que hay motivos para que el trabajo de Wackernagel se titule El mundo suspende en desarrollo sostenible. Como no hay más que un planeta Tierra, es obvio que sólo los países que se sitúen en el área coloreada de la gráfica (por encima de un 0’8 en IDH, sin sobrepasar el número 1 de planetas disponibles) tienen un desarrollo sostenible. Sólo los países comprendidos en esa área serían un modelo político a imitar, al menos para aquellos políticos que quieran conservar el mundo a medio plazo o que no estén dispuestos a defender su derecho (¿quizás racial, divino o histórico?) a vivir indefinidamente muy por encima del resto del mundo.

Ahora bien, ocurre que el área en cuestión está prácticamente vacía. Hay un solo país en el mundo que –por ahora al menos– tiene un desarrollo aceptable y sostenible a la vez: Cuba.

La cosa, por supuesto, da mucho que pensar. Para empezar porque es fácil advertir que la mayor parte de los balseros cubanos huyeron y huyen del país buscando ese otro nivel de consumo que no puede ser generalizado sin destruir el planeta, es decir, reivindicando su derecho a ser tan globalmente irresponsables, criminales y suicidas como lo somos los consumidores estadounidenses o europeos. Tendríamos muy poca vergüenza, desde luego, si condenásemos la pretensión de los demás de imitar el modo como devoramos impunemente el planeta. Pero se reconocerá que la imagen mediática del asunto cambia de forma radical: de lo que realmente huyen es del consumo responsable en busca del Paraíso del consumo suicida y, por intereses estratégicos de acoso a Cuba, se les recibe como héroes de la Libertad en vez de cerrarles las puertas como se hace con quienes huyen de la miseria, por ejemplo, de Burundi (a quienes se trata como una plaga de la que hay que protegerse).

A nivel general, la cosa es mucho más interesante. Es muy significativo que el único país sostenible del mundo sea un país socialista. Suele ser un lugar común entre los economistas que el socialismo resultó ruinoso e ineficaz desde un punto de vista económico. Sorprende que, en un mundo como éste, la falta de competitividad pueda aún considerarse una acusación de peso. En términos de desarrollo sostenible, la economía socialista cubana parece ser máximamente competitiva. En términos de desarrollo suicida, no cabe duda, el capitalismo lo es mucho más.

El mayor reproche que se puede hacer al sistema capitalista es, precisamente, que es incapaz de detenerse e incapaz incluso de ralentizar la marcha. El capitalismo es un sistema preso de su propio impulso. El economista J. K. Galbraith decía que “entre los muchos modelos de lo que debería ser una buena sociedad, nadie ha propuesto jamás la rueda de la ardilla”. Sin embargo, nos encontramos con que, aunque nadie lo haya propuesto, este absurdo parece haberse impuesto de hecho: en el capitalismo cada uno trata de imponerse a la competencia aumentando su productividad para no perder mercado pero, al encontrarse todos en la misma carrera, no llega nunca el momento en que pueda detenerse este aumento ininterrumpidamente creciente del ritmo y la consiguiente dilapidación de recursos.

Ante esta dinámica absurda, debemos exigir el derecho a pararnos. No podemos permitir que nuestros ministros de Economía nos sigan convenciendo de que “crecer” por debajo del 2 ó 3% es catastrófico, y no podemos permitir que nuestros políticos sigan proponiendo como solución a los países pobres que imiten a los ricos. Es materialmente imposible. El planeta no da para tanto. Cuando proponen ese modelo saben que, en realidad, están defendiendo algo muy distinto: que nos encerremos en fortalezas, protegidos por vallas cada vez más altas, donde poder literalmente devorar el planeta sin que nadie nos moleste ni nos imite. Es nuestra solución final, un nuevo Auschwitz invertido en el que en lugar de encerrar a las víctimas, nos encerramos nosotros a salvo del arma de destrucción masiva más potente de la historia: el sistema económico internacional.

viernes, febrero 22, 2008

Nº:111 - Una encrucijada inminente del sistema-mundo

Una encrucijada inminente del sistema-mundo
Montserrat Galcerán

El libro de G. Arrighi, Adam Smith en Pekín (Madrid, Akal, 2007), recientemente publicado en las versiones inglesa y castellana (de Juan Mari Madariaga), está destinado, sin lugar a dudas, a convertirse en uno de los textos básicos para enjuiciar la actual coyuntura socio-económica mundial, marcada por el declive simultáneo de la hegemonía americana y el ascenso de China.

En este marco conceptual el autor define la cuestión central del s. XXI con las siguientes palabras: “si, y en qué condiciones, el ascenso chino, con todas sus deficiencias y probables reveses futuros, puede considerarse un presagio de esa mayor igualdad y mutuo respeto entre los pueblos europeos y no europeos, que Adam Smith preveía y propugnaba hace 230 años” (p. 393).

Esta doble referencia al proceso chino y a A. Smith, presente en el propio título del libro, nos indica que el análisis se desarrolla en dos líneas esenciales: una, estudiar las transformaciones económicas en China, no como prueba de la capacidad de arrastre del credo neo-liberal, sino más bien como resultado de prácticas de economía mercantil que se remontan a tiempos antiguos, y que permitieron que aquel país mantuviera durante siglos lo que el autor denomina “equilibrio económico de alto nivel”, de tal modo que, si ya el desarrollo tradicional de China parecía demostrar la discrepancia entre los procesos de formación del mercado y los del desarrollo capitalista, la hibridación actual entre una economía intensiva en trabajo y la preponderancia de la producción para el mercado internacional – clave en su resurgimiento-, abriría la vía a un proceso alternativo al estilo (capitalista) americano de vida.

Como segunda línea el autor propone una reinterpretación del legado económico de Adam Smith, en una clave que permite distinguir dos vías de desarrollo socio-económico: la revolución industrial de Occidente que, unida a un mercado capitalista, dió lugar al desarrollo capitalista clásico teorizado por Marx, y la vía “industriosa” (la terminología es de K.Sugihara) que, unida a un mercado no capitalista, propició el desarrollo “natural” de Oriente. O dicho de otra manera, un desarrollo que explota las potencialidades de crecimiento del mercado y profundiza la división social del trabajo, pero no altera sustancialmente el entorno como sería el modelo oriental, a diferencia de otro que, centrándose en el comercio a larga distancia y en la producción para la exportación, lo destruye, como ocurre en el modelo occidental clásico. La existencia de esa otra vía refuerza la tesis anteriormente expuesta, de que en China se está dando un desarrollo alternativo, el cual, si este país llegara a ocupar una posición hegemónica mundial dado el declive de la hegemonía americana, podría suponer un profundo cambio en las relaciones geopolíticas globales. La argumentación teórica sobre las dos vías de desarrollo del mercado apuntala teóricamente esa conclusión.

Porque el declive americano constituye la contra-imagen del ascenso de China; de hecho es el contrapunto del tema principal, al que el autor dedica una parte sustanciosa de la obra. Al hilo de la discusión, por una parte con R. Brenner y de otra con D. Harvey, argumenta que la depresión económica de los años 70 del pasado siglo, marcada por la contracción de los beneficios empresariales, fue profundizada por la resistencia de los trabajadores a cargar con el peso de la crisis, y por el declive de la hegemonía americana a partir de la derrota de Vietnam. Por tanto en su interpretación no se trata tanto, o no se trata sólo, de los efectos de la competencia inter-capitalista, como había subrayado Brenner, cuanto de que esta competencia, así como las luchas anteriormente mencionadas entre capital y trabajo, se inscriben en una dinámica geopolítica que les imprime su sello: el declive de la hegemonía americana. “Interpreto la crisis de rentabilidad como un aspecto de una crisis de hegemonía más amplia” (p. 172), a la que define como aquella “situación en la que el Estado hegemónico vigente carece de los medios o de la voluntad para seguir impulsando el sistema interestatal en una dirección que sea ampliamente percibida como favorable, no sólo para su propio poder sino para el poder colectivo de los grupos dominantes del sistema” (p. 160).

En una situación de ese tipo, el centro declinante – ni que decir tiene que Arrighi inscribe su análisis en la teoría más amplia de los ciclos económicos del sistema-mundo, desarrollada entre otros textos en su conocida obra El largo siglo XX- en una situación de ese tipo, decía, el centro declinante puede intentar mantener una “dominación sin hegemonía” arrastrando a los otros agentes del sistema mundial a confrontaciones bélicas de desigual resultado e, inclusive, despeñándose en un abismo sin fondo como parece ser la guerra en Irak. Para Arrighi la estrategia seguida por Bush tras el 11 de septiembre es más que una muestra del intento por reconfigurar la maltrecha hegemonía americana: “El objetivo de la guerra contra el terror no era únicamente capturar terroristas, sino reconfigurar la geografía política de Asia occidental con el objetivo de iniciar un nuevo siglo americano”; en este marco “la invasión de Irak…pretendía ser una primera operación táctica en una estrategia a largo plazo destinada…a establecer el control estadounidense sobre el grifo global del petróleo y, por lo tanto, sobre la economía global durante otros cincuenta años o más” (p 194 y 202). A pesar del caos en Irak e incluso de la aventura en Líbano en el verano de 2005, esta estrategia no ha cosechado más que fracasos, como demuestra el descenso continuado del dólar profundizado por la crisis financiera del verano de 2007, que marca el hundimiento del proyecto imperial neoconservador americano.

Hasta aquí las tesis de Arrighi son tremendamente coherentes, al menos en su trazado general. Quedan sin embargo algunos puntos oscuros: el primero es la extraordinaria importancia concedida a los “agentes políticos”, especialmente los Estados, como actores históricos y económicos, hasta el punto de que la distinción entre “sociedad de mercado” y “sociedad capitalista de mercado” reposa en que el Estado actúe o no actúe como un poder sometido al interés capitalista de clase, o sea al incremento de la acumulación. Según afirma textualmente: “el carácter capitalista del desarrollo basado en el mercado […] está determinado […] por la relación del poder del Estado con el capital. Se pueden añadir tantos capitalistas como se quiera a una economía de mercado, pero a menos que el Estado se subordine a su interés de clase, la economía de mercado sigue siendo no-capitalista” (p. 345).

¿Qué define el interés de clase que, incorporado por el Estado, asegura el carácter capitalista de la sociedad de mercado? El autor no lo define aunque, por el contexto, podemos adivinar que, en tanto el proceso de intercambio mercantil no se subordine a los mecanismos de acumulación y en especial de “acumulación por desposesión” (la terminología es de D. Harvey) generando un proceso sin fin de acumulación por la acumulación, sino que siga atendiendo a las necesidades de mejora económica y social de las poblaciones asentadas en el territorio, ese proceso no sucumbirá a aquella fatal deriva.

Por esta razón puede afirmar que “el ascenso económico de Asia”, en especial si ese ascenso puede proseguir de modo pacífico, garantiza por sí mismo un aumento de la igualdad en el mundo – al menos de la igualdad entre naciones y/o entre regiones del mundo, si no entre individuos o entre clases – y puede propiciar un nuevo Bandung, o sea un nuevo reparto de poder e influencia entre el Norte y el Sur global. La ausencia, sin embargo, de cualquier perspectiva que evalúe las diferencias internas – de clase, de género, de raza,- y el exagerado protagonismo de los agentes político-estatales, no permiten matizar, siquiera sea someramente, aquella afirmación.

El segundo punto oscuro surge al sugerir una distinción entre el interés del capital global del Norte– ocupado cada vez más en amplias operaciones financieras que elevan la rentabilidad pero generan efectos altamente depredadores- y el interés de la potencia hegemónica, USA, cuyo intento por reconfigurar un “poder imperial” ha fracasado irremisiblemente. Esta distancia entre un capital financiero altamente móvil y las dificultades del centro hegemónico para imponer políticas a escala global que le sean favorables, marcaría todavía más el declive de la primera potencia del mundo que, si bien sigue siéndolo a nivel militar, está – cosa curiosa – más endeudada que ninguna otra, siendo sus acreedores – cosa doblemente curiosa – los Estados y agentes empresariales emergentes del Asia oriental. Es decir que mientras el capital financiero propiamente capitalista – el del Norte- se lanza a operaciones de alto riesgo, surgen poderes financieros sustentados en los enormes superávits de los países emergentes, especialmente los chinos.

Esta circunstancia contribuye a mantener las opciones tremendamente abiertas: difícilmente un Estado tan endeudado como la actual USA logrará construir un New deal a escala global – punto en el que Arrighi disiente de su amigo D. Harvey – pero, por eso mismo, no parece previsible que pueda prolongar su dominación, desprovista de hegemonía.

¿Cuáles podrían ser los agentes que precipitaran la situación? Por lo dicho anteriormente no parece que el autor confíe demasiado en los movimientos sociales cuyas luchas entiende siempre como luchas defensivas incluso si, en el mejor de los casos, logran forzar a las élites dirigentes a introducir cambios que respeten sus intereses. ¿Pero cabe esperar que las élites de los centros emergentes y especialmente las élites chinas serán tan perspicaces de escapar a las añagazas de la política exterior americana y preparar para su pueblo – y por extensión para la Humanidad en su conjunto- ese estado de mayor igualdad y cooperación? ¿Podemos confiar en que un nuevo orden mundial, centrado en China, termine, o al menos debilite, los enfrentamientos militares entre las potencias? Y en tanto que sujetos europeos occidentales ¿nos cabe luchar por ello?

Arrighi no ofrece una respuesta concluyente. El final del libro deja abiertas varias posibilidades, dibujando sólo una alternativa entre una opción catastrófica en el caso de que China siguiera la pauta (capitalista) estadounidense y la otra, relativamente más tranquilizadora, si la abandonara. La apuesta del autor se inclina claramente por la segunda, aunque con cautela: “Si la reorientación consigue revitalizar y consolidar las tradiciones chinas de desarrollo autocentrado basado en el mercado, acumulación sin desposesión, movilización de los recursos humanos más que de los no-humanos y gobierno mediante la participación de las masas en la toma de decisiones, entonces es probable que China esté en condiciones de contribuir decisivamente al surgimiento de una comunidad de civilizaciones auténticamente respetuosa hacia las diferencias culturales; pero si la reorientación fracasa, China puede muy bien convertirse en un nuevo foco de caos social y político que facilite los intentos del Norte por restablecer un dominio global que se desmorona o …ayude a la Humanidad a arder en los horrores ( o las glorias) de la creciente violencia que acompaña la liquidación del orden mundial de la Guerra Fría” (p. 403).

A pesar de no estar cerrada, la opción del autor parece ser clara: el futuro del s. XXI no se juega en los movimientos europeos, ni siquiera en Latinoamérica- a pesar de su claro protagonismo – ni en Oriente próximo, con todo su caos y violencia, sino en el ascenso de ese nuevo centro de la economía-mundo: el mercado asiático y en especial el chino, con su poder para crear en torno suyo una nueva economía global.

viernes, febrero 15, 2008

Nº:110 - Poder, pasión y neoliberalismo

Poder, pasión y neoliberalismo
Walden Bello

La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre de Naomi Klein es admirable. Esto no es, sin embargo, inmediatamente evidente, algo que confirma la crítica del libro hecha por Joseph Stiglitz. Incluso antes de leerla, estaba seguro de que un premio Nobel destacaría el intento de Klein por relacionar los experimentos de electroshock llevados a cabo por el conocido psicólogo de la Universidad McGill Ewen Cameron -quien estaba contratado por la CIA- y el enfoque del shock económico desarrollado por Milton Friedman en la Universidad de Chicago.Y desde luego, lo hace, pero en el típico estilo que adoptan las reseñas de libros del New York Times que no se atreven a manifestar demasiado entusiasmo por un libro que viene de la izquierda, no sea que provoque a los siempre atentos perros guardianes de la derecha y le cuestionen las credenciales a uno. Stiglitz, de hecho, sugiere desde la primera frase que el análisis de Klein puede que adolezca de teoría de la conspiración: "No existen accidentes en el mundo como los que ve Naomi Klein." El premio Nobel tiene algunas cosas positivas que decir sobre el libro, pero las neutraliza dejando caer en una frase que Klein "no es un académico y no debe ser juzgada como tal." En cuanto al concepto central de capitalismo del desastre, es mencionado en una ocasión, pero por lo demás ignorado. Todo se queda en una crítica negativa acompañada de un ligero elogio.La escuela de editores de Nueva York dice que ganas o pierdes a tu público en las primeras páginas, pero sea cual sea la razón para mencionar los experimentos de Cameron al principio del libro y sugerir que existe una relación entre la génesis del tratamiento de electroshock de Cameron y el enfoque de las políticas económicas de la Escuela de Chicago, se trata de una mala decisión por parte de Klein y sus editores. Lo que es un obviamente un deliberado recurso dramático se arriesga a conseguir justamente lo contrario. Los entusiastas de la teoría de la conspiración se entusiasmarán con ello, pero no el público crítico y exigente al que se dirige el libro.

Un trabajo sobresaliente

Lo cual es una lástima, teniendo en cuenta que La doctrina del shock aparece como un trabajo sobresaliente, que sigue brillantemente la evolución del neoliberalismo de teología a política universal. Klein combina el ojo periodístico para captar los detalles con la habilidad del analista para detectar, sacar a la luz y diseccionar tendencias más profundas, y el talento para cautivar al público, probando una vez más que un periodista magistral puede en ocasiones iluminar realidades sociales mucho mejor que los economistas o politólogos mejor entrenados.Con su habilidad para combinar el reportaje de investigación de los que no dejan un cabo suelto con el análisis social en profundidad, Klein es la David Halberstam de su generación, y sus libros La doctrina del shock y el anterior No Logo están a la altura de The Best and the Brightest y War in a Time of Peace. Pero hay una diferencia: Klein es una mujer de izquierdas que no se avergüenza de ello, lo que proporciona a su análisis tanto su fuerza como su pasión.La doctrina del shock sigue el auge del neoliberalismo hasta su predominio mundial desde el programa puesto en marcha en la mitad de la década los cincuenta que hizo posible que los estudiantes chilenos se empaparan de la doctrina de libre mercado radical difundida por Milton Friedman y sus asociados de la Universidad de Chicago. El departamento de economía de la Universidad de Chicago era entonces un oasis de pensamiento de libre mercado radical en un mundo dominado por el keynesianismo en Estados Unidos y en Europa y el desarrollismo [en castellano en el original, N del T.] en Latinoamérica, con sus compromisos pragmáticos entre el estado y el mercado, el trabajo y la gestión empresarial, el comercio y el desarrollo.

Los Chicago Boys

La oportunidad para el neoliberalismo de salir de los fríos pasillos universitarios llegó a principios de los setenta, cuando el General Augusto Pinochet derrocó al gobierno revolucionario del presidente Salvador Allende en Chile e invitó a los "Chicago Boys" a administrar la economía del país, una oportunidad que habían estado esperando durante años. Con la población aturdida por el golpe, los Chicago Boys se aplicaron en la tarea de desmantelar velozmente los compromisos keynesianos y desarrollistas que habían sostenido una de las economías industriales más avanzadas de Latinoamérica.Con una mentalidad de Año Cero similar a la de los Jemeres Rojos, forzaron a Chile a convertirse, de la noche a la mañana, en el "paraíso" de libre mercado prescrito por Friedman, quien veía las crisis como una oportunidad para la reestructuración radical. Fue, sin embargo, un paraíso que sólo pudo ser creado mediante la represión masiva –e incluso una represión mayor fue necesaria para liberalizar a la vecina Argentina, en la que decenas de miles de personas fueron asesinadas, y cerca de cientos de miles torturadas por un régimen militar asesino que dejó las manos libres a los radicales del libre mercado para reestructurar la economía.Algunos de los apuntes de Klein más originales y perspicaces pueden encontrarse en sus capítulos sobre Bolivia, Polonia, China y Sudáfrica. Bolivia, bajo la tutela de un entonces joven "Doctor Shock" -el economista de Harvard Jeffrey Sachs-, mostró que las medidas neoliberales podían ser impuestas por un gobierno elegido democráticamente si éste estaba dispuesto a recurrir a medidas de emergencia tales como el arresto y el aislamiento de los líderes sindicales. Polonia, también aconsejada por Sachs, demostró cómo las transiciones democráticas pueden ser realmente una oportunidad para proporcionar un shock que transforme el sistema, incluyendo la eliminación de los controles de precios de la noche a la mañana, la rebaja drástica de los subsidios y la rápida privatización de las empresas estatales, medidas dirigidas a una población que todavía estaba confundida por el colapso del comunismo.No hubo transición democrática en China, pero Deng Xiaoping y sus aliados usaron la matanza de la Plaza de Tiananmen y el período inmediatamente posterior, cuando la población estaba confusa y paralizada, para avanzar y consolidar decisivamente el ambicioso programa de reforma capitalista que habían empezado a finales de los setenta. Ni en Polonia ni en China había gente que estuviera cansada del comunismo y reclamara a gritos un mercado libre, como Klein hace notar con énfasis. Lo que pedían era un control más popular y democrático sobre la política económica.

Sudáfrica

Sudáfrica proporcionó otra ruta hacia el neoliberalismo. Hubo aquí una suerte de robo, porque los intereses empresariales blancos se aprovecharon de la política del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), exclusivamente centrada en el logro del predominio político de la mayoría negra, para conservar sus derechos de propiedad e instalar un régimen conservador en lo tocante a las políticas macroeconómicas. Pero no todo fue tan sutil: el gran capital dejó clara su intención de que emigrar, caso de que fueran introducidas políticas socialistas, lo que levantó el fantasma de la desestabilización económica.En estas circunstancias, la élite blanca encontró un valioso aliado en el negociador jefe del ANC y futuro presidente sudafricano Thabo Mbeki, que convenció a Nelson Mandela de que la necesidad de estabilizar el nuevo régimen era "algo atrevido y sorprendente, algo que transmitiese a los mercados, por medio de los grandes y desmesurados brochazos que éstos entendían mejor, que el ANC estaba dispuesto a adherirse al Consenso de Washington." La contribución de Margaret Thatcher y Ronald Reagan fue mostrar que los programas antitéticos a los intereses de la mayoría podían ser impuestos en democracias occidentales si se era lo suficientemente despiadado para explotar ciertas situaciones. Para Thatcher, la Guerra de las Malvinas contra Argentina en 1982 fue una oportunidad caída del cielo para alistar al patriotismo al servicio de un programa radical, siendo una de sus tácticas representar a los sindicatos como el "enemigo interior". Las tácticas de Thatcher prefiguraron las de George W. Bush en los días posteriores al 11-S, cundo él y su equipo explotaron el estado histérico de la población para declarar una "Guerra contra el Terror" que significó el arranque de una nueva fase de la empresa neoliberal, que Klein etiqueta como "capitalismo del desastre". Pero antes de llegar aquí, detengámonos para evaluar el análisis de Klein hasta el momento.

Excelente, pero...

La explicación de Klein es magnífica, pero no está exenta de fallos. Para empezar, Klein tiene una visión demasiado halagüeña del estado keynesiano que existió en los Estados Unidos y Europa y del Estado del desarrollo que dominó el Cono Sur en el período que va de finales de los 40 a la mitad de la década de los 70. Escribe que gracias a los regímenes desarrollistas "el Cono Sur empezó a parecerse más a Europa y Norteamérica que el resto de Latinoamérica y otras partes del Tercer Mundo."De nuevo, "el desarrollismo fue tan sorprendentemente exitoso en su época que el Cono Sur de Latinoamérica se convirtió en un potente símbolo para los países pobres de todo el mundo: aquí existía la prueba de que con políticas inteligentes y prácticas, implementadas valientemente, la brecha entre el Primer y el Tercer Mundo podía ser cerrada efectivamente."Esto no era desde luego lo que se sentía en aquella época. Es más, si los neoliberales pudieron llegar desde el páramo del que procedían y quedarse fue porque fueron percibidos como representantes de una alternativa, aunque aún no probada, a unos sistemas económicos en crisis. En los Estados Unidos, el período de rápido crecimiento estimulado parcialmente por la reconstrucción de Japón y Europa dio paso a un estado de estancamiento e inflación que era el síntoma de una crisis más profunda, la de la separación creciente entre la enorme capacidad productiva y el consumo limitado, llevando a la disminución de la rentabilidad que los marxistas han denominado crisis de sobreproducción. En Latinoamérica, los crecientes críticos con el Estado del desarrollo se encontraban en la izquierda, que denunció que el proceso de sustitución importaciones industriales llevado a cabo por el estado estaba "agotado" [en castellano en el original; N.T.], debido a un mercado nacional limitado por una distribución de la renta muy desigual.En los Estados Unidos y Gran Bretaña, la experiencia de tener que ver cómo sus salarios y ahorros disminuían a causa de una inflación de dos dígitos hizo a las clases medias receptivas al mensaje friedmanita. En Chile éstas fueron inicialmente receptivas a la crítica del Estado del desarrollo proveniente de la izquierda. Pero cuando la izquierda llegó al poder con un proyecto socialista en 1970, las clases medias -temiendo un alzamiento de los pobres, a quienes llamaban "rotos" o delincuentes- se volvieron contra la izquierda con resentimiento, con los cristiano-demócratas, cuya base social era la clase media, uniéndose a la derecha en una plataforma anticomunista que proclamó estridentemente la defensa de la propiedad privada, el capitalismo y la "libertad".La ascendencia del neoliberalismoTodo esto nos lleva a la cuestión de cómo los neoliberales llegaron al poder. No se trató simplemente de las elites utilizando al ejército o manipulando la democracia para imponer un programa neoliberal en una población reacia al mismo pero aturdida, que es la imagen que la explicación de Klein -intencionadamente o no- transmite. Ni siquiera fue éste el caso del ejemplo paradigmático de Klein, Chile. En la ascendencia del neoliberalismo estuvieron implicadas las elites y los militares en acción conjunta con una base de masas de la clase media contrarrevolucionaria que controlaba las calles, con las juventudes cristianodemócratas uniéndose a sus parientes más fascistas, Patria y Libertad, a la hora de intimidar y propinar palizas a los militantes de izquierdas.Lo sé porque, siendo un estudiante de doctorado que elaboraba una tesis sobre el avance de la contrarrevolución, en un par de ocasiones estuve cerca de recibir una paliza a manos de jóvenes de clase media anti-Allende que insistían que yo era un agente cubano enviado por Fidel Castro para destruir Chile. Seguro que la CIA jugó un rol fundamental, pero fue con el apoyo de una contrarrevolución que se encontraba ya en ciernes y con una base social de clase media, en un proceso que recuerda a los de Italia y Alemania en el período posterior a la Primera Guerra Mundial.En otras palabras, en prácticamente todos los casos, el neoliberalismo encontró una clase media que estaba desencantada con el estado keynesiano o de desarrollo, o que se sintió amenazada por la izquierda, o ambas cosas.

La construcción de hegemonía

Así es como se explica la sugerencia de Stiglitz de que la autora opera con un paradigma de la conspiración. Pero la explicación instrumental de Klein debe complementarse con la noción de David Harvey de "construcción de hegemonía", un proceso en el cual las elites crean un consenso entre las clases subalternas, en apoyo de un proyecto neoliberal que sirve principalmente a sus intereses. (David Harvey, A Brief History of Neoliberalism [Oxford, Oxford University Press, 2005]) [Edición castellana: Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Akal, 2007]En el caso del Reino Unido, no fue tanto la atmósfera patriotera de la Guerra de las Malvinas como la fascinación ideológica de la clase media hacia un líder conservador experto en evocar los temas de la libertad, el individuo y la propiedad, que eran los puntos hacia los que se inclinaba la reforma neoliberal. Thatcher era una experta en promocionar lo que Harvey llama un "individualismo posesivo seductor" y ella "fraguó el consenso mediante el cultivo de una clase media que disfrutaba de las alegrías de la propiedad doméstica, la propiedad privada, el individualismo y la libertad de oportunidades empresariales."La construcción de consenso fue la vía principal para la hegemonía en los Estados Unidos, donde los neoliberales conectaron hábilmente su programa de libre mercado con la agenda de una coalición de clase media que estaba impulsada por el resentimiento hacia las minorías que supuestamente habían mimado los demócratas liberales, y por un inflamado apego a los valores religiosos que veían como atacados por la izquierda. "No por vez primera", dice Harvey hablando de la ascendencia de los republicanos bajo Reagan, "ni, nos tememos, por última vez en la historia, ha votado un grupo social contra sus intereses materiales, económicos y de clase por razones culturales, nacionalistas y religiosas."Incluso algunos trabajadores de cuello azul estuvieron en peligro de ser co-optados: "Una mayor libertad y una mayor libertad de acción en el mercado laboral podían ser promovidos como una virtud para el capital y el trabajo por igual, y aquí tampoco era difícil integrar los valores neoliberales en el 'sentido común' de la fuerza de trabajo." El neoliberalismo, de hecho, se convirtió en tan "sentidocomunista" que incluso allí donde los partidos socialdemócratas alcanzaron el poder, desplazando a los tradicionales partidos conservadores del neoliberalismo como ocurrió en Gran Bretaña, Chile y los Estados Unidos, no se atrevieron a reconstruir el estado intervencionista liberal y han hecho central rendir homenaje a la "magia del mercado". Es más, no han sido los conservadores, sino socialdemócratas como los blairitas en el Reino Unido, los clintonitas en los Estados Unidos, o el gobierno de coalición encabezado por los socialistas en Chile, con su retórica de "políticas sociales orientadas al mercado", quienes han consolidado el régimen económico neoliberal.

Crisis del estado keynesiano

La contribución más importante del libro es su teoría del "capitalismo del desastre". Pero para apreciar por completo la sagacidad de Klein, es importante volver a las raíces de la crisis del estado keynesiano y del Estado del desarrollo en los setenta que ella pasa por alto. Esta crisis, que allanó el camino a la ascendencia neoliberal, tuvo sus orígenes en lo que los economistas han llamado crisis de sobreacumulación o sobreproducción.El período áureo del crecimiento global de posguerra que eludió crisis importantes para cerca de 25 años fue posible gracias a la creación masiva de demanda efectiva mediante el crecimiento salarial en el Norte, la reconstrucción de Europa y Japón y la industrialización de Latinoamérica –y otras partes del Sur— por la vía de la substitución de importaciones. Este período dinámico llegó a su fin en la mitad de los setenta, con el estancamiento que se afianzaba a causa de una capacidad de producción global que sobrepasaba la de la demanda global, la cual estaba constreñida por la continuidad de las profundas desigualdades en la distribución de la renta.De acuerdo con los cálculos de Angus Maddison, el principal experto en tendencias estadísticas en la historia, la tasa anual de crecimiento del Producto Interior Bruto global (PIB) cayó de un 4'9% en la que ahora es vista como la época dorada del sistema Bretton Woods de posguerra, 1950-73, a un 3% en 1973-89, es decir, una caída global del 39%.Estas estadísticas reflejan la combinación desgarradora de estancamiento e inflación en el Norte, la crisis de la industrialización por substitución de importaciones en el Sur y la disminución de los márgenes de beneficio en todos sitios. Para el capital global, las políticas neoliberales, que incluían la redistribución de la renta hacia arriba mediante recortes impositivos para los ricos, la desregulación y el asalto al trabajo organizado, fueron una vía de escape de la crisis de sobreproducción. Otra fue la globalización dirigida por las corporaciones, que abrió mercados en los países en desarrollo y movió capital de áreas de salarios altos a áreas de salarios bajos.

Financialización

Una tercera vía fue lo que Robert Brenner y otros han llamado "financialización" (financialization) o la canalización de la inversión hacia la especulación financiera, de la que se deriva un rendimiento mucho mayor que en la industria, en la que los beneficios estaban en su mayoría estancados.La fiebre especulativa desencadenó la proliferación de nuevos y sofisticados instrumentos de especulación, como los derivados que escapaban a la vigilancia y la regulación. El capital financiero también forzó la eliminación de los controles sobre el capital, siendo el resultado la rápida globalización del capital especulativo, que aprovechó los diferenciales en las tasas de interés y de cambio en los diferentes mercados de capital. Estos volátiles movimientos, resultado de la liberación del capital de los grilletes del sistema financiero Bretton Woods surgido en la posguerra, eran una fuente de inestabilidad. Lo que resultó fundamentalmente problemático con las finanzas especulativas, sin embargo, fue que se redujeron a un esfuerzo por exprimir más "valor" de un valor que ya estaba creado en lugar de crear un nuevo valor, teniendo en cuenta que esta última opción estaba descartada por el problema de sobreproducción en la economía real. Pero la divergencia entre los indicadores financieros del momento, como los precios de las acciones y los valores reales, sólo podía llegar hasta a un punto antes de que la realidad les atrapara y les obligara a una "corrección", como ha ocurrido con el reciente colapso de las acciones ligadas por una miríada de bizantinas conexiones a las sobrevaloradas hipotecas subprime. Las correcciones o las crisis han pasado a ser más frecuentes en la era neoliberal, y un estudio de Brookings contabiliza unas 100 en los últimos 30 años.En cualquier caso, las políticas neoliberales, la globalización y la financialización, aunque restauran y fortalecen el poder de las elites redistribuyendo la renta de abajo hacia arriba, por lo menos no se han demostrado efectivas a la hora de revigorizar la acumulación de capital a nivel global. Su verdadero récord, señala Harvey, "resulta que no es más que en pésimos resultados." Las tasas de crecimiento agregado anual a nivel global alcanzaron el 1'4% en los años ochenta y el 1'1% en los noventa, en comparación con el 3'5% de los sesenta y el 2'4% de los setenta.

Capitalismo del desastre

Este fallo fundamental del capitalismo dirigido por las finanzas para reactivar una acumulación creciente de capital es el que nos permite apreciar íntegramente la teoría del "capitalismo del desastre" de Klein o la noción, estrechamente relacionada, de "acumulación por desposesión" de David Harvey. Ambos pueden ser vistos como el último desesperado intento de la cada vez más escacharrada maquina capitalista por superar la creciente y persistente crisis de sobreproducción.En los últimos años, el estancamiento o el crecimiento débil han marcado a la mayoría de la economía mundial, con la excepción de China e India. El crecimiento de los EE.UU. ha sido superior que el de la esclerótica Europa, pero ha sido en gran parte ilusorio, producto, sobre todo, del consumo de la clase media alimentado por el crédito masivo procedente de China y del sudeste asiático. China tiene que prestar dinero a los Estados Unidos con el objetivo de mantener su demanda de exportaciones industriales basadas en la mano de obra barata, pero la expansión de su producción ha contribuido extraordinariamente a la sobrecapacidad, a la sobreproducción y al encogimiento de la rentabilidad, extendiendo el problema al sistema global en su totalidad. Incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha reconocido que el mundo está patinando sobre una fina capa de hielo que podría romperse cuado los consumidores norteamericanos frenen su gasto basado en la deuda, como parece que están haciendo.En sus esfuerzos por superar las crisis, el capitalismo ha complementado progresivamente, sino directamente suplantado, la acumulación mediante la producción con la acumulación mediante la desposesión o la expropiación de la riqueza ya creada o de las fuentes de riqueza de modo similar al proceso de acumulación primitiva que caracterizó al primer capitalismo de los siglos XIV al XVII. La acumulación por desposesión implica una aceleración de la privatización y de la mercantilización de los bienes comunes, incluyendo no sólo la tierra, sino también el medio ambiente y el conocimiento. Millones de campesinos y pueblos indígenas enteros son desplazados del suelo que les pertenece a medida que la propiedad privada suplanta la propiedad común y los regímenes comunales, a menudo con el apoyo activo de instituciones como el Banco Mundial y el Banco Asiático para el Desarrollo. Las semillas, el resultado final de eones de interacción entre la naturaleza y comunidades humanas, son ahora privatizadas a través de mecanismos como el Trade Related Intellectual Property Rights Agreement (TRIPs) [Acuerdo de Derechos de Propiedad Intelectual Relativos al Comercio, N. del T.], el cual también ha echado a perder el desarrollo tecnológico en el Sur por el miedo de estos países a infringir las patentes de las corporaciones del norte.

La subcontrata de la Guerra contra el Terror

Un mecanismo clave en la acumulación por desposesión es hasta la fecha la privatización acelerada de activos públicos o estatales, que es al fin y al cabo en lo que consiste el capitalismo del desastre. El capitalismo del desastre es la contribución central de la administración Bush al neoliberalismo. Su característica principal es adjudicar al sector privado el "núcleo" de funciones de seguridad, defensa e infraestructura que hasta el mismo Adam Smith pensaba que debían ser dejadas al estado. A través de la "Guerra contra el Terror", escribe Klein, la administración Bush a provocado: "La creación del complejo del capitalismo del desastre –una nueva economía con todas las de la ley en materia de seguridad nacional, guerra privatizada y reconstrucción de zonas de desastre, ocupada en nada menos que en la construcción y la gestión de un estado con su seguridad privatizada, tanto en casa como en el extranjero. El estímulo económico de esta iniciativa radical se probó con creces a la hora de recoger el testigo allí donde la globalización y el boom de las empresas puntocom lo habían dejado. Así como Internet emprendió la burbuja de las puntocom, el 11-S emprendió la del capitalismo del desastre... Fue el pico más alto de la contrarrevolución lanzada por Friedman. Durante décadas, el mercado se había estado alimentando de los apéndices del estado; ahora devoraría su núcleo."En el paradigma del capitalismo del desastre, el estado sirve como motor de la acumulación capitalista, esto es, incrementa el capital mediante los impuestos y entonces lo transfiere a los contratistas privados que han ocupado sus funciones centrales, desde la defensa al encarcelamiento pasando por la previsión de infraestructuras. La provisión de seguridad se convierte en una nueva industria creciente, incorporando, pero yendo aún más lejos, que el vejo complejo militar-industrial. El desastre, ya sea de origen natural, como el Katrina, o creado socialmente, como Irak, es visto de diferentes maneras como una oportunidad. Crea una demanda para una mercancía, esto es, seguridad o reconstrucción. Aprovechándose de los desastres naturales, proporciona la oportunidad de alterar el paisaje físico y "añadirle" valor, barriendo a las comunidades pobres "carentes de valor" y convirtiendo el suelo en bienes comerciales o inmuebles emergentes, como ocurrió en la Nueva Orleáns posterior al Katrina.Finalmente, como en Irak, la guerra se convierte en el instrumento para eliminar al viejo estado intervencionista y crear desde cero el gobierno ideal neoliberal, cuya función clave es delegar sus propias funciones a contratistas privados, como la empresa de ingeniería Bechtel o la notoria empresa de seguridad privada Blackwater. "En Irak", escribe Klein, "no hubo ni una sola función gubernamental que fuera considerada del 'núcleo' que no pudiera ser entregada a un contratista, preferiblemente a uno que proporcionara al Partido Republicano contribuciones económicas o 'soldados de a pie cristianos' durante sus campañas electorales. La máxima habitual de Bush gobernó en todos los aspectos a las fuerzas extranjeras que participaron en Irak: si una tarea puede ser desempeñada por una empresa privada, entonces debe desempeñarla. (if a task could be performed by a private entity, it must be.)"El problema, por supuesto, es que el capitalismo del desastre es tan descaradamente antipopular que, incluso vestido con la retórica de la libertad, la emprendedoría y la eficiencia, no puede convencer a la gente en la manera en que la primera ideología neoliberal fue capaz de cautivar a las clases medias en la era de Reagan y Thatcher. Leyendo la escalofriante explicación de Klein, uno se pregunta cómo Paul Bremer, cabeza visible de la Autoridad Provisional de la Coalición, no pudo darse cuenta de cómo los decretos que firmó, que convirtieron a la juventud iraquí en un excedente de población en una sociedad en la que el estado funcionaba principalmente para enriquecer a los contratistas extranjeros, convertiría a estos mismos jóvenes en insurgentes. El capitalismo del desastre y la acumulación por desposesión presentan un orden capitalista que ya no busca la hegemonía ideológica, sino imponerse mediante la fuerza bruta. Esto no es sostenible.En el último capítulo del libro de Klein, que trata del variado y vasto movimiento global que ha surgido contra lo que los pensadores franceses llaman "capitalismo salvaje", muestra que, como Gramsci apuntó, nada puede permanecer como hegemónico durante mucho tiempo si carece de legitimidad. La gente está ahora más espabilada y esperanzada: no serán sometidos fácilmente a otro shock neoliberal.

Klein antes, Klein ahora

Así que al final aparece la inevitable pregunta: ¿Qué libro es mejor, No Logo o La doctrina del shock? No se trata de una respuesta fácil, pero yo me quedaría con No Logo. Me explico: la crítica incisiva, la agudeza analítica y pasión de No Logo pueden encontrarse también en La doctrina del shock. Pero hay algo diferente en cómo está escrito. En una reseña que hice para Yes! en el 2001, escribí: "No Logo es un libro absorbente, pero no una lectura fácil. Leer a Klein os como servir al lado de un comandante experimentado que muestra incesantemente las muchas defensas del enemigo para impedir que se localice su principal punto vulnerable. Y justo cuando le lector cree que Klein ha identificado la clave de bóveda de la defensa, revela que éste es sólo un episodio a la hora de desenmarañar las dinámicas del capitalismo contemporáneo. Esta es una de las mejores escrituras deconstructivas, el producto de una mente incansable, de primer nivel, que no se satisface en dibujar una o dos impresiones aisladas de todo el material que ha logrado reunir." Leer La doctrina del shock es una experiencia diferente. No tienes la necesidad de trabajar. Eres como un turista siendo guiado por un sendero de buena literatura en el que hay pocas sorpresas.Prefiero mucho más el discurso de No Logo, y ciertamente no me entusiasma tener que someterme al principio del libro a un tratamiento de shock literario que no tiene otro objetivo que animarme a que lea más. Ese defecto -y el cambio de estilo- prefiero atribuírselo no tanto a Klein, que vive en Toronto, como a la escuela editorial de Nueva York, la cual, como Hollywood, prefiere un acercamiento obvio y directo a un discurso más lleno de alusiones, más indirecto y menos predecible, pero en definitiva mucho más iluminador.

Fuente: Sin Permiso

viernes, febrero 08, 2008

Nº:109 - La crisis politica del Foro Social Mundial

La crisis política del Foro Social Mundial

Entrevista a Ignacio Ramonet

Fuente: Sin Permiso

Ignacio Ramonet es desde 1991 redactor jefe del mensual Le Monde Diplomatique. En 1997 dio pie con su artículo ”Quitad el poder a los mercados“ a la fundación del movimiento internacional Attac. Fue uno de los iniciadores en 2001 del primer Foro Social Mundial en Por Alegre, co-firmando en 2005 el Manifiesto de Porto Alegre. El pasado 12 de enero participó el Simposio Rosa Luxemburgo en Berlín con una conferencia sobre el fracaso del “cuarto poder”, exigiendo mayores esfuerzos para la construcción de medios de comunicación resistentes para el movimiento anticapitalista. Marie Dominique Vernhes y Peter Strotmann le entrevistaron para el semanario alemán de izquierda Freitag.

En el Foro Social Mundial de 2006 dijo usted que habría que hacer fracasar el proyecto militar estadounidense. Era necesario, a fin de crear un margen de maniobra suficiente, sin la existencia del cual todo progreso social y democrático resultaría vulnerable. ¿Sigue opinando lo mismo, dos años después?

En principio, sí. Por otra parte, ahora surgen procesos que ya eran importantes en 2006, y que ahora tienen una más robusta presencia. Ahora vemos más claramente que entonces el fin la era del petróleo. Tenemos petróleo para quizá todavía 40 o 60 años. Esta materia prima llegará en el futuro a alcanzar un precio tal, que sólo unos pocos países podrán permitirse mantener un suministro energético fundado en el petróleo. Eso se convertirá en una cuestión estratégica, como se pudo ver en los pasados años.

Finalmente, el dominio militar del mundo por parte de EEUU está determinado por el control del petróleo. Por eso están los EEUU en Oriente Próximo y en África, por eso están en pugnaz hostilidad con Venezuela y Rusia. Existe el peligro de nuevas guerras futuras por el petróleo.

Un segundo tema del que ya éramos conscientes es el de la crisis ecológica. Las consecuencias del cambio climático son más drásticas de lo previsto. Eso obliga a repensar radicalmente el suministro energético, obviamente en el sentido de las energías renovables, pero en algunos países también en el sentido de la energía nuclear, con todos los peligros resultantes de ello para la humanidad.

¿Cómo valora usted el espectacular auge de algunos países del Sur?

India y China no sólo representan una buena tercera parte de la población mundial. Si además añadimos Brasil, Sudáfrica y Rusia, se ve entonces que el peso económico de ese grupo de Estados como motor de la economía mundial ha llegado a ser mayor que el de EEUU. Esos países están en vías de disponer de fondos soberanos estatales que los pondrán en situación de actuar sobre el núcleo mismo de la globalización. En mi opinión, entonces, se planteará más temprano que tarde la cuestión de una vuelta al proteccionismo. Si países como China o la India, pero también Corea del Sur, Malaysia o Indonesia se convierten en la fábrica del mundo, apenas podrá seguir exportándose algo allí, por mucho que esos Estados representen las nuevas potencias económicas que podrían comprar algo. ¿Qué pasará entonces con las industrias de los países desarrollados de Occidente?

A fin de cuentas, se trata de un peligro que conocemos de hace tiempo, pero que nunca valoramos con la urgencia con que ahora se plantea con el crac de los mercados de valores en EEUU. La crisis hipotecaria tiene consecuencias para los grandes bancos norteamericanos, que ahora tienen que ser salvados con fondos soberanos estatales, sobre todo de los países árabes. Puesto que también los bancos en Alemania y en Suiza se ven afectados, se plantea la cuestión de si lo que está en puertas es una recesión económica mundial. ¿Podrían convertirse China, India y otros en el motor de la economía mundial, si el motor de EEUU falla? Si tal no ocurriera, tendríamos una crisis económica de alcance planetario.

¿Ve usted síntomas de decadencia también en el potencial militar de EEUU?

En este aspecto los EEUU son todavía el número uno. Pero Oriente Próximo revela que su poder militar no les consiente ganar guerras asimétricas: los EEUU no han logrado ganar la guerra de Irak. Tal vez consigan mantener en jaque a Irak, pero estas cosas nunca se sabe cómo terminan. Los norteamericanos tampoco pueden ganar la guerra en Afganistán. Israel no puede ganar la guerra contra los palestinos, al menos no militarmente, aunque acaso sí políticamente. Lo que se aprecia en esa región del mundo es que la superioridad militar no lleva forzosamente ala victoria militar.

¿Lo que significa…?

Significa que EEUU no marchará contra Irán. Tal vez lo bombardeen, pero no lo invadirán, como Irak, con tropas terrestres. Significa también que los norteamericanos quedarán tan agotados con todos esos conflictos, que no podrán permitirse por un cierto tiempo aventuras militares importantes. Por lo demás, Rusia está otra vez en vías de convertirse en una potencia militar de rango mundial relevante. Vemos, pues, que, desde el punto de vista del balance militar, y tras un orden unipolar, está apareciendo de nuevo una relación de fuerzas multipolar.

En esas circunstancias, ¿cómo pueden seguir desarrollándose los movimientos sociales, y en particular, qué futuro aguarda a los Foros Sociales Mundiales?

Desgraciadamente, los movimientos sociales internacionales son por ahora incapaces de encontrar una forma de conexión reticular que les permita actuar más a la una. No se está en condiciones de fijarse objetivos que vayan en la misma línea.

¿Y eso les impide a los movimientos sociales responder adecuadamente a la situación actual?

En efecto. Porque hemos atravesado distintas fases. La primera consistió en definir la globalización. A mediados de los 90 todavía no existía el movimiento, porque no sabía contra qué luchar. Fue preciso que muchos intelectuales y muchas fuerzas políticas definieran conjuntamente al enemigo; el enemigo era la globalización.

En la segunda fase se juntaron todos quienes, sin acaso saberlo, luchaban contra la globalización, en el Sur y en el Norte. Se consiguió eso. Se tiene evidentemente la impresión de que esos éxitos –señaladamente, la fundación del Foro Social Mundial— han acabado por paralizar al movimiento. El movimiento es hoy –potencialmente— fuerte, como nunca antes. Es, a escala planetaria, la única fuerza en alguna medida organizada que resiste a la globalización, pero no sabe qué hacer con esa fuerza. Se desperdician oportunidades, al menos yo lo veo así. Hoy estaríamos en condiciones de llevar a cabo luchas a escala mundial. Recuerde sólo las grandes manifestaciones contra la guerra de Irak.

Ha llegado la hora de que movimientos como el del Foro Social Mundial dejen de ser sólo movimientos exitosos de resistencia y entren en una nueva etapa, con otras formas de lucha.

¿Por qué lo dice con tanto énfasis?

La ofensiva ideológica de la globalización prosigue. Podemos constatar que el movimiento ya no amedrenta a los dominadores. Apenas hablan ya de él. Desde que Attac entró en crisis en Francia, la prensa francesa apenas habla ya de Attac. Tampoco se habla ya del Foro Social Mundial. A nosotros nos preocupa ese silencio, porque demuestra que los otros han ganado la batalla, y desde luego, a causa de la dispersión. Por eso creo yo que las organizaciones principales que constituyen el Foro Social Mundial están obligadas a plantearse la pregunta: ¿Qué será de nosotros? ¿Qué debemos hacer?

A todo eso, la cuestión de la toma del poder resulta esencial. Todo el movimiento se ha formado en la idea básica de que puede tratarse de tomar el poder. Yo me pregunto, si eso sigue siendo hoy valedero. La experiencia en América Latina muestra que, con el poder en la mano, algo se puede lograr. Desde luego eso es en Europa más difícil, debido a la camisa de fuerza que es la Unión Europea.

Con la palabra América Latina va hoy, quieras que no, el concepto del ”Socialismo del siglo XXI“. ¿Es una alternativa?

Es, por lo pronto, una obra en construcción. El propio Hugo Chávez, que lanzó ese concepto, no podría dar una definición de socialismo del siglo XXI, si se le preguntara. El mismo Fidel Castro dice que el socialismo se halla hoy en una crisis, lo que hace que haya distintas nociones del mismo. Él es muy consciente de eso, como pudo comprobar en mis conversaciones con él.

Chávez está en claro respecto del hecho de que, en un proceso de transformaciones políticas, llega un momento en que hay que pasar de la práctica a la teoría. Es exactamete lo que hizo Marx: el capitalismo existía ya, cuando Marx definió lo que es capitalismo. Ya había movimientos revolucionarios, cuando Lenin elaboró teóricamente las obsrbaciones sobre sus luchas, lo mismo que hiciera Marx con la Comuna de París.

Chávez procede del mismo modo: en América Latina lo que impera hoy es sobre todo la vitalidad de los movimientos de base, no la de los partidos políticos. Chávez no fue elegido por un partido político (la socialdemocracia estaba y sigue estando contra él). Son las organizaciones de base con su proteica multiplicidad en los barrios o en las regiones, son mujeres, hombres, los indígenas con sus correspondientes reivindicaciones. Son ellos quienes han ayudado a triunfar a personalidades como Chávez o el nuevo presidente ecuatoriano Rafael Correa. Este tipo de políticos se vinculan con los movimientos sociales, dándoles a así la posibilidad de tener audiencia y de introducir reformas, por ejemplo, en mayteria educativa y sanitaria. Pero llegar un momento en que eso no puede ya seguir siendo un instrumento estable. Hay que pasar a la teoría y preguntarse: ¿qué conservamos de todas esas experiencias? El resultado es el Socialismo del siglo XXI.

Sobre el cual, empero, todavía no se sabe gran cosa…

… no necesariamente. Tendríamos que contemplar los diez años hasta ahora transcurridos de Revolución Bolivariana, así como la situación mundial antes descrita, con sus aspectos ecológicos y energéticos. ¿Cómo podemos elaborar conjuntamente todos esos elementos en un esquema teórico que no sólo tenga validez para Venezuela, sino para la entera humanidad? El resultado es, de nuevo, el Socialismo del siglo XXI.

El proceso en el que ahora nos hallamos va más allá de la situación que teníamos con el Subcomandante Marcos y los zapatistas en México. Marcos jugó un papel extremadamente importante en punto a convencer a muchos resistentes del mundo de la necesidad de unirse. Dio un impulso muy importante en esa dirección, lo mismo que Pierre Bourdieu en Francia, o Noam Chomsky, o el movimiento sindical, o Le Monde Diplomatique, o Attac. Pero llega un momento en que hay que pasar a una nueva fase. Cuando se fetichiza la idea de que los movimientos sociales son lo único que puede actuar efecytivamente, entonces elmovimiento se paraliza.

Usted ha conversado mucho con Fidel Castro, ya escrito un libro resultado de esas conversaciones. En su opinión, ¿qué experiencias cubanas habría que admitir, y cuáles evitar?

Habría que evitar, por lo pronto, la confrontación con la primera potencia de la Tierra. Eso es, claro está, dificilísimo, pero cuando uno está expuesto a un bloqueo de los EEUU, las restricciones consiguientes hacen la vida muy difícil. También habría que evitar el que sólo estuviera permitido un único partido. Digna de imitación me parece, en cambio, toda la política social. Pero no sólo ella: hay una política de constante consulta a los trabajadores. En Cuba hay pleno empleo. Las cooperativas surgen con toda libertad, especialmente en el campo.

Cuba es un país muy pequeño que no está en condiciones de vivir autárquicamente, y ha padecido a lo largo de su historia tres dependencias: de España, primero, luego de EEUU y luego, y aun siendo harto distinta, la de la URSS. Yo creo que los cubanos lo que quieren es dejar de ser dependientes. Quienes hablan ahora de una dependencia respecto de Venezuela pasan por alto que se trata ahora de una relación de muy otra naturaleza. Porque lo que los cubanos pueden ofrecer a cambio es muy importante. Aunque no se puede cuantificar en términos petrolíferos, es acaso de mayor importancia. Gracias a los maestros cubanos, el analfabetismo ha sido erradicado en Venezuela. Vea usted en cambio lo que ha ocurrido en Nicaragua, en donde hubo, bajo los sandinistas, una importante campaña de alfabetización: el analfabetismo ha reaparecido y ahora el 35% de las personas son analfabetas. ¡Esto es dramático!

De modo, pues, que una buena cantidad de experiencias cubanas merecen ser conservadas, y yo creo que los mismos cubanos quieren mantener mucho de lo que les hace únicos. Mas en ese país hay una sociedad compleja, no monolítica. Un partido único no está en condiciones de representar la muchedumbre de aspiraciones de los cubanos.

Castro dice que esa multiplicidad puede hallar cabida en el partido único.

Es verdad, pero lo que dice sobre todo es que en un país amenazado por la primera potencia mundial, la unidad es lo más importante que hay que conservar. Por eso es tan palmariamente elemental que esa amenaza debe cesar. El día que cese, habrá progresos en el reconocimiento de la múltiple pluralidad de la sociedad cubana. A menudo se habla del modelo chino, pero los cubanos se miran también en el espejo de lo que ocurre en Vietnam.

Entrevista realizada por: Marie Dominique Vernhes y Peter Strotmann

viernes, febrero 01, 2008

Nº:108 - Declaració de l’Assemblea de Moviments Socials del Fòrum Social Català

Declaració de l’Assemblea de Moviments Socials del Fòrum Social Català

A Barcelona, dissabte 26 de gener de 2008

Venim dels moviments socials de les comarques de Catalunya i d’altres llocs dels Països Catalans, per a trobar-nos durant aquest primer Fòrum Social Català, atenent la convocatòria del Dia d’Acció Global, acordada al Fòrum Social Mundial de Nairobi. Som diversos i plurals, però compartim els valors i objectius reflectits a la Carta de Principis del Fòrum Social Mundial i a la Carta de l’Assemblea de Moviments Socials de Portoalegre.

Vivim immersos en un model de vida injust, impossible de mantenir i indesitjable. El sistema patriarcal i capitalista, basat en un creixement irracional, no té en compte que els recursos del planeta són limitats. El sistema econòmic actual és, doncs, responsable del caos ecològic del
planeta i de la nostra explotació sense precedents.

Volem un país on la pobresa, l’especulació i la precarietat desapareguin de les nostres vides. Exigim el manteniment i millora de les pensions públiques. Lluitem perquè el dret a uns ingressos que permetin viure, a una ocupació estable i a un salari digne siguin una realitat i no simples declaracions dels governs de torn. Ens oposem als acomiadaments i als tancaments i deslocalitzacions d’empreses, que estan destruint el teixit productiu català.

Volem un país on les dones puguin ser lliures i iguals. Denunciem i rebutgem la violència masclista. Donem suport la campanya del moviment feminista pel dret a l’avortament lliure i gratuït i exigim que cessi la fustigació i la criminalització de les dones que han avortat.

Volem construir una societat no patriarcal, sense discriminacions i on tothom pugui desenvolupar lliurement la seva sexualitat.

Estem contra la privatització dels serveis públics. Reclamem uns serveis bàsics, com són el transport, l’aigua i l’energia, públics i de qualitat. Ens oposem a la recent llei de reforma del Institut Català de la Salut i a l’anunciada Llei de l’Educació de Catalunya, ja que obren les portes a la privatització de les xarxes públiques de la sanitat i de l’ensenyament. Donem suport a la campanya en defensa de l’ensenyament públic, gratuït, coeducatiu, laic i de qualitat, que comença amb la vaga del 14 de febrer.

Volem una societat que respecti els drets de la infància, i un sistema educatiu que els estimuli a construir una realitat on la llibertat i la fraternitat siguin els valors principals. Defensem els drets dels discapacitats i reclamem polítiques que impedeixin qualsevol discriminació i facilitin la seva plena integració.

Rebutgem el model de ciutat aparador que se’ns intenta imposar, en benefici d’una minoria especuladora, i defensem pobles i ciutats que garanteixi el benestar dels seus habitants, i el dret a un habitatge digne i assequible. Rebutgem el Pla Nacional de l’Habitatge, per no ser una solució al problema. Ens oposem a la privatització dels espais públics i donem suport a l’ocupació d’habitatges i locals buits. Lluitem perquè els nostres pobles i ciutats siguin espai de drets i
llibertats i exigim la derogació de les ordenances del civisme.

La guerra és la conseqüència més dura de l’imperialisme i de les polítiques neoliberals. La guerra de l’Iraq, l’Afganistan i el Líban, l’ocupació de Palestina, les guerres de l’Àfrica, entre d’altres, continuen sent el major drama de la humanitat. Volem una Catalunya que rebutgi la guerra i lluiti per arribar a una pau justa en tots els conflictes bèl·lics actuals. L’abolició del deute extern, la prohibició d’exportar armes i l’ajuda internacional no condicionada, són elements que, sens dubte, contribuiran a acabar amb les guerres i la fam al món.

Rebutgem les successives rebaixes impositives a les empreses i rentes del capital que carreguen el pes fiscal sobre el consum i les rentes del treball i defensem els impostos directes que incideixin sobre els més rics. També denunciem la lacra que sobre el sistema impositiu i la humanitat suposen els paradisos fiscals.

Lluitem contra el racisme i la xenofòbia. Defensem els drets dels immigrants, el dret a la lliure circulació i a la ciutadania de residència. Ens oposem a l’expulsió d’immigrants i als centres d’internament, i també a la criminalització de les persones per motiu del seu origen.
En gran part, el nostre model de vida es basa en l’explotació dels recursos energètics fòssils i finits com el petroli, el gas, el carbó i l’urani, que cada com és estan i estaran en declivi. Tard o d’hora, doncs, haurem d’aprendre a viure amb una nova cultura de l’energia, perquè tota la tecnologia del món no podrà aconseguir que seguim vivint com si tinguéssim tres planetes.

Volem assegurar el futur de l’agricultura, lliure de transgènics i que garanteixi la nostra sobirania alimentària, enfront de les multinacionals, que controlen la producció, distribució i venda de la major part dels aliments que consumim. Rebutgem les polítiques que afavoreixen els agrocombustibles, pels seus efectes negatius sobre milions de persones, ja que redueixen i encareixen els aliments bàsics.

Rebutgem la retallada de les llibertats i la vulneració dels drets humans que, amb el pretext de la lluita contra el terrorisme, estem patint. Reclamem la derogació de la Llei de partits polítics. Denunciem la repressió i criminalització dels moviments socials que s’oposen a les polítiques neoliberals, que els últims mesos han patit especialment els treballadors en lluita, el moviment okupa i els activistes contra la monarquia.

Volem que es respecti el dret dels Països Catalans i la resta de pobles del món a exercir el dret democràtic a l’autodeterminació.

Rebutgem el model de construcció europeu i denunciem que l’Acord de Lisboa estigui imposant, de forma antidemocràtica, les mateixes polítiques neoliberals rebutjades per molts ciutadans i ciutadanes en els referèndums que es van celebrar sobre el projecte de Constitució Europea.

Lluitem contra un sistema econòmic basat en l’explotació que ens condemna a la precarietat.

Volem deixar de viure explotats per un sistema que sembla que no té cares, però que sabem clarament que no és producte d’una mà invisible.

Hem de trencar el consens neoliberal de la classe política, els poders econòmics i els grans mitjans de comunicació, que intenten imposar un pensament únic, que defensa la inevitabilitat del sistema actual i nega que altre món és possible.

Des de l’Assemblea de Moviments Socials catalans, cridem a donar suport a les jornades de lluita convocades internacionalment:

8 de març – Dia de la Dona

15 de març – Ara, com fa 5 anys.... NO a la guerra!

1 de maig – Pels drets socials i laborals i contra la precarietat
També fem una crida a participar activament a totes les campanyes i mobilitzacions, que, fruit dels treballs i debats desenvolupats al Fòrum Social Català, figuren a l’agenda dels moviments socials.